domingo, 28 de septiembre de 2014

Lo que aprendí sobre: el baby led weaning

   “¿Baby qué? A mí me hablas en cristiano...” Vamos a ver Gansa Premamá, que con esto de la globalización hay que manejar idiomas. Literalmente significa: destete dirigido por el bebé.

   Esta práctica que puede parecer tan moderna, en realidad es más antigua que el fuego, y consiste en, a partir de los 6 meses de vida del bebé, ir introduciendo en su dieta otros alimentos que complementen la leche materna, sin olvidar una de las premisas primordiales, que es que la leche sea el principal alimento.

   “¡Ah ya! Eso es empezar con las papillas y los purés...” Bueno, no exactamente. No se trata de ir sustituyendo tomas por la papilla de frutas de por la tarde, los cereales de por la noche y el puré de verduras del mediodía.

   Recuerdo que mi pediatra me pasó un folio con la alimentación que se le debía ir dando al bebé en los meses a partir del cuarto hasta el año, y me llamó la atención que era una fotocopia de un panfleto escrito con máquina de escribir, de esas que ya ni se venden y son reliquias de museo, igual que los conocimientos sobre alimentación infantil de mi pediatra, por cierto. Recuerdo que me propuse seguirlo fielmente, y en un principio así lo hice, aunque mi instinto me decía que con los años que debían haber pasado desde que se escribió aquello, quizá la cosa había cambiado, e investigando e informándome fue como llegué a conocer el baby led weaning.


"Con esto se plasman las más revolucionarias técnicas sobre alimentación infantil..."


   Lo que se propone es que el bebé adquiera una atracción por la comida a través de la vista, el gusto, el olfato y el tacto, y por eso se dan los alimentos lo menos procesados posibles, en trozos que pueda agarrar con su manita, ver su forma original, y experimentar con las texturas.

   “Espera, espera, espera... ¿me estás diciendo que le de a mi bebé comida sin moler? ¿Tu flipas o comes flores? ¡Pero que se me va a ahogar!”

   Pero chica, relaja anda. Efectivamente esta forma de alimentar a nuestro bebé implicaría guardar la batidora, pero por supuesto todo se debe hacer con cuidado, con cabeza e informándose mucho. No le vamos a soltar al niño una zanahoria cruda e irnos a dar una ducha, ni darle alimentos potencialmente peligrosos para su edad, como pueden ser frutos secos, posibles alérgenos, o con altas probabilidades de atragantamiento.

    De hecho, incluso el panfleto escrito con Olivetti que me dieron aconsejaba introducir los alimentos uno a uno, para detectar posibles intolerancias, y recomendaba empezar por la patata, y que yo sepa cuando cueces bien una patata, la única diferencia entre molerla y aplastarla con el tenedor es que te quede más fina o con algún grumo. Una papa bien cocida, que se deshaga al morderla, incluso al tocarla, y vigilar estrechamente a nuestro bebé mientras la mira, juega con ella y la chuperretea, no tiene riesgo ninguno.
Pero claro, de esta forma nuestro bebé se sigue alimentando principalmente de leche hasta que las cantidades que él mismo decide tomar van haciendo que se destete por sí sólo y muy paulatinamente, que es la forma más natural.

   “Pues dónde va a parar el alimento que tiene un buen puré que lleve de todas las verduras y su poquito de carne...”. Los purés tienen sus desventajas, y una de ellas precisamente es que con ellos se tiende a sobrealimentar al niño. Sí, nutritivamente son muy completos, pero la leche materna a la que sustituyen lo es más, y son una bomba calórica que le vamos metiendo cucharada a cucharada, porque se come mucha cantidad de alimento con mayor facilidad, propiciando la obesidad en el futuro. Una vez intenté comerme un cuenco de puré para bebés y terminé hasta la bola, yo una mujer adulta, imaginad...

  Otra desventaja de los purés es que el niño pierde la capacidad de familiarizarse con las texturas, y hoy en día es bastante frecuente, debido a ello, encontrarnos con niños de casi 3 años, o mayores, que sólo comen triturado y bien triturado, y si encuentran un grumo le dan hasta arcadas.

   Por otro lado, se pierde al posibilidad de presentar la comida como un acto social, una reunión en la que todos toman lo mismo (o parecido, adaptado al bebé). Si queremos que el bebé haga un almuerzo, se lo vamos a tener que dar muy temprano (mi Gansi o comía a la una del mediodía o ya no comía), pero si no nos importa que sólo pruebe la comida, porque sabemos que con su leche ya tiene todo lo que necesita, podemos sentarle a la mesa con nosotros sin problema, y si se ha dormido, no pasa nada, ya experimentará con la comida en la cena o en la merienda, porque no se trata de sustituir tomas, sino de complementarlas.

