Siempre he sido un despiste con patas,
pero con la maternidad ya es lo más. Había escuchado que el
embarazo hace que una a veces esté como falta de concentración,
quizá por el cansancio o por las hormonas, y hoy me gustaría
compartir vuestras historias de idas de olla épicas a consecuencia
del embarazo o de haber sido mamás (sobre todo recientemente), del
tipo llevarte dos horas buscando las llaves del coche y encontrarlas
en la nevera.
Yo he tenido de esas a docenas...
Uno de los vasos favoritos de mi Gansi
lleva más de un año hace desaparecido y cada vez estoy más
convencida de que lo debí dejar en el techo del coche mientras
amarraba el cinturón del asiento de mi peque, y luego arranqué y
nunca más se supo.
Lo peor para mí fueron los primeros
meses postparto, la falta total de sueño me hacía imposible el
concentrarme, y sobre todo el planificar, todo tenía que ser sobre
la marcha. Además, mi Gansi era un bebé imprevisible, así que no
podía planear nada contando con que en ese momento durmiera o no, o
con que estuviera comiendo o ya hubiera comido para esa hora, o que
pudiera salir de casa o me tuviera que quedar consolando cólicos.
Podían llegar las 13:45 del mediodía
y decir, “uy... ¿y qué pongo hoy de comer?” Imagínate que
quedas con alguien para ir a nadar y estás tan tranquila, sabiendo
que tienes que ir a nadar sí, pero sin pensar en nada más, y cuando
llega el momento te pones a prepararte y caes en la cuenta de que no
tienes bañador. Pues cosas parecidas me pasaban por culpa de esa
falta de capacidad de planificación.
Me pasaba tanto creer que había hecho
algo y resulta que sólo lo había hecho en mi mente, como haberlo
hecho en modo robot y no recordar ni cómo ni cuándo, como si
hubiera sido otra persona la responsable. Y para qué hablar de
recordar eventos. Tanto al Ganso como a mí se nos pasó por completo
la fecha de nuestro segundo aniversario de bodas, y nos acordamos al
cabo del mes como “oye... ¿no ha sido nuestro aniversario? Pues
sería...”
También me pasaba que hacía
diferentes planes para un mismo día, y cuando ese día llegaba era
cuando me daba cuenta de que no podía estar en dos o tres sitios a
la vez.
Y es que había veces que me sentía
tan hecha polvo que cuando veía a otra madre con un peque algo mayor
sólo quería agarrarla de las solapas y gritarle entre lágrimas
“¡Dime que esto se pasa! ¡Dime que en pocos meses mi bebé
dormirá mejor y no llorará tantísimo! ¡Dime que pronto podré
descansar!” (una vez más mis falsas expectativas me hacían creer
que había algo que no iba como es debido y que pronto se pasaría).
Pero a lo que voy, a mis despistes
descomunales como salir en zapatillas o darme cuenta de que no me
había peinado cuando ya estaba de vuelta hacia casa. O contarle al
Ganso las mismas cosas varias veces pensando que aún no se lo había
dicho, que el pobre ya temería por mi salud mental y estaría
imaginándome con Alzheimer prematuro.
Lo reconozco, se me ha ido la pinza y
mucho... “¿Hemos pagado aquel recibo? ¡creo que me he dejado un
grifo abierto! ¿Siguen las patatas en la freidora?”
Ni me acuerdo de cuántos chupetes me
he cargado por echarlos a un cazo de agua hirviendo para que se
esterilizaran, irme corriendo a atender a mi peque y acordarme ya
tarde (o por el humo o el olor delator del plástico quemado), y
encontrar un pequeño charco de plástico de colores más o menos
renegrido y pegado al fondo del cazo.
Y a estas idas de olla a veces, en mi
caso, ha acompañado la paranoia maternal. Dejar a mi peque por
primera vez con otra persona, irme e imaginarme todos los escenarios
macabros posibles, o el sentimiento de culpabilidad que te hace
sentir mala madre por cualquier cosa que hagas o dejes de hacer con
tu bebé. La de pesadillas que tuve antes de que empezara la
guarde... ¿qué harían allí con mi pobre criaturita? Se escuchan
tantas historias... ¿Soy la única que alguna vez ha pensado que le
habría tranquilizado tener una conexión al móvil con cámaras del
cole o la guardería y poder ver en todo momento lo que hace mi
chiqui?
Ni sé la de veces que habré salido de
casa y habré tenido que volver en varias ocasiones por algo que se
me había olvidado. Hasta he pensado que si hay unos ladrones
pendientes de cuándo entramos y salimos para colarse en casa, los
pillamos in fraganti fijo, porque si ya es difícil prever cuándo
salimos, averiguar el tiempo que nos vamos a llevar fuera, que pueden
ser menos de 5 minutos si se olvida algo, cosa muy habitual, pues ya
ni te cuento.
Es comprensible que tengamos la cabeza
en las nubes, con las hormonas en plena ebullición, un cansancio
tremendo y todas esas sensaciones y emociones nuevas que vamos
experimentando. Bastante tenemos con pensar en los cuidados que
requiere nuestro peque (¡y nosotras mismas!) como para tener que
estar pendiente de algo más.
Por eso creo que una madre puerpera
necesita mucha ayuda. He visto a mujeres ser duramente criticadas
porque después de ser madres se han ido a vivir con sus padres o sus
padres (su madre al menos), se ha ido a vivir con ella, y creo
firmemente que quien se puede permitir hacer esto, hace bien. Cuando
una mujer es madre sólo necesita estar con su bebé y descansar, no
tendría por qué ocuparse de nada más, pero en nuestra sociedad se
premia a la super woman que ella solita atiende a su recién nacido y
a los demás que pueda tener, tiene la casa impoluta y “¡qué
narices! ¿quién necesita baja maternal? ¡me voy a trabajar y dejo
a mi peque de dos semanas con la tata!”
Y yo no digo que no haya mujeres que
lleven para adelante mil cosas ellas solas y haya que ponerles un
monumento, pero lo más normal del mundo es que cuando una madre
reciente se quiera ocupar de algo que no sea ella misma o su peque,
note que le cuesta horrores concentrarse, y que, más de una vez, se
le vaya la olla...