domingo, 25 de mayo de 2014

La importancia del ejemplo

   Cuando era Gansa Premamá pensaba que a los niños había que hablarles mucho, explicarles todo con muchas palabras, que así era como aprendían, a base de muchísimas explicaciones. Después entendí que un exceso de palabras puede ser incluso contraproducente, que los niños se lían, y que lo que necesitan no es que les demos un míting y les pongamos la cabeza como un bombo rociero cada vez que queremos que no hagan algo o que lo hagan de una determinada manera, lo que ellos necesitan son ejemplos.


   Ya pude constatarlo durante los años que pasé trabajando en el mundo de la enseñanza, cuando veía a mis alumnos dormirse sobre los libros, subrayarlo todo incapaces de diferenciar la información clave de la accesoria, y distraerse durante las explicaciones, y sin embargo, soltaban un “aaaaah” (tradúzcase como “ahora lo pillo”) ante los ejemplos, que cuanto más gráficos, cercanos y palpables, más calaban.


 "Menudo tostón..."

   Pero claro, tienen que ser ejemplos que puedan entender. Si quiero estimular a mi peque para que lea a base de que me vea leyendo, tendrá que tener una edad mínima para entender qué es lo que estoy haciendo (igual un recién nacido sólo es capaz de captar que su madre no le está prestando atención en ese momento), y mejor un libro físico que un ebook, que les constará más diferenciarlo de cuando miramos el móvil o la tablet. No sé si es el mejor ejemplo, la cosa es que sea algo que puedan entender según su edad.
   
   Y es que a nuestros hijos no sólo hay que darles ejemplo, hay que SER ejemplo para ellos. Que nos vean comportarnos tal y como nosotros esperamos que se comporten ellos. Y haciendo esta reflexión me di cuenta de que muchas veces, sin querer, mandamos a nuestros hijos mensajes contradictorios.


   Siempre le digo a mi Gansi que no hay que gritar, que las cosas se pueden decir con calma y en voz baja, pero algunas veces me pongo nerviosa, me supera la situación, y le levanto la voz, incluso si ser consciente de que lo estoy haciendo. Y sé perfectamente que no se debe hacer, que sólo se debería gritar a los niños para advertirles de un peligro grave e inminente, que es lo que vienen programados para interpretar cuando nos oyen chillar, y por eso se asustan tanto y lloran (aunque si se acostumbran a los chillidos, al final ya pasan del tema). De hecho, no es raro que un niño al que se le chilla de forma habitual, luego en la calle salga corriendo sin mirar que se está acercando a una carretera por la que viene un coche, su madre le chille para advertirle que tenga cuidado, y el niño haga como quien oye llover, lo que la madre termina interpretando como que es un desobediente.


   Pues si bien me di cuenta del cuidado que tenía que tener con lo que decía, también debía cuidar lo que hacía, y si quería que mi Gansi aprendiera que en la mesa hay que estar correctamente sentado mientras uno come, se acabaron las cenas repanchingada en el sofá con los pies sobre la mesa y el plato en el regazo, y cuidando también que no se me olvidara traer nada, para no estar todo el rato levantándome y dando paseos a la cocina.


   Pongo también mucho énfasis en que se de cuenta de que siempre saludo cuando me cruzo con algún vecino (sí, soy la vecina “que siempre saludaba”, interprétenlo como quieran), y le pido a mi peque las cosas por favor y le doy las gracias, aunque tiene un pequeño lío con cuándo se debería decir “gracias” y cuándo se dice “de nada”, pero estamos en ello.


   Y una de las cosas para mí mas importantes, y sobre la que ya me extenderé más adelante, es que no apoyamos la violencia, y como no queremos que pegue, nosotros no le pegamos. No entro a juzgar a quienes apoyen la teoría del cachetito, aunque como digo, otro día me extenderé porque el tema da para largo, pero independientemente de que se esté a favor o en contra, una de las cosas más chocantes con las que me he encontrado en mi vida, es la imagen de una madre en el parque que ve cómo su peque le escupe a otro niño, le tira del pelo y le da una patada a la vez que le grita “¡Giipoñas!”, a lo que la madre responde corriendo hacia su hijo, dándole un bofetón y chillándole “¡Te he dicho un millón de veces que no se pega ni se dicen palabrotas, co*ones!”, a la vez que se lo lleva del parque arrastrándolo por los pelos.


   Una vez leí una frase que me hizo mucha gracia, creo que era de Carlos González, que decía algo así como que si se lo ha explicado al niño 20 veces y no lo ha entendido, el problema no es el niño, es usted. Pues sí, en este caso el niño no va a aprender por más veces que se le diga, y no porque sea un ceporro, sino porque no se le está dando el ejemplo adecuado.


   Me parece tan triste cuando veo a padres reñirle a sus hijos por hacer o decir cosas que ellos mismos hacen o dicen delante suyo, o simplemente por comportarse de la misma forma que ven a sus padres comportarse con ellos o con otras personas... 


 Video "Children see, children do"



   Y una de las cosas que siempre me ha molestado, por no decir que me toca las narices, es que se les mienta a los niños, aunque sean pequeñas mentiras piadosas para conseguir que hagan lo que queremos. 





     No quiero que mi Gansi me diga mentiras, así que no me gusta mentirle, aunque es una práctica habitual y que se hace sin mala intención, pero a mí cada vez que su abuela o quien le estuviera cuidando, para conseguir que se montara en la silla del coche, le decía que íbamos al parque o que le iba a dar una chuche, me llevaban los demonios.


   Cuando los niños están entretenidos con algo y se lo están pasando bien, es una lata que les corten el rollo y les cambien la actividad, aunque a veces sea necesario, como cuando se hace tarde y hay que salir de un lugar o ir a alguna parte. Por eso lloran cuando te los llevas de un sitio en el que se estaban divirtiendo o estaban a gusto, y es ahí cuando te viene la tentación de “le voy a decir esto, aunque no sea verdad, para que no se lleve el sofocón”, y puede que tengas suerte y no se acuerde más tarde, o puede que sí.


   A mi Gansi todo aquello que le prometas, es mejor que lo cumplas, porque se acuerda de todo, incluso de un día para otro. Uno esperaría que un peque de dos años que se va a la cama porque le dices “venga, a descansar, que mañana tenemos que levantarnos temprano para hacer recados y luego paramos donde los cacharritos para que te montes”, a la mañana siguiente no se acuerde, no que se despierte saltando de emoción y diciendo “¡Cachaitos! ¡Cachaitos!”...


   Y también se que es común que los padres a veces caigamos en otro error típico, que a mí me ha pasado mucho, que es que cuando nuestros peques se hacen daño o se tropiezan con algo, cojamos el objeto en cuestión y le demos un golpecito diciéndole “¡tonto, tonto!”, como si un objeto inanimado tuviera la culpa de algo. Y luego nos sorprendemos de que cuando hacen algo mal le echen la culpa a lo primero que vean, o que cuando se frustren tiren lo que tengan en la mano llamándolo tonto. Si quiero que mi peque aprenda a ser responsable de sus actos, incluso de los que se hacen sin querer, no puedo enseñarle a culpar siempre a otras cosas o personas. Si te has tropezado con esa silla, pues ve con más cuidado y sin correr, y si te has hecho pupa en el pie porque has pisado uno de tus juguetes, pues recógelos para que no estén por el suelo...


   Así que me he convencido de que tengo que esforzarme, al menos delante de mi peque, en hacer que mis acciones sean reflejo de los valores que quiero transmitirle.

domingo, 18 de mayo de 2014

Eso no se toca

   “Cuando tenga a mi peque, le enseñaré desde el principio a no tocar nada sin permiso. Yo podré tener sobre mis muebles lo que quiera porque no lo tocará, y cuando vaya a otras casas de visita jamás tocará nada, si acaso pedirá permiso para hacerlo si ve algo que le llame la atención. Y por supuesto cuando vayamos de compras no tendremos ningún problema, porque sabrá que se mira pero no se toca. Ay, si es que estos padres de hoy en día no enseñan a sus hijos a no tocar...” A ver Gansa Premamá... ¿Por dónde empiezo?




   
   No puedes ni debes pretender que tu peque no toque nada, porque tocando con sus manitas, sus piececitos y su boquita, es como aprenden, sí, forma parte de su desarrollo. Los niños necesitan explorar, sentir texturas satisfacer su curiosidad...


   Pero antes de saber yo todo esto, pensaba que los niños sólo querían molestar, y que había que enseñarles. Por eso, la decoración de mi casa no cambió con la llegada de mi peque, y sólo me pasé al minimalismo y a esconder las cosas de valor , frágiles o peligrosas, tras unas cuantas pérdidas.


   Entre los valientes caídos destacan varios teclados, mandos, figuritas decorativas, “sabrosos” llaveros de goma, ideales para encías con dientes incipientes, y lo más doloroso, una tablet que no es que fuera el último modelo, de hecho iba un poco a pedales, pero era la que tenía.


   “Ah no, no, no. Si los niños están bien educados no tienen por qué tocar nada. No se debería quitar nada de su alcance, ellos deberían saber lo que pueden y no pueden tocar”. Pues quizá cuando sean más mayores, pero entre tanto no compensa tener que estar todo el día regañando y entorpecer su libre desarrollo. Para mí es preferible crear un entorno donde se puedan desarrollar en toda su amplitud, en el que todo se pueda mirar, tocar y manipular.


   Y una vez que se me metió en mi dura mollera que ya podía quedarme sin saliva diciendo “eso noooo, eso no se tocaaaa”, que no iba a surtir efecto, y que lo que necesitaba mi peque era tocar mucho, tocarlo todo, sentir y experimentar, empecé a redecorar, dentro de lo que me fue posible, y reconozco que me volví un poco loca comprando mecanismos para bloquear cajones y puertas.




   
   Sobre esto último diré que estos mecanismos, no es que no me fueran útiles, sino que mi gansi aprendió a abrirlos y cerrarlos mucho antes de lo que me hubiera gustado. De hecho, creo que no llegó nunca a asociar que aquello estaba allí para que no pudiera abrir puertas y cajones, sino porque eran parte de esas puertas y cajones, ya que un día con las prisas me dejé uno sin poner y vino corriendo (y no hacía mucho tiempo que sabía andar) a cerrarlo con sus manitas diciendo “¡eeeh! ¡eeeeeh!” (“Mamá, despistada, que te has dejado esta puerta sin bloquear. Trae que ya la bloqueo yo”).


   “Pero cuando vayas a otras casas de visitas ¿qué harás? ¿dejarás que tu peque lo toque y lo rompa todo?” Pues cuando vayamos a otros sitios, verá cosas que le llamarán la atención, y evidentemente querrá tocarlas, y ahí tendremos que poner en práctica nuestras mejores tácticas de distracción y entretenimiento, porque a todo el mundo no le hace gracia que un peque venga a su casa impoluta y se la deje llena de huellas de manitas y de babitas.


   Y no, no es nada fácil ir de compras con un peque. En una tienda hay miles de objetos bonitos, brillantes y nuevos, y es muy difícil que consigan entender por qué no deben tocarlos, y por qué no es buena idea correr por los pasillos. A medida que se hagan mayores lo irán entendiendo, pero hasta entonces nos veremos en más de una situación embarazosa, a veces cómica y a veces hasta surrealista. 


 Imagen de http://nadineatchia.blogspot.com.es/


   
   Lo único que puedo decir que me haya enseñado la experiencia para evitar que esto se produzca, es procurar que los peques estén lo más entretenidos posible, llevar un arsenalillo de pequeños juguetes en el bolso, o comprar uno en la tienda (del que quizá y con suerte se olviden una vez llegados a la caja), o ofrecer algo de comer (a ser posible algo que les dure bastante tiempo en las manitas y que no ensucie demasiado), aunque no siempre puede ser algo sano, pero como estamos hablando de ocasiones excepcionales, podemos hacer la vista gorda.


   Pero si ya es difícil de por sí, si los peques se sienten aburridos, cansados o desatendidos, aquello se puede volver misión imposible y se corre el peligro de caer en el: a ver qué hago, no hagas eso, pues hago esto, pues estate quieto, pues me frustro y me enfado, pues te chillo, pues lloro, pues me irrito contigo y te amenazo, pues me tiro al suelo...


   Si alguna vez has intentado ir a comprarte ropa con tu peque, te sonará la imagen de la mamá camaleón, con un ojo rebuscando su talla en una percha, y con el otro vigilando que su retoño no se dedique a arrancar etiquetas o a jugar al escondite entre los vestidos, o incluso a hacer de dependiente y “reorganizar” toda la ropa. Pues ahora métete en el probador y reza para que no te abran la cortina en el momento más inoportuno, o para que tu peque no se escape por debajo de la puerta en el momento en el que menos ropa llevas puesta.


   Y si la aventura de la tienda de ropa no te parece suficientemente emocionante, prueba a hacer la compra mensual. Y trata de ponerte en su lugar, con todas esas cosas tan divertidas con las que no puedes jugar... ¡ni siquiera con los juguetes! “Menudo aburrimiento, me voy a echar una carrera por el pasillo, verás que risa cuando mi madre venga detrás mío, a ver si me pilla”.


   No voy a decir que todo se soluciona sólo con paciencia y empatía, la verdad es que aún me queda muchísimo que aprender respecto al tema del tocar, no tocar. Hay que ver, más de dos años de experiencia y todavía no me han dado en carné de madre...

domingo, 11 de mayo de 2014

El proyecto de la guarde

   Cuando apunté a mi Gansi en la guardería nos dijeron que ese año iban a trabajar por proyectos, pero yo no tenía ni idea de a qué se estaban refiriendo. Parece ser que la cosa iba de que en lugar de realizar ellos un proyecto de centro o de curso, o yo que sé, improvisar sobre la marcha los contenidos que les enseñaban a los niños y las actividades que hacían, o lo que quiera que hicieran otros años, pues este año iban a seguir un proyecto ya elaborado por una editorial.

   Entendí que esto implicaría una mayor estandarización de contenidos y metodologías, y que habría una serie de materiales que darían a los padres, para involucrarlos en la enseñanza de sus hijos. Y fue cuando vi estos materiales que me dio por pensar en lo fina y difusa que es la línea que separa las competencias educativas de los centros de enseñanza y las de los padres.


   En mi opinión personal, las competencias en materia de educación y enseñanza de los padres son ilimitadas. Son éstos los que deben educar a sus hijos y transmitirles valores, pero a la vez, pueden enseñarles también materias más académicas, si lo desean (tanto con el objetivo de no escolarizarlos, como si están escolarizados). Es decir, si yo tengo, por ejemplo, conocimientos sobre matemáticas y me apetece hacer con mi peque una actividad que fomente su aprendizaje o le enseñe a sumar o hacer otras operaciones, y encima pasamos un rato divertido, no hay problema alguno en que así se haga. De hecho, en los folletos que nos iban dando en la guarde al principio de cada unidad, animaban a los padres a completar los temas que los niños abordaban en clase haciendo actividades con ellos, y daban incluso sugerencias.


 -"Má, el álgebra me ralla... ¿nos vamos a identificar insectos?"
-"Ya te digo..."

   Hasta aquí todo perfecto, ahora bien, con lo que no estoy de acuerdo es con lo contrario, con que los centros de enseñanza quieran ejercer competencias que yo opino que son exclusivas de los padres. Sé que hay muchas familias que no lo ven así, y que piensan que los centros de enseñanza se deben también ocupar de la educación de sus hijos (y así lo exigen), hasta el punto de que algunos se desentienden por completo de ello.

   Pero al igual que yo no voy por la calle diciéndole a la gente cómo debe criar a sus hijos, a mí tampoco me agrada que me lo hagan a mí. Por otro lado, comprendo que no es fácil encontrar una guardería o un colegio que apoye la crianza con apego, y que habrá padres inseguros que agradezcan cualquier tipo de guía que se les de, pero en mi caso, el librito que me dieron sobre cómo debía educar a mi peque, lo que me produjo fue una tremenda acidez de estómago.

   Empieza con un cuestionario, que entendí necesario, puesto que está bien que las personas que van a cuidar de mi peque sepan si usa pañal o ya sabe usar el váter, o si toma la comida sólida o tienen que molérsela. Lo que no entendí fue para qué necesitaban saber cuántas horas duerme por la noche o si lo hace en su propia cama.

   Me pareció lógico que quisieran saber cuáles son sus juegos favoritos, pero no que me preguntasen cosas como “¿es caprichoso/a?” (¿Pueden los niños de dos años ser ya caprichosos?) o si tiene rabietas (¿No son completamente normales a esa edad?).

   Lo que me dio que pensar fue que este tipo de cosas lo que generan en los padres son falsas expectativas, y así luego te encuentras en el parque a las madres dándote quejas sobre sus propios hijos, acerca de cosas que son completamente normales. 

-“Ains, es que tiene un año y medio y no habla nada claro, se despierta por la noche, nada más que quiere con la madre, no juega con otros niños ni se entretiene solito, y es de nervioso... ¡no para!”


   Y a medida que leía el librito, la acidez aumentaba. Era toda una lección sobre a qué hora debíamos acostar a nuestros hijos, cuántas horas debían dormir y dónde (por supuesto, solitos y en su propia cama... “y que vea que sóis firmes”), si, si, porque esto fomenta su autonomía, aunque al principio lloren un poco (tócate las narices).

   Había dos páginas enteras sobre los peligros de