   Otra de las muchas ventajas de este método, es que no se necesita preparar una comida especial para el bebé, calcular la cantidad que sería adecuado que tomara, hacer litros de puré y congelarlo en tarritos, etc... simplemente es adaptar para él lo que vayamos a comer nosotros ese día.

   Y si ese día toca crema de calabaza, pues crema de calabaza, que se trata de que aprendan a comer lo mismo que nosotros y de todo, tampoco hace falta que sea todo entero, que nosotros a veces también tomamos sopas y purés.

   Y siempre siguiendo nuestro instinto, y vigilando mucho.


 Imagen de http://doublethink.us.com/paala/2012/04/23/introducing-solid-foods/baby-led-weaning-poster-by-the-alpha-parent/


   Veremos que, si se van familiarizando con las texturas de manera gradual, el riesgo de que se atraganten cada vez es menor, y antes del año los peques están ya comiendo todo entero sin peligro.

   Para saber más sobre cómo inciarse en el baby led weaning:


domingo, 21 de septiembre de 2014

La frase: Estoy embarazada, no enferma

   Cuando era Gansa Premamá, había oído a algunas embarazadas pronunciar la frase: “estoy embarazada, no enferma”, y me preguntaba si cuando llegara mi momento, realmente los demás me tratarían como si estuviera enferma, qué querría decir esto, y si yo realmente me sentiría enferma. ¿De dónde procedería esta frase?


   Y entonces mi momento llegó y tuve la oportunidad de experimentarlo por mí misma. Vi que ciertamente me daba rabia que a veces no me dejaran ni levantar un almohadón, o que me dijeran cosas como: “no, no, no, tú quédate ahí tumbadita”, o que me mandaran a acostarme y descansar.


   Y es que hay muchísimos falsos mitos sobre el embarazo, pero hay que estar bien informadas y ser muy conscientes de qué cosas realmente podemos y no podemos hacer.


   Para empezar, todo depende de nuestro estado. No es lo mismo, por ejemplo, una embarazada de alto riesgo que una que no tenga esta condición, ni alguien que padezca una patología previa, que incluso pudiera estar agravada por el embarazo. Evidentemente alguien con diabetes gestacional deberá vigilar su dieta más que alguien que no la padezca, y una persona con una afección cardíaca deberá cuidar su actividad física durante el embarazo más que alguien que no sufra esto. Tampoco es lo mismo el trimestre en el que nos encontremos, nosotras mismas veremos que con el barrigón va a haber cosas que nos empezarán a costar más.

 Imagen de: http://elblogdesina.files.wordpress.com/2010/09/nosoyunaenferma.jpg



   Así que, de esta forma, fui siendo consciente de mis propias limitaciones, y elaboré los siguientes pensamientos:


   “Efectivamente, no estoy enferma, no me siento enferma, ni me estoy muriendo, no necesito ciertos tratos especiales, pero sí que agradezco cierta consideración.”


   “Mi embarazo es único, y me afecta de manera particular, igual que les pasa a todas, cada mujer es un mundo y cada embarazo es distinto. Quizá usted, señora, no recuerda que cuando estuviera embarazada se sintiera especialmente cansada o soñolienta, pero eso no quiere decir que esa tenga que ser la norma y que yo me esté inventando o esté exagerando mi cansancio y mi sueño. Quizá usted vomitó a diario, pero el hecho de que yo no lo haga no quiere decir que algo vaya mal.”


   "Si me apetece estar sentada, me sentaré, y si me apetece estar de pié, me levantaré, pero si necesito sentarme, agradeceré que me cedan el asiento.”


   “No es que esté enferma, pero tengo la tensión algo baja y he visto en este primer trimestre que si paso mucho tiempo de pie me mareo, así que, caballero que descansa en esa silla junto a la enorme cola de la carnicería, de la que aún sigo siendo la última (y sólo necesito una maldita pechuga de pollo), entiendo que sea usted una persona mayor, pero tiene frente a usted a una señorita con el vientre ya evidentemente abultado, la cara pálida, que ya empieza a sudar y doblarse, sólo necesitaré un momento para recuperarme y después se la devolveré intacta.”


   “No estoy enferma, pero se me ha pinzado el nervio ciático y duele, al menos hoy.”


   “Puedo andar y pasear, pero tal vez tenga que hacer varias paradas o bajar el rito.”


