domingo, 29 de diciembre de 2013

Y yo que creía que (7) por llorar no pasaba nada




   “Por llorar un poco no le pasa nada.” “A mí me dejaban llorar y yo he salido muy bien”. “A los niños hay que dejarles llorar un poquito porque si no, no te dejan hacer nada”. “¡Pero si es bueno para los pulmones!”.”Le estás educando, le estás enseñando que no siempre se puede tener lo que uno quiere”. “Le haces independiente”. “Le enseñas a dormirse sólo”... ¿Quién no ha oído frases como éstas? Yo al menos, toda la vida, y así es normal que creyera que el llanto era algo positivo para los niños, o por lo menos inocuo, pero nada más lejos de la realidad.


   Como ya comenté hace un tiempo, todos los niños lloran, por mucho que queramos evitarlo. Lloran porque es su forma de hacernos saber, puesto que no pueden expresarlo con palabras, que se encuentran mal o que necesitan algo, ya se alimento o simplemente contacto y cariño. Y por si esos momentos de llanto inevitable no fueran suficientes, en ocasiones se les deja llorar por alguno de los motivos anteriores.


   Pero ¿de verdad no les pasa nada por llorar? Aquí vienen muy bien explicados los efectos negativos del llanto prolongado en el cerebro, tanto a corto como a largo plazo. Después de esto, poco queda que decir. Así que por llorar sí les pasa algo, que a la larga se ve perjudicado su desarrollo cerebral y emocional, y en definitiva, que sufren y pasan por un estado de estrés indescriptible, y una mezcla de sensaciones de abandono, desamparo e incluso miedo a una posible muerte inminente, ya que su cerebro interpreta que lo han dejado solo e indefenso para siempre. ¿Cómo no impedirlo, si tenemos la oportunidad?


   Para mí existen pruebas suficientes que demuestran que no se debe dejar llorar a los bebés, pero aunque no las hubiera, es más, aunque existieran estudios científicos que corroboraran que el llanto no deja secuelas en el niño, aún así no dejaría llorar a mi peque.


   Mi gansi ha llorado mucho en su corta vida, muchísimo, y cada llanto suyo ha sido como una puñalada para mí. Ya comenté que tuvo cólicos, y cuando empezaba a llorar, entraba en modo “alarma nuclear”, y no paraba hiciéramos lo que hiciéramos, durante horas. Esto me hacía sentir tanta frustración y, sobre todo, impotencia, que al final terminaba llorando yo también.


Shakira sabe de lo que hablo...



   Cuando los niños se ponen malitos, o les duele algo, es descorazonador. Más de una vez mi gansi me ha llamado a gritos, con lágrimas en los ojos, a pesar de que estaba en mis brazos o en mi pecho, suplicándome que aliviara su malestar, y lo que yo hubiera dado por tener ese poder...


   Se supone que nuestro cerebro está diseñado para responder de forma especial al oír el llanto de un bebé, incluso parece que se ha detectado respuesta en el cerebro de pacientes en estado vegetativo, y curiosamente el cerebro de hombres y mujeres responde de manera diferente, y por eso es habitual que las madres se despierten ante el mínimo gorjeo de su criatura, aunque estuvieran en fase de sueño profundo, mientras que el padre ni se entera.


   A pesar de que en teoría, la respuesta al llanto es algo que el ser humano tiene arraigado en su cerebro más primitivo, parece que hubiera personas capaces de hacer oídos sordos al llanto de su criatura (lo contrario de aquello para lo que nos ha preparado la evolución), o quizá deseen intervenir pero crean que no deben hacerlo, por convicciones sociales, pero en mi caso, si tengo que hacer caso a mi instinto, no puedo, no soy capaz de quedarme impasible sabiendo que mi bebé necesita algo que no le estoy dando, porque para mí no represente una necesidad real o importante, mientras que para el bebé todas sus necesidades tienen la misma importancia. Y soy menos capaz sabiendo que si le dejo llorar, le estoy haciendo a mi peque un daño, probablemente irreparable.


   Así que no, no dejaría llorar a mi bebé si tengo la oportunidad de evitarlo, porque sé que sufre, porque sé que no es capaz de comprender por qué mamá no le atiende, y no quisiera que sintiera que nadie le quiere o que sus necesidades no son importantes, pudiendo esto afectar a su autoestima. Y también porque yo sufro, porque mi instinto me dice que es mi papel aliviar la angustia de mi bebé, porque mis oídos y mi cerebro están diseñados para detectar y reconocer su llanto incluso a distancia o con puertas cerradas, incluso cuando estoy dormida, y porque su sonrisa es lo único que necesito para olvidarme de todos los problemas.


   Además, puestos a llorar, mejor que sea de risa, ¿no?



domingo, 22 de diciembre de 2013

El cólico del lactante

   ¿Existe de verdad el llamado “Cólico del lactante”? En mi opinión, y según mi experiencia, sí, aunque todo depende de lo que se entienda por “cólicos”, ya que es muy común y sobre todo muy practicado por los pediatras, el meter en el mismo saco a cualquier proceso de llanto prolongado sin causa aparente en el bebé.


   Muchos padres dirán que su bebé tuvo coliquitos, y que le duraron x tiempo, siendo x desde una semana, hasta varios meses. Llama la atención que en la mayoría de los casos suelen durar alrededor de tres meses, y esto lo achacan los pediatras a una inmadurez del sistema digestivo, que desaparece en torno a esa edad.


   También es muy frecuente relacionarlo con gases, de hecho, hasta hace unos años no se hablaba del cólico del lactante, sino que se decía que el niño tenía gasecitos, y en ocasiones se creaba entre las madres una verdadera obsesión por que el bebé eructara después de cada toma. 



 "Venga Manolillo, un eructito por mamá"

   
   Pero en mi opinión, hay casos que se deberían incluir en la definición de cólicos y otros que no. Por ejemplo:


   No sería cólico: si el bebé se calma al cogerlo en brazos, mecerlo para ayudarle a conciliar el sueño, darle el pecho o el biberón, u ofrecerle chupete. Hay bebés más demandantes que otros, y algunos son tremendamente enérgicos a la hora de expresar sus necesidades, así que no es raro que los padres se asusten y piensen que su bebé tiene cólicos, cuando no es así.


   Sí sería cólico: si el bebé se encoge y se retuerce de dolor, si se aprecia que trata de conciliar el sueño pero se le ve inquieto y como con retortijones, y no se calma le hagamos lo que le hagamos, hasta que pasa un tiempo (que pueden ser varias horas) y parece que se alivia, o bien se duerme de puro agotamiento.