   “Yo sé cuándo estoy cansada.”


   “No puedo aprovechar ahora y dormir porque me levanto mil veces a hacer pis, y no consigo encontrar una postura cómoda.”


   “Perdonen si quiero evitar ciertos riesgos, sé que algunos son fruto de mis paranoias naturales de embarazada, pero otros son reales.”


   “No voy a comer más de lo que me apetezca, y si algo me da acidez, no lo tomaré.”


   “En pocas palabras, dejadme que sea yo quien decida qué puedo y no puedo hacer, y entendedlo cuando no pueda.”


   El embarazo no es una enfermedad, claro que no, aunque algunas mujeres, en ciertos momentos, sí que se sienten enfermas (con nauseas, ardores, dolores de cabeza o de espalda, etc) o cansadas. Las embarazadas no son de cristal, pero algunas se vuelven más frágiles que otras. Y la consideración siempre se agradece.

Si ves una embarazada esperando de pie en la cola del súper, pregúntale si quiere pasar, lo más seguro es que te lo agradezca, lo mismo que si le cedes el asiento en el bus o la dejas colarse en la cola del baño. Yo me recuerdo, en un restaurante, esperando en una cola tremenda para ir a hacer pis, mirando a las otras mujeres y pensando “desde luego, si os lo estáis haciendo tantísimo como yo en este momento, lo disimuláis muy bien, porque no tenéis ni idea de lo que pincha esto”.


 Imagen de http://ladiebelladonna.blogspot.com.es/2011/02/baby-bumps-and-badonkydonks.html



   Y ante la duda, a preguntar, dejando que sea la embarazada la que decida si quiere que le ayudes a llevar esa caja o prefiere hacerlo ella misma porque se siente perfectamente capaz. No comparar con otras embarazadas (“pues fulanita, con una barriga de 8 meses, todavía cogía el coche todos los días para ir a la sierra”), ni con el embarazo propio, porque lo que nosotras vivimos no tiene que ser lo mismo que viven todas. Y sobre todo, nunca jamás de los jamases decirle lo que tiene que hacer, mandarla a acostarse o darle consejos de viejas, sobre los que seguramente se habrá informado y sabrá si son ciertos o no.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Este culo no es el mío

   El embarazo produce cambios indiscutibles en nuestro cuerpo, pero como cada mujer es diferente, a cada una nos cambia de una manera distinta. Si bien hay mujeres que notan un aumento considerable del tamaño de los pechos, en mi caso, mis pechos estaban exactamente igual (al menos hasta antes del parto), lo que sí me creció fue el trasero.

  Antes del embarazo no era precisamente Jenniffer López. Si hacía más ejercicio tenía unos glúteos más redondeados y en forma, y si me pasaba una época de estar mucho tiempo sentada, se ensanchaban y aplanaban (vamos, lo que se dice un “culo carpeta”).

   Pero cuando me quedé embarazada se me inflaron las nalgas hasta quedar fuera de control. Sí, literalmente, me iba chocando con los muebles y los marcos de las puertas, tirando todo a mi paso, vamos que era “culozzilla”.




   Por no hablar de la dificultad para retener los gases. Es humillante y te llena de impotencia no poderte contener. Quizá sea algo relacionado con el suelo pélvico porque después del parto, durante una época fue a peor.

   Hay mujeres que cuando se quedan embarazadas sólo les engorda la barriga, como si se hubieran tragado un balón, y el resto del cuerpo está prácticamente igual, y otras nos deformamos como morcones, y nos preguntamos, al mirarnos al espejo, cómo quedaremos después, qué secuelas quedarán para siempre.

   ¿Cómo quedará mi cuerpo? ¿Se me descolgará el pecho? ¿Se quedarán mis caderas anchas? ¿Volverá mi vientre a ser plano? Etc etc...

   Por desgracia, es imprevisible. Si la mujer no ha estado embarazada antes no podrá hacerse una idea de su capacidad de recuperación, y si ya lo ha estado se preguntará si después del siguiente hijo, a su cuerpo le pasará como con el primero.

   Pues el cuerpo femenino tiene una capacidad de recuperación pasmosa, si tenemos en cuenta la increíble transformación que sufrimos para lograr albergar una vida en nuestro interior, pero una vez más, depende de cada una.

   Hay un importante componente genético involucrado: la elasticidad de nuestra piel, la propensión a acumular grasas, la facilidad para variar de peso. Al igual que a cada una nos vuelve la fertilidad un tiempo diferente después del parto, cada una tardamos un tiempo diferente en recuperarnos físicamente.

    Por eso hay mujeres que a la semana parece que nunca estuvieron embarazadas, y otras que casi un año después aún le siguen preguntando que para cuándo cumple.

   Evidentemente también varía la cosa según lo que pongamos de nuestra parte, pero la maternidad no nos suele dejar mucho tiempo para ir al gimnasio, hacer algún tipo de actividad física que no involucre al bebé/niño, y a veces ni siquiera comer sentada. Aunque algunas se buscan alternativas, como intentar hacer gimnasia con tu bebé, aunque ya os digo que con todos los bebés no se puede hacer esto, especialmente con los más demandantes.

   Y es normal que nos miremos al espejo en algún punto del embarazo o postparto y no nos reconozcamos: “Estos no son mis pechos de siempre”, “antes no tenía así los muslos”, “este culo no es el mío, por favor”.

   Muy difícilmente vamos a recuperar la plenitud de nuestro cuerpo, pero esto no tiene por qué ser algo negativo. Aunque esta sociedad sea dura con el aspecto físico de la mujer, debemos ser nosotras mismas las que iniciemos un cambio de mentalidad, llevando con orgullo cada una de las secuelas y cicatrices que nos ha dejado nuestra maternidad, porque tenemos un premio muy grande que son nuestros hijos.

   Vale que quizá mi vientre ya no es como antes (recomiendo encarecidamente visitar: documental vientre de mujer), que aún temo cómo quedarán mis pechos después de la lactancia, y que mi trasero, que se infló como los globos, sufrió el mismo efecto que éstos al desinflarse, y con la pérdida excesiva de peso que experimenté, quedó como una aspirina porque ya más para adentro no se podía ir (desnalgadita perdida), pero es que he sido madre. Me he inflado, he retenido líquidos, mis órganos se han desplazado de su sitio y mis huesos se han movido para que yo pudiera crear una vida que durante un tiempo he alimentado exclusivamente con mi propio cuerpo. Por no decir que mi único gimnasio han sido noches y noches en vela, levantamiento de Gansi (con aumento de peso progresivo), tener que estar tumbada durante horas cuando no me apetecía o tenerme que levantar mil veces de donde estaba tan cómodamente sentada, jugar, arrastrarme, saltar, sacando fuerzas de donde pudiera.


 Imagen de: http://www.informador.com.mx/suplementos/2013/468293/6/el-cuerpo-post-parto-al-desnudo.htm (lectura recomendada: "A Beautiful Body" de Jade Beall)

   No necesito que parezca que no he estado embarazada nunca, no necesito que la gente me mire y me diga “cualquiera diría que has sido madre”, o como a las famosas: "admiren su increíble y rápida recuperación", si se nota, pues que se note, no me avergüenzo para nada.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Y yo que creía que (13) era una persona tranquila y paciente




   Por lo general soy una persona extremadamente paciente. Pocas personas son capaces de sacarme de mis casillas y en momentos muy especiales. Además, mantengo bien la calma en situaciones adversas. Por eso pensaba que cuando fuera madre yo no iba a ser de esas que pierden los nervios con sus hijos, que les gritan, que les pegan, que no les dan ni una explicación, que les fuerzan a hacer su voluntad.


   “No, a mí no, mi peque no me hará perder la paciencia. Todo se puede resolver sin recurrir a la violencia .Yo siempre voy a mantener la calma”


   Ya te digo yo, Gansa Premamá, que por muy santa y paciente que seas, los niños son niños, es lo que les toca, y más tarde o más temprano te vas a encontrar con una situación que te supera, que no has experimentado antes, que ni siquiera te imaginabas que te podía pasar a ti, sobre la que no has leído (tanto como te has informado) o aún habiendo leído sobre ello no sucede como pensabas.


   He aprendido que incluso las personas más tranquilas y pacientes se ven desbordadas a veces, se quedan sin recursos y les puede la impotencia de no saber cómo actuar ante una situación que está escapando a su control.


   En esas ocasiones he sentido que, cuando mi razón se quedaba sin argumentos, era el momento en el que tomaba el mando mi lado animal e irracional, y mi mente tan “chill out” se llenaba de pensamientos violentos. Y oía muy a lo lejos una vocecilla que me decía: “¡Espera! Tiene que haber otra forma de resolver esto, piensa rápido, pero mantén la calma”.


   Parándome a analizar qué situaciones han sido las que me han hecho perder los nervios, me he dado cuenta de que casi siempre tienen en común que suceden en momentos de prisas. Los adultos muchas veces vivimos a un ritmo demasiado acelerado, y muy condicionados por el reloj. Creo que he perdido la cuenta de las veces que le habré dicho a mi Gansi “Venga, que vamos a llegar tarde”.


   Pero los niños no entienden de relojes, no comprenden por qué tienen que dejar de hacer algo que les gusta e irse a otro lugar, no están preparados para asumir el concepto de “deber”. Eso de tener que hacer algo, aunque no nos apetezca nada, o aunque prefiriésemos hacer otra cosa en su lugar en ese momento, no va con ellos.


   A mi Gansi le supone un esfuerzo tremendo tener que vestirse cuando se está tan a gusto en pijama, bañarse por higiene, si no percibe su suciedad, despertarse cuando aún tiene sueño, desayunar/comer/merendar cuando todavía no le apetece porque después ya no será la hora para eso, y un larguísimo etcétera.


   Y claro, todo lo que suponga confrontación entre lo que quieren los padres y lo que quieren los hijos, tiene el peligro de terminar en rabieta. Y hay veces que hay tiempo de gestionar la rabieta con amor, evitarla, negociar incluso, y otras veces la presión del reloj puede conmigo, o simplemente es que no sé cómo actuar, y me dan ganas de decir “espera, no te muevas que voy a consultar el manual, a ver: en caso de …..... pulse crtl+alt+supr y si el problema persiste resetee al niño”.




   Voy a poner un ejemplo de situación conflictiva, no es autobiográfico pero me han pasado muchas cosas parecidas. Imaginemos a unos padres cenando tranquilamente. Su criaturita ya ha terminado porque come como los pajarillos y se dedica a aporrear la cabeza de su madre con uno de esos martillitos de goma que chillan. La primera vez que lo hace, su madre le dice “¡Auch! No me hagas eso, por favor”. El peque se ríe y lo vuelve a hacer, y la madre le explica amorosamente que ahora están comiendo y que después jugarán con el martillo. Al siguiente martillazo la madre, ya algo más seria, le explica que la está molestando y le ruega encarecidamente que pare. Al martillazo 10-20-30 (según el límite de cada uno), a la madre lo que le apetece es quitarle al niño el martillo y tirarlo por la ventana, porque ya habrá intentado todo lo que se le ha ocurrido (distracción, negociación, explicación) y nada habrá funcionado, y probablemente pierda los nervios, y seguramente después, en frío, se le ocurra (ya tarde) una solución más respetuosa.


  Porque también nosotros, como padres, estamos aprendiendo, y vamos adquiriendo recursos día a día. Por eso estos momentos que nos hacen sacar de quicio son tan valiosos, porque son para nosotros una oportunidad de aprender y mejorar.


   ¿Y cómo sacar lo mejor de esos momentos? Pues según mi experiencia, ni recreándonos en el acto motivador de la explosión (“hay que ver lo que ha hecho el niño éste, que me ha puesto de los nervios”), ni dejándonos llevar por la culpa (“hay que ver lo que he hecho, qué mal he actuado, soy la peor madre del mundo, si en el fondo ha sido una tontería”). Una buena estrategia es, una vez que nos enfriemos, buscar cómo podríamos actuar de otra manera la próxima vez que se de una situación similar, y si hace falta, acercarnos a nuestro peque y, sin miedo, pedirle perdón. Que sepan que somos conscientes de que no hemos actuado bien, que nos hemos enfadado mucho por algo que han hecho y nos hemos puesto nerviosos.


   Pero no nos frustremos si aún así no se nos ocurre una solución, o si lo que se nos ocurre al probarlo tampoco funciona. Yo aún no he encontrado la manera eficaz de convencer a mi Gansi de que por la mañana hay que vestirse, sobre todo si tenemos que salir a la calle, y si algo ha dado resultado, la siguiente vez ya no.


   Y así me he sorprendido a mí misma en más de una ocasión, yo que siempre me he tenido por una persona de paciencia infinita, tentada de perseguir a mi criatura con la chancla en la mano, pero tengo la esperanza de encontrar una fórmula respuesta para todos esos problemas que me hacen enfurecer por no encontrar un recurso alternativo, respetuoso e inmediato.


   Respecto al ejemplo de la familia, quizá la próxima vez que se sienten en la mesa, en lugar del martillo de goma haya algún otro juguete o forma de entretenerse que no implique aporrear a mamá mientras ésta se termina la cena.


   Y es que ser padres es un continuo ensayo-error, un aprendizaje diario y constante, una sucesión de momentos de armonía y de caos, y de situaciones en las que sabremos cómo responder pacíficamente y otras que sacarán al Hulk que llevamos dentro.