   Es muy habitual que se confunda el cólico con las crisis de lactancia o los brotes de crecimiento, en los que el niño se despierta y pide de comer con mucha más frecuencia, siendo sus anteriores hábitos de comida y sueño ahora más irregulares, está más irritable e incluso hay veces que aparentemente rechaza el pecho o parece como si se peleara con él (también puede suceder con el biberón). Por lo general, si este es el caso, este comportamiento desaparecerá en varios días o una semana, y probablemente se vuelva a repetir más adelante.


   Hay que tener cuidado con la posibilidad de encontrarnos ante alergias e intolerancias, sobre todo en el caso de los bebés alimentados con biberón. No olvidemos que la leche artificial es un compuesto, y que al ser leche de vaca está ideada para satisfacer las necesidades alimentarias de un ternero, así que hay que modificarla para hacerla apta (que no óptima) para consumo humano. Seguramente cuando se consulte al pediatra, lo primero que haga sea ir cambiando la marca de la leche hasta dar con una que al bebé le resulte más digestiva, o bien recomendar la realización de pruebas de alergia o intolerancia a la proteína de la leche de vaca.

   Existe la creencia, que yo no comparto, de que a través de la leche materna se pueden también transmitir alérgenos, así que muchas madres que tienen bebés con cólicos se pasan un tiempo probando a no tomar leche de vaca o huevo, principalmente.

   No me atrevería a decir que el cólico del lactante se puede prevenir o curar, pero sí que conozco y he comprobado algunos métodos para no propiciarlo. En primer lugar, no dejar llorar al bebé. Ya hablaré más adelante de los perjuicios que ésto conlleva, pero para el caso, uno de ellos es que favorece la aparición de gases.

   Se cree también que la postura horizontal puede propiciar los gases, de forma que coger a los bebés en brazos, aparte de otros muchos beneficios, ayuda a favorecer la digestión, especialmente si se utilizan portabebés ergonómicos, en los que el niño, en lugar de verse como colgando, pareciera que va sentado, porque sus rodillas están a la altura de sus nalgas, o algo más elevadas, postura que no sólo es beneficiosa para el desarrollo de la caderita y la columna vertebral, sino que ayuda a la digestión y eliminación de gases.

   También son muy buenos los masajitos, si se saben hacer correctamente, aunque no a todos los niños les parecen agradables o relajantes. Por suerte, existe muchísima información hoy en día a la que podemos acceder, e incluso grupos de madres que se reúnen para aprender y practicar técnicas de masajes para sus bebés.

   Mi gansi tuvo cólicos durante muchos meses. Fue un infierno para todos. Realmente nunca sabré si lo podría haber evitado o paliado, aunque lo intentamos todo (todo lo que sabíamos por aquel entonces, por supuesto). Está claro que, sabiendo lo que sé ahora, habría hecho las cosas de otra manera, y lo que no hubiera hecho es ofrecerle manzanillas, tratar de forzarle en cierto modo un horario de comidas o de siestas, o evitar tenerle en brazos el mayor tiempo posible.



domingo, 15 de diciembre de 2013

Dejar a tu bebé

   Cuando era Gansa Premamá pensaba que había muchos padres que ponían a sus hijos como excusa para no hacer cosas e ir a sitios solos. “¿A qué tanto problema para hacer gestiones, ir al cine o salir de fiesta? No puede ser que no tengan a nadie con quién dejar al bebé. ¿Y para qué esas bajas de maternidad tan largas? Habiendo tantas guarderías...” No lo podía entender, hasta que fui madre.

   Y es que no es tan fácil dejar a tu bebé, ni siquiera con una persona de gran confianza. Primero que nada, porque un bebé es un ser totalmente dependiente, que necesita contacto, alimento y atención continua, a ser posible de su madre, sobre todo si se le da el pecho.

   “Pues déjalo entre toma y toma, bien comidito y dormidito, o si no que le den un bibe, problema resuelto, ¡cuántas tonterías!” Ayyy Gansa Premamá, si todo fuera tan fácil... Pronto descubrirás lo que significa “alimentación a demanda”, y que los bebés no comen a intervalos de la misma frecuencia, ni siempre duermen entre toma y toma.

   Si es cierto que no es completamente imposible dejar a tu bebé, en un caso de necesidad se puede dejar leche materna para que lo alimenten, bien con un biberón o bien con un vasito o cuchara (incluso aunque sean muy pequeñines pueden beber de vasito, por raro que parezca). Lo que no es recomendable es que le den leche artificial, puesto que su composición es diferente a la de la leche materna y podría alterar la flora intestinal del bebé, así que aquello de “por una vez no pasa nada” mejor no aplicarlo a estos casos.

   El problema es la sensación que se le queda a la madre cuando tiene que dejar a su pequeñín. Yo lo experimenté cuando tuve que dejar a mi bebé de un mes de vida durante varias horas para hacer un examen. Una parte de mí se quedó allí donde estaba mi peque, me fui sintiendo que me faltaba algo, y a pesar de que sabía que estaba en muy buenas manos, no podía evitar preocuparme, pensando si me echaría en falta, o si lloraría, o si le pasaría algo malo accidentalmente. Ni que decir tiene que suspendí... Ese estado de ansiedad por el que se pasa no es una sensación agradable, no es algo que nadie quisiera experimentar voluntariamente, a no ser que no tenga más remedio




   Cuando el bebé va siendo más mayor, y se le introduce alimentación complementaria, es algo más sencillo dejarle, desde el punto de vista de que ya no es necesario disponer de un reservorio de leche materna, puesto que durante el tiempo que el chiquitín no está con la madre, se le pueden ofrecer otras alternativas para comer, y dejar la leche para cuando la mamá vuelva. Aún así seguimos sin estar preparadas. Es una sensación natural, un mecanismo del que nos ha dotado la evolución para preservar nuestra especie, esa necesidad de estar cerca de nuestros hijos, cuidarlos, y no perderlos de vista.

   Y si para dejar a nuestros peques unas horas, necesitamos estar preparadas, y esto requiere mucho tiempo, ya no diremos para dejar que pasen la noche sin nosotras. ¿Cómo podríamos? Sobre todo si aún no duermen toda la noche y dependen del pecho de su madre para conciliar el sueño.

   Por todo esto, ahora me parecen cortísimas las bajas por maternidad. Antiguamente sólo se respetaba la llamada “cuarentena” tras el parto, para permitir la recuperación física de la madre (en algunos casos, ni siquiera eso), sin tener en cuenta las necesidades del bebé. Con el paso del tiempo, en nuestro país, se han ido alcanzando permisos por maternidad de 16 semanas, lo que equivale a 4 meses mal contados, y esto no es tiempo en absoluto suficiente.

   Desconozco los criterios que siguieron las personas que decidieron que un bebé de 4 meses ya está preparado para separarse de su madre, que sus necesidades las puede atender de la misma forma otra persona, pero en mi opinión se equivocan.

   En mi opinión, lo ideal es que una madre pudiera cuidar de su criatura durante al menos los dos primeros años de su vida, o como mínimo un año. En nuestra cultura esto puede parecer una barbaridad, pero hay países en los que se hace y funciona.

   Ojalá pudieran entender, y verlo de la forma que yo lo veo, esas personas que me dicen con amabilidad y alegría “déjame aquí a tu peque un tiempo”, el hecho de que me resulte tan difícil dejarle. Y ojalá pudieran comprenderlo esas personas que no entienden que mi bebé y yo no nos queramos separar, y salten con el tema del “enmadramiento”, del que ya hablaré largo y tendido más adelante...

   No, no es tan fácil dejar a tu bebé.



domingo, 8 de diciembre de 2013

Mis "affaires" con el biberón

   A pesar de que tuvimos una lactancia bastante exitosa, debo confesar que mi peque también sabe lo que es un biberón. Todo comenzó en el hospital, cuando, después de que la casualidad quisiera que me tocaran dos compañeras de habitación con “niños marmota”, empecé a pensar que algo malo le pasaba a mi bebé, que lloraba cada hora, o cada media hora, y con una intensidad que le hacía ser la banda sonora de la planta de maternidad.

   Por aquel entonces, yo no sabía ni muchísimo menos lo que sé ahora sobre lactancia ni sobre alimentación y necesidades infantiles, porque en mi entorno no se daba el pecho y no tenía referentes, y en las clases de maternidad no se llega a profundizar en el tema. Pensaba que mi bebé comería cada dos o tres horas, que mis pechos se llenarían de leche si dejaba pasar un tiempo, y si la toma era antes estarían vacíos. Y por supuesto pensaba que mi bebé tenía que estar en mis brazos el tiempo justo de comer, y luego zumbando a la cunita para que no se acostumbrara.

   Y muerta de sueño como estaba, con ese cansancio que te deja el parto, me esforzaba enormemente por tener los ojos abiertos mientras mi peque hacía sus interminables tomas, en lugar de aprovechar esa sensación de relajación que da la lactancia y descansar, pero bueno, esto es tema aparte. Con el cuerpo “destrozaito” y envidiosa perdida de mis compañeras, cuyos bebés apenas se oían en toda la noche, tal era mi desesperación que llamé a una enfermera y le dije: “no sé qué le pasa a mi bebé, no para de llorar y hace muy poco que le he dado el pecho, creo que se queda con hambre”.

  Cada vez estoy más convencida de que una adecuada formación en asesoramiento a la lactancia debería ser condición imprescindible para trabajar en el área de maternidad, pero este no es el caso en absoluto.

   Lo que me podrían haber dicho: “Tú ponte a tu bebé al pecho, no importa las veces ni el tiempo, tranquila, que tienes la leche exacta que necesita, túmbate y relájate, descansaréis ambos, puede que lo único que tu peque precise sea tu contacto, y olvídate de que se vaya a acostumbrar a los brazos, que eso no son más que tonterías. Calma su llanto en cuanto empiece, porque si no lo haces cogerá gases y llorará aún más”.

  Lo que me dijeron: “A lo mejor no tiene hambre, si le has dado de comer hace sólo media hora, lo que tendrá son gases, dale masajitos y levántale las piernecitas”.

   Y como, por supuesto, esto no funcionó, acabé suplicando que me prepararan un biberón, para que mi peque dejara de llorar. Así que, con su pequeño estomaguito del tamaño de una habichuela, preparado para recibir de forma casi constante gotitas de calostro, y ahora lleno a rebosar con 30 ml de mejunje indigesto, mi peque se echó a dormir de puro hartazgo, y de puro cansancio de tanto que había llorado, y lo que yo interpreté fue que había dado con la solución del problema.





   Lo que salvó mi lactancia en este caso no fue más que la pura suerte, porque mi bebé, al que ya cogí la costumbre de ofrecerle el bibe después de la toma del pecho, empezó a no tomárselo entero y hasta a rechazarlo (por fortuna pensaría que como su tetita, nada).

   Pero claro, fue llegar a casa y el desconocimiento volvió a hacerme dudar. Menudas nochecitas de llanto incesable. Mi bebé debía pensar “¿Pero qué le pasa a la pava de mi madre? ¿Por qué no me da más tetita?”, y yo que creía que como hacía un ratito que se la había dado, no podía tener leche aún, así que intentaba calmar a mi peque meciéndole, cantándole, dándole masajes, ofreciéndole manzanillas, y todo esto desembocó en el dichoso cólico del lactante, del que ya hablaré más adelante.

   Tan desesperada estaba que hubiera hecho lo que fuera por calmar a mi criatura, así que volvieron a caer los biberones. En este caso, sólo se los daba en casos de “emergencia”, cuando no había forma alguna de acallar el llanto de mi bebé, y solía funcionar, así que ya tenía a todo el mundo a mi alrededor cuestionando la calidad de mi leche, y por supuesto a mí misma.

   Suerte que esto fue pasajero, suerte que, en contra de lo que podía haber pasado, mi bebé no se acostumbró a no tener que esforzarse en la succión, y suerte que mi producción de leche no disminuyó. Al final triunfó la tetita y los biberones fueron cayendo en el olvido, pero digo suerte una y mil veces, no sólo por este triunfo, sino porque si mi peque hubiera tenido que alimentarse a base de biberón, mal lo hubiéramos llevado, porque soy un desastre con patas.

   Me esforcé lo que pude para que esos biberones que mi peque se llegó a tomar fueran contados, pero los que se tomó me parecieron un verdadero engorro, tanto que no entendía cómo podía haber gente que lo prefiriera a dar el pecho, o que lo considerase más cómodo.

   Con lo desastre que soy, se me olvidaba cuántos cacitos llevaba, no sabía calcular el tiempo que tenía que estar calentándose el agua, siempre estaba o muy caliente o muy fría, y lo más engorroso de todo era tener que lavar y esterilizar el dichoso biberón cada vez que lo usaba, con todas esas partecitas tan pequeñas, y mientras hacía esto no podía atender a mi bebé, que no esperaba, pasaba del sueño profundo al “enchúfame AHORA”.

   La última vez que fui a echar mano del biberón, vi que estaba agusanado (como lo oyen), así que a la basura fue (por mí le hubiera metido fuego con un lanzallamas, del asquito que me dio) y nunca más volvió.



domingo, 1 de diciembre de 2013

Lo que aprendí sobre la operación pañal

   El momento en el que tuviera que enseñar a mi gansi a usar el baño era algo que esperaba con bastante pánico, pero desde el mismo momento en que me quedé embarazada, vamos. Las principales preguntas que me asediaban eran “¿cuándo?” y “¿cómo?”


   “¿Hay algún momento especial para empezar a intentarlo? ¿Alrededor de qué edad? ¿Cómo sabré cuándo mi bebé estará preparado? ¿Tengo que esperar a que lo esté, sea cuando sea?”


   Otras madres de mi entorno me decían que se solía empezar a quitar el pañal alrededor de los dos años, pero que yo podía hacer un intento en el verano, que era la mejor época, aunque mi gansi por el entonces apenas superase el año y medio. Más terror para mí, porque pensaba que era tremendamente pronto, y había oído historias de pesadilla sobre los perjuicios que podía provocar en los niños una operación pañal demasiado temprana.


   Al indagar sobre el “cómo” fue cuando me terminé de horrorizar, y es que hay métodos de lo más variopinto, algunos más respetuosos con el niño y otros francamente torturadores. Algunos te aconsejan quitarle el pañal todo el dia y dejar que se haga sus cosas encima (que vea cómo aquello le corre pierna abajo), de ahí la recomendación de hacerlo en verano, otros te dicen que le enseñes libros, que le sientes de vez en cuando (o que lo hagas estrictamente cada dos horas), que le sientes y no le levantes hasta que no haga lo que sea, etc... Pero si sigues investigando, y lo haces por los cauces adecuados, puedes descubrir cosas realmente sorprendentes.



   Resulta que el control de esfínteres no es algo que nos tengan que enseñar (al menos no de la manera a la que nos enseñan), sino que prácticamente nacemos con él, y al ponernos pañal lo vamos perdiendo, y luego tenemos que recuperarlo. Por increíble que parezca, se puede “enseñar” a un bebé a no usar pañales desde el mismo momento en el que nace, de hecho, hay muchas culturas que no los usan, y para ello se requiere un elevado grado de conexión con tu bebé, y prestar mucha atención a las señales que te muestre.


   Para más información sobre el método “Sin Pañal”:



   Para mí ya fue tarde para aplicar este método, y como no me convencía ninguno sobre los que leí, decidí que lo haría a mi manera. Sin prisas, sin presiones, esperaría hasta que mi peque me dijera que ya era el momento, hasta que supiera lo que es pipí y caca y supiera decir cuándo lo estaba haciendo y cuándo tenía ganas de hacerlo.


   Y entonces me asaltó de nuevo el pánico: “¿Y si tarda mucho? ¿Y si ya tiene más de 3 años y aún no le ha llegado el momento? ¿Y si la gente empieza a decirme, o lo que es peor, a decirle cosas negativas al respecto? Dicen que para cuando empiezan en educación infantil es obligatorio que ya no lleven pañal”...


   Pero me dije a mí misma que la única solución para afrontar esto era, sencillamente, que lo que dijeran y pensaran los demás, me la soplara, me viniera al fresco y me importara medio comino. Tenía dos opciones: esperar a que mi peque estuviera preparado, fuera cuando fuera, o forzarle y atenerme a las consecuencias. ¿Y qué consecuencias puede haber? Pues desde terminar haciendo que la cosa se alargue más de lo que lo hubiera hecho de otra forma más respetuosa, hasta ocasionarle algún trauma o trastorno, depende de lo "bestia" que sea el método empleado.


   Con respecto a la guardería o al colegio, si me ofrecían “enseñar” a mi gansi, simplemente diría “no, gracias”, porque ellos tienen su método, que no tiene por qué coincidir con el que yo haya elegido, y si para entonces aún no está preparado y tienen que andar cambiándole el pañal, pues lo tendrán que hacer, sintiéndolo mucho. Nadie tiene derecho a presionarnos, esto es cosa nuestra, y es cuestión de ponerse firme.


   (Por cierto, un dato curioso es que, aparentemente, los bebés que usan pañales de tela aprenden a usar el baño antes que los que usan pañal desechable. No tengo ni idea de por qué sucede, pero parece que es así.)


   Y cuando lo tenía todo tan claro, todavía no sé lo que pasó, si fue algo que yo hice, o tuvo que ver que usara pañales de tela, o simplemente que la suerte me sonrió, pero no necesité quitarle el pañal a mi gansi. Un día, con poco más de 18 meses, aprendió a quitarse el pañal (me venía con el culete al aire y con el pañal en la mano) y empezó a no querer que se lo pusiera, y a avisarme cuando quería hacer pipí y caca (a veces cuando ya se lo había hecho, suerte que era verano), sin que se lo hubiera enseñado nadie. En este caso la que no estaba preparada era yo, me parecía prontísimo, pero tampoco quería ponerle un pañal en contra de su voluntad. Conste que no los quería ya ni de tela ni desechables. Así que, dejándome boquiabierta y perpleja, y con una preciosa colección de pañales de tela abandonados, la tan temida operación pañal pasó ante mis ojos sin método y sin traumas, y no podría sentirme más afortunada, aunque todavía no me lo puedo pasar a creer.


 Imagen de http://remorada.com/2013/07/22/operacion-panal/

   (Sí, mi peque también se despide de sus cositas...)

domingo, 24 de noviembre de 2013

Y yo que creía que (6) quedarse embarazada era fácil

   “Pero si basta con una vez, si todas las embarazadas que conozco se han quedado a la primera, o accidentalmente. Vamos, que todas esas series de adolescentes que toman la píldora, usan preservativo y aún así se quedan preñadas de una vez, no pueden estar equivocadas (no exagero, he visto series así, y pretendían ir en serio), por no hablar de todos los casos de embarazos adolescentes indeseados en los que las pobrecillas no sabían lo que hacían esa única y exclusiva vez. ¡Será mejor que tenga mucho cuidado! No sea que mi pareja, con un soplidito, me preñe antes de que esté preparada.”

   Así de fácil pensaba yo que era quedarse embarazada. Y es que estos casos de gente que se lleva años buscando sin conseguirlo me parecían una minoría. “No, si eso es que hay algunas personas raras que son infértiles o empiezan a buscar muy mayores, y al final se tienen que hacer la in vitro o adoptar”.

   Parece ser que hay cierta vergüenza en decir abiertamente: Pues sí, llevamos ya unos meses intentando ser padres. Posiblemente, porque siempre va a haber alguien que de por sentado que la pareja tiene algún problema de fertilidad, o que presione cada vez que les ve preguntando: ¿Aún nada? O que les suelte, inflando el pecho como un palomo: ¿Ah si? Pues yo me quedé a la primera, y eso que usaba anticonceptivos, no sé ni cómo pasó, si es que soy taaaan fértil, y mi marido... ¡un tigre!, vamos que donde pone el ojo, pone la bala ¡qué machote!...



 "Soy machoman, y te preñaré sólo con mirarte una vez"


   Por eso, como según todos los que conocía, era algo tan básico, la ecuación parecía sencilla: óvulo (todos los meses hay por lo menos uno, eh) + espermatozoide = embarazo seguro, y embarazo = bebé.

   Lo primero en que descubrí que me equivocaba fue, tras la historia de mi primer huevito, la última parte de la ecuación. Y en mi periplo por averiguar qué podía haber fallado, aprendí cosas sobre la fertilidad que me sorprendieron, francamente.

   Para empezar, la mayoría de esas historias de “a la primera”, tenían que ser, estadísticamente, falsas o exageradas, ya que para que se produzca un embarazo tienen que coincidir bastantes factores, y otros tantos para que el embarazo prospere.

   Lo normal es que ovulemos una sola vez al mes (en ocasiones ninguna, especialmente cuando vamos teniendo más edad, o los tan comunes quistes ováricos), y que esta vez se produzca prácticamente siempre en el mismo momento de nuestro ciclo menstrual, si es que éste tiene cierta regularidad (cierto es que se dan circunstancias en que esto sucede de otra manera, pero no quisiera extenderme demasiado con la explicación). Una vez que ovulamos, el óvulo sólo vive entre 12 y 24 horas, aunque como el esperma tiene una esperanza de vida, dentro de nuestro cuerpo, de varios días, podríamos decir a groso modo que sólo somos fértiles aproximadamente una semana al mes.

   Pongamos que hemos hecho coincidir en tiempo y en espacio nuestro óvulo con un esperma lo bastante fértil y activo como para alcanzarlo con éxito, y que se ha producido la fecundación. Pues ahora toca que ese óvulo fecundado se implante exitosamente, para lo que, de nuevo, tienen que suceder diversos acontecimientos, entre ellas de índole hormonal.

   Suponiendo pues que el óvulo fecundado se implante en un ambiente “chachi”, y que nuestras hormonas hayan permitido que la fase lútea de nuestro ciclo tenga la duración adecuada, ahora queda esperar que no ocurra ningún “error fatal” (incompatible con la vida o con el crecimiento) en alguna de las miles de millones de divisiones celulares que tendrán lugar para que el feto crezca.

   Vamos, que hay muchísimas cosas que pueden fallar. Y teniendo en cuenta todo esto, lo que parece sorprendente es que consigamos quedarnos embarazadas a pesar de ello. Así que dedico un mensaje a todas aquellas premamás angustiadas por una búsqueda infructuosa, agobiadas por haber sufrido alguna (o varias) pérdidas, o incluso al borde de la depresión por no haberse quedado “a la primera”, ya preguntándose si es que les pasa algo malo:

   No creáis ni la mitad de lo que os dicen las embarazadas “a la primera” de vuestro entorno (algunas habrá, pero otras muchas no). No os sintáis avergonzadas ni infértiles (de hecho, no hay vergüenza alguna en ser infértil, qué caramba). Sois completamente normales. Lo normal es que se tarde un tiempo en hacer coincidir tantos requerimientos. Y sobre todo, relajaos, porque el estrés no hará más que empeorar las cosas, alterar vuestros ciclos y vuestros niveles hormonales, y no temáis haceros un saludable chequeito médico de vez en cuando.

   Y en nuestro caso, pues sí, queríamos ser padres algún día, y más bien pronto que tarde. No es que buscáramos muy activamente, sino que simplemente no poníamos cuidado, así que en algún momento tenía que suceder, y sucedió.


"¿Ah si? Pues yo a la primera las 11 veces..."

viernes, 15 de noviembre de 2013

¡Fiesta!

   Esta semana estamos de celebración familiar. Nos vemos la semana que viene con un nuevo "Y yo que creia que". 

   ¡Gracias por tu paciencia!



 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Cosas de niños

   Cuando era gansa premamá me ponía de los nervios que alguien dijera la frase “son cosas de niños”. Me parecía una manera absurda de justificar el mal comportamiento y la mala educación de los hijos de los demás. Realmente ¿existen las “cosas de niños”?

   Pues personalmente creo que sí, que hay determinados comportamientos que son propios de las diferentes fases de madurez por las que se atraviesa en la infancia, y que ya no son tan esperables cuando se va alcanzando cierta edad, y es papel de los padres el actuar y atender la necesidad que el peque esté expresando en ese momento, en lugar de mirar para otro lado y al que le moleste decirle “es que son cosas de niños”.

   Pienso que hay que tener la mayor empatía posible con nuestros hijos, y tratar de encontrar la causa de su actitud, sin dar por sentado que simplemente “se está portando mal” y hay que corregir eso, ni desentenderse del perjuicio ajeno que se puede estar causando.

   A veces parece que tendemos a esperar que los niños se comporten como pequeños adultos, y que entiendan lo antes posible las normas de convivencia. Que no toquen, que no ensucien, que no interrumpan las conversaciones, que no levanten la voz... Pero esto requiere un grado de madurez que nuestros pequeños muchas veces no tienen.

   ¿Cómo podemos esperar que un bebé entienda que en ciertos sitios se espera que esté callado y quieto, o que ese objeto brillante y colorido que está al alcance de su manita no se debe tocar?

   “Pues mi peque será el más bueno del mundo. Yo le explicaré todo con cariño y cuando vaya a visitar a alguien se sentará en silencio, sonriente, y no tocará nada sin pedir permiso”... Ya, claro, se convertirá en un muñeco de trapo y volverá a cobrar vida al llegar a casa ¿no? Ayyyy, gansa premamá...




   Si tratamos de forzar a los niños para que tengan comportamientos de adulto antes de estar preparados para ello, ¿lo van a entender? ¿Van a saber qué es lo que han hecho mal, por qué se han enfadado papá y mamá o por qué no puede hacer ciertas cosas?. ¿No corremos el peligro de coartar el desarrollo del niño?

   Los niños, para aprender y para desarrollarse, necesitan moverse, tocar, experimentar, jugar, reír, gritar, correr, caerse, saltar... El conflicto aparece cuando estos actos se dan en situaciones impropias, que pueden ocasionar una molestia para los demás, y ahí es cuando debería entrar en acción el papel mediador de los padres, desviando la actividad de los niños para que no perturbe la armonía convivencial, sin coartar su libre desarrollo, hasta que estén preparados para entender y asumir las normas de convivencia.

   Pero esto no es tan sencillo, sobre todo para una primeriza, que se puede encontrar con que su precioso angelito se ha puesto en modo “gremlim recién mojado” en el momento más inoportuno, y mira con cara de poker a su alrededor, para encontrar miradas de desaprobación que no hacen más que aumentar su inseguridad.

   Y así me he visto yo en más de una ocasión, preguntándome “¿y ahora qué hago?” mientras mi gansi se retorcía como la niña del exorcista. Y como todavía me queda muchísimo que aprender, voy a relatar algunas situaciones típicas, para ver si alguien me puede dar algún consejo sobre cómo actuar en esos momentos.

   Situación 1: comida en grupo. Nunca me ha importado que mi gansi meta las manos en la comida y se embadurne. Problema: pretende “guarrear” con la comida de los demás y lo pone todo perdido en su intento de autonomía a la hora de comer. Lo que yo hago es asegurarme de que tiene a su alcance su propia ración de “comida embadurnable”, y si esto falla, pruebo con otras maniobras de distracción, a la vez que intento limpiar lo antes posible el desastre que va armando. Una buena idea es usar baberos que protejan la mayor superficie de ropa posible, y poner a su alrededor unas especies de mantelitos desechables, donde vayan cayendo todos los restos de comida, facilitando su recogida. He de aclarar, por supuesto, que con el tiempo cada vez guarrea menos.

   Situación 2: visita a una casa ajena o establecimiento comercial. En mi casa intento que todo lo que hay a su alcance se pueda tocar, pero claro, en las casas ajenas no es fácil conseguir que no quiera experimentar con algo que le llama la atención, y la frasecita “se mira, pero no se toca”, no es apta para edades tempranas. Así que intento darle algo llamativo que sí pueda tocar o centrar su atención en algo que le pueda parecer interesante y sí esté permitido, aunque reconozco que se genera bastante estrés.

   Situación 3: hiperactividad en lugar en que se espera silencio, como una consulta médica o una reunión. Lo más probable es que el chsssst no surta efecto, así que abandonamos la sala, ya que supongo que si mi peque se cansa o se aburre, obligarle a seguir allí en silencio puede ser toda una tortura.

   ¿Qué otras situaciones conflictivas se os ocurren y cómo las habéis solucionado? Con muchísimo gusto tomo nota.



domingo, 3 de noviembre de 2013

Lo que te cuentan y lo que no

   Respecto a la concepción, el embarazo, el parto y la crianza, siempre hay cosas que te cuentan (aquello que aparentemente “lo sabe todo el mundo”) y cosas que no. Una vez que vives la magia de la maternidad en tu propia piel, te das cuenta de que muchas de las cosas “que te cuentan” no se corresponden exactamente con la realidad que estas viviendo, y descubres cosas que ni imaginabas que serían así, y algunas de ellas hubieras agradecido que alguien te hubiera prevenido al respecto.

   Mucho de lo que no se cuenta se mantiene en silencio porque no son temas agradables. Si se andubieran contando todos los aspectos negativos de la maternidad, sería desalentador para quien ansía tener hijos. Además, muchas veces, las cosas buenas hacen que las malas pierdan importancia.

   Hay vivencias de lo más curiosas. Yo me hice fan de esta muchacha por estos vídeos, aquí los dejo para quien se quiera echar unas risas: 






   No se trata de demonizar la aventura de la maternidad, aunque tampoco de idealizarla, pero por mucho que leas, te informes, y por mucho que conozcas a madres en tu entorno cercano, nunca tendrás una idea exacta de lo que te espera, hasta que no lo vivas en tus propias carnes. Y es que cada caso es distinto, porque están implicados multitud de factores, haciendo que puedas vivir una experiencia completamente distinta a la que vivió tu vecina o tu prima que también fue madre hace poco, y que tampoco será igual si tienes otro hijo más adelante. Voy a contar sólo algunos ejemplos (porque si no este post no tendría fin), de mi experiencia personal.

   Sobre la concepción:
  Me contaron que había mujeres que se quedaban embarazadas con más facilidad que otras. No me contaron que había tantísimas cosas que podían salir mal, que existiían tantos factores involucrados en la concepción. Me hubiera gustado que me contaran más acerca del funcionamiento de mi propio cuerpo, todas las cosas que sé ahora sobre los ciclos, la fertilidad, la ovulación...

   Sobre el embarazo:
  Me contaron que mi cuerpo cambiaría, y que sentir a mi bebé iba a ser una experiencia asombrosa y emotiva. No me contaron que me iba a resultar tan difícil encontrar una postura cómoda para dormir por la noche, y me hubiera encantado que me advirtieran de que iba a experimentar todos esos miedos, que todas las precauciones (innecesarias muchas de ellas) me iban a parecer pocas, y que si algo tenía que ir mal, podía suceder en cualquier momento, por mucho que intentara encerrarme en una nubecita de algodón.

   Sobre el parto:
  Me contaron que me iba a doler muchísimo, y que en cualquier momento podía terminar en el quirófano. No me contaron que mi cuerpo estaba tan bien preparado para soportar eso (porque tengo una tolerancia al dolor bastante baja, sobre todo en ciertas partes). Me hubiera gustado que me contaran que, aunque muchos partos son complicados, quizá no son tantos como yo siempre había creído, ya que lo normal es que todo transcurra sin problemas, siempre que se deje al cuerpo seguir su curso natural, sin inducciones, acelerantes, ni instrumentaciones innecesarias.

   Sobre la crianza... ufff podría hablar de tantísimas cosas:
  Me contaron que iba a haber momentos difíciles, y que se me caería la baba viendo crecer a mi peque. No me contaron que mi bebé iba a necesitarme tanto, tanto, tanto, y que este sentimiento seria mutuo, ni que podía preocuparme y sufrir así por otra persona. Ni que aunque todo pareciera ir mal, y el cansancio me pudiera, una sola sonrisita de mi bebé bastaría para alejar todo lo malo y alegrarme el día por completo. Me hubiera gustado que me contaran... bueno, oro hubiera pagado por la mitad de lo que sé ahora, y eso que aún me queda un montón por aprender. Sobre todo, aquellas cosas que al principio me quitaban el sueño y que ahora sé que son normales, y que soy capaz de hacer más de lo que creía, que puedo confiar en mí misma, que tengo que escuchar más a mi instinto y menos a los demás.


domingo, 27 de octubre de 2013

Lo que aprendí de la regla tras el parto

   Pues con casi 30 años que fui madre, ni con mis conocimientos de cultura general, ni con tantos estudios como he ido acumulando, sabía qué pasaba con la regla una vez que se daba a luz, y no me explicaba cómo era esto posible. Quizá nunca me paré a pensarlo, o dí por sentado que no pasaba nada extraordinario.

   Por difícil que resulte creerlo, nadie me lo había explicado nunca, ni siquiera el tema de los “loquios”, que lo aprendí en las clases de maternidad (fuerte, ¿verdad?). Así que la gansa premamá sólo pensaba: “¡Bien! 9 mesazos sin regla, luego todo será otra vez como antes”.

   Realmente me emocionaba la idea de estar 9 meses sin tener la regla, porque toda la vida he tenido unos dolores menstruales muy fuertes, que muchas veces no se aliviaban ni con medicación, y en más de una ocasión me han dejado un día entero sin poderme mover de la cama y retorciéndome de dolor. Así que librarme de este sufrimiento durante 9 meses me parecía maravilloso.




   Y ahora tomen asiento las premamás que, como yo por aquel entonces, no sepan qué les espera tras esos benditos meses de amenorrea, porque me dispongo a exponer, con toda la franqueza y lujo de detalles que el tema merece, el proceso que experimenta esta parte de nuestra feminidad sobre la que, aún a día de hoy, existen tantos tabúes.

   “¿Y qué me va a pasar una vez que nazca mi bebé?” Pues en palabras llanas: todas las reglas de las que te has librado, las vas a tener de golpe. En realidad, tendrás lo que se conoce como “loquios” (más información), durante alrededor de 40 días (la famosa “cuarentena”).

   “¿Y luego? ¿A los 28 días otra vez mi regla fabulosamente regular?” Pues... no. La regla puede tardar en volver. “¿Cuánto?” Depende de cada cuerpo, y sobre todo, depende de si das el pecho o no.

   Si no das el pecho, puede tardar varios meses, y si lo das, lo más probable es que tarde mucho más. Aunque siempre existen excepciones, la lactancia inhibe la menstruación durante meses, o incluso años.

   Es más, se puede utilizar la lactancia como método anticonceptivo bastante fiable (aumentaremos aún más la fiabilidad si controlamos otros parámetros como la temperatura basal y el flujo vaginal, siguiendo el  método sintotérmico). Al uso de la lactancia como método anticonceptivo se le conoce como MELA.

   Aunque es complicado estimar alrededor de cuándo regresará la menstruación si damos el pecho a nuestro bebé, por comentarios con otras madres he calculado que la media debe estar alrededor de los 9 meses tras el parto, pero es perfectamente normal que tu bebé tenga más de 2 añitos y todavía no te haya venido, igual que existen casos en que, aún dando el pecho a completa demanda, tarda mucho menos en aparecer.

   Como la lactancia, por desgracia, no está hoy en día tan extendida como debería, y menos aún la lactancia después de los 6 meses de vida del bebé, muchas mujeres que se animan a dar el pecho se sorprenden, e incluso se asustan o se preocupan, cuando su regla tarda varios años en regresar.

   Si no piensas tener otro bebé aún, la amenorrea son todo ventajas. En caso contrario, la nueva búsqueda se puede volver bastante frustrante, ya que, aunque volvamos a tener la regla, es posible que los primeros ciclos sean anovulatorios.

   Una vez que vuelve, además, es probable que pase un tiempo hasta que recuperemos nuestra regularidad anterior. La parte buena es que, por lo general, suelen desaparecer las grandes molestias que algunas mujeres sufrimos durante los primeros días del ciclo. La parte mala es que, por lo general, esa primera regla suele "desbordar" nuestras espectativas. En mi caso, espero que la cantidad no sea proporcional al tiempo de amenorrea, porque a este paso voy a terminar recreando la escena del ascensor de la películo "El resplandor".

   Pues sí, a día de hoy, hace casi 33 meses desde la fecha de mi última menstruación. Confieso que estoy encantada (a mi que me parecía una maravilla librarme de ella 9 meses). Si alguna vez lo comento a alguien (aunque no es asunto de nadie), se suelen sorprender e incluso preocupar. Lo bueno es que lo puedo utilizar como escudo cuando los metomentodos me presionan para que vaya a por el hermanito (aunque debería bastar con decir que simplemente no me da la gana).

   El caso es que, aunque puede que me equivoque, todo parece indicar que pasarán meses antes de que vuelva a saber a qué huelen las nubes...



domingo, 20 de octubre de 2013

Dar el pecho en público

   Soy una persona extremadamente pudorosa, jamás de los jamases he hecho toplesss y no suelo llevar mucho escote ni transparencias, así que cuando tuve a mi bebé, me faltaban cortinas y vigilantes en el hospital para aislarme mientras le daba el pecho.


   Nunca había tenido clara la forma correcta de comportarse ante una madre que da el pecho, ya que es un espectáculo hermoso de contemplar, pero siempre había temido que las miradas incomodaran a la mamá, ya que yo no estaba muy a gusto con la idea de que me estuvieran observando las tetillas, y me parecía admirable la facilidad con la que algunas mujeres se sacaban el pecho para ofrecérselo a su criatura, con una naturalidad pasmosa.


   Cuando venían visitas (y el primer mes postparto normalmente se reciben muchísimas), lo pasaba fatal, incluso trataba de evitar alimentar a mi peque hasta que se fueran, lo que casi siempre era tarea imposible, ya que mi gansi pasaba, en cuestión de milisegundos, del plácido sueño al modo “alarma nuclear”.


   Lo que peor llevaba, sin duda, era dar el pecho delante de familiares y amigos, y aún más si no se cortaban de quedarse embobados y para colmo hacer comentarios del tipo: “¡Hey! ¡Qué buen pezón te ha sacado!”

 "Aguanta reina..."


   Y así me pasé varios meses, escondiéndome tanto en la calle como en mi casa, ya que me retiraba a otra habitación cuando tenía invitados. Incluso me indignaba que en los lugares públicos no hubiera sitios habilitados para dar el pecho, como salas de lactancia en centros comerciales. Llegué al punto de plantearme sacarme mi leche y dársela en biberón a mi peque, cuando estuviéramos en la calle...


   Hasta que un día me harté, aunque no sabría decir cuándo, e hice la siguiente reflexión: si pretendes darle el pecho a tu bebé a libre demanda, te vas a tener que sacar la tetilla allí donde te pille, cuando te pille, y el que no quiera, que no mire. Y tratando de ser lo más discreta posible, empecé a darle de mamar en la consulta del médico, en los bares, en los bancos de la calle, etc, y dejé de una vez de esconderme en el servicio, rezando porque hubiera sitio suficiente (y tapa del váter) y, sobre todo, porque estuviera mínimamente limpio, aunque por muy limpio que esté, comer en un servicio no es agradable para nadie.


   Y justo cuando estaba superando por fin mis propias barreras, me topé con otras: los prejuicios de los demás. Pues sí, resulta que hay gente a la que le incomoda, hasta el punto de parecerle una indecencia, el ver a un bebé mamando (no se sienten así si lo ven tomando biberón, claro), aunque intentes ser discreta, aunque enseñes menos que lo que se ve con un escote estándar, sólo pensar que lo que hay detrás de esa cabecita es un pecho desnudo ya hace saltar las alarmas.


   Les parece desagradable, y lo comparan con hacer de vientre en público, como si fuera lo mismo, cuando para conseguir ver algo tienen que prestar buena atención, y si se centraran en sus propios asuntos, ni siquiera se darían cuenta.


   Piensan que si lo ven sus hijos, se van a traumatizar, pero no les pasará nada si ven en una revista o en la tele a una mujer en ropa interior o prácticamente desnuda.


   Esta chica lo explica mejor que nadie, lo que siento es que esté en inglés, para quien no se maneje… 





   Y no hablemos ya cuando la criatura empieza a tener una edad que esta sociedad considera que no es adecuada para estar tomando el pecho. Si tengo que oír de mi propia madre “tan grande y tomando tetita”, qué no voy a oír de personas extrañas que gustan de meterse en las vidas ajenas.


   En más de una ocasión, he tenido que negarle el pecho a mi peque cuando me lo ha pedido, porque estábamos en la calle y no quería enfrentarme a los reproches, miradas y críticas ajenas, y me he sentido terriblemente mal por ello. ¿Cómo se lo explico cuando me mire con esa carita de “por qué no, mami”? ¿Por qué le digo que en la calle eso no se hace? ¿Porque es algo malo, quizá? ¿Hace daño a alguien, en realidad?

Parece que para poder ejercer lo que es nuestro derecho y el de nuestros hijos hemos de salir armadas con una retahíla de explicaciones y argumentos para nuestra defensa, por si nos llaman la atención, porque hay quien se permite ese lujo, incluso se creen en posesión del derecho de echar a una persona de un lugar por dar el pecho a su bebé (de nuevo me remito al ejemplo de lo que pasó en Primark).


   Podemos, como alternativa, usar lo que yo llamo “Burkas de amamantamiento”, si es que crees que tu peque va a estar cómodo así (ya te digo yo que lo más seguro es que no, ¿lo estarías tú?), y haciendo esto lo que consigues es perpetrar el estereotipo de que el amamantamiento es algo que hay que ocultar.




   
   Y es que nos enfrentamos a un gigante, hay una mentalidad de doble moral demasiado extendida en nuestra sociedad, y la práctica de dar el pecho, por desgracia, parece que se ha hecho minoritaria.


   En tanto esto no cambie, no tenemos más remedio que tener las cosas claras: Que podemos y debemos darle el pecho a nuestros hijos, cada vez que lo necesiten, da igual donde estemos, y que en más de una ocasión tendremos que sacar “nuestras armas”.


   ¿Y qué hacer si nos dicen algo? Aquí un claro ejemplo.




domingo, 13 de octubre de 2013

Lo que aprendí sobre sujetadores y discos de lactancia

   Seguramente habré comentado que cuando era gansa premamá no estaba segura de que le fuera a dar el pecho a mi peque, sólo pensaba “intentarlo”, así que no creí que un sujetador especial para lactancia fuera algo que necesitara imprescindiblemente, por no mencionar que los que había visto alguna vez me habían parecido horrorosamente feos y bastante caros. Además, muchas mujeres al quedarse embarazadas, lo primero que notan es un aumento más o menos considerable del volumen de sus pechos, y los míos estaban como si nada, así que pensé que con mis sujetadores de toda la vida me apañaría.


   Lo que sí había escuchado es que los pechos lactantes rezumaban leche, y que era recomendable usar discos de lactancia durante un tiempo. Pues bien, con lo que sabía o creía saber, recibí a mi peque metiendo en mi bolsita para el hospital uno de mis sujes push up favoritos y dos pares de discos de lactancia (facepalm).


   Iré por partes. El pecho después de dar a luz, aparte de ponerse más sensible, normalmente experimenta un considerable aumento de volumen (en algunas mujeres más que en otras), aunque no lo haya hecho durante el embarazo, cuando se produce lo que se conoce como “subida de la leche”. Yo, que soy de poquito pecho, me miraba en el espejo y no me reconocía, parecía que me acababan de poner implantes, y por supuesto no había manera de conseguir que aquellas lolas entraran en mis sujes, por no mencionar que un sujetador con aros (y/o con relleno) es incomodísimo para estos casos, y que en los primeros meses de lactancia se te puede destrozar la ropa interior, de tanto manipularla y lavarla.


   Así que, después de mi experiencia ¿recomendaría usar sujetadores de lactancia? Pues sí y no. Me siguen pareciendo feos, la verdad, aunque ya han salido al mercado algunos modelos algo más coquetos, con bordaditos y todo. Lo que sí reconozco es que son lo más cómodo, y los hay hasta con relleno, para quien aún quiera verse más pechugona, aunque en mi caso ya me veía lo bastante exuberante.



 Imagen de lacorsetera.com



   Hoy en día, se pueden encontrar fácilmente no sólo en tiendas especializadas de lencería, sino en cualquier gran superficie de ropa tipo carrefour, H&M, etc…




   En mi caso, lo que yo hice fue salir corriendo irremediablemente a surtirme de lo que descubrí que era una alternativa bastante buena: sujetadores sin aros ni relleno, de los más simples y baratuchos que encontré, y un par de tallas mayor que los que usaba normalmente. Esta alternativa es lo suficientemente cómoda, ya que permite descubrir el pecho fácilmente, y viene bien a quien no quiere o no puede gastarse tanto dinero en estos menesteres.


   En cuanto al tema de los discos, yo no diría que son necesarios, diría que son imprescindibles si no queremos terminar con la ropa chorreando. Lo que sí es cierto que probablemente no haga falta meterlos en la bolsa de maternidad, porque la subida de la leche es posible que tarde varios días, y el calostro no suele manchar la ropa.


   Mi error: Pensar que tendría suficiente comprando una sola cajita de discos. ¿Cuántos discos hacen falta entonces? Pues muchos, en realidad… Todo depende un poco de la mujer, algunas dejan de manchar los discos al cabo de dos o tres meses de lactancia, y en mi caso aún los necesitaba tras más de cinco meses. Teniendo en cuenta que se cambian a diario, y algunos días varias veces, cuando están empapados, una caja como las que yo compraba dura menos de un mes, así que echen cuentas, alrededor de 6 pavos la caja…


   ¿Hay una alternativa más económica? Pues la descubrí, por desgracia, ya demasiado tarde, pero si tengo otro bebé algún día será lo que use: discos de tela. Con dos o tres pares yo diría que es suficiente, se pueden lavar rápidamente a mano y tenderlos para tenerlos listos en poco tiempo, y además hay diseños bastante molones, por no hablar de que son ecológicos, claro, que nunca nos paramos a pensar en la cantidad de residuos que genera el puerperio...


 Imagen del blog Porteo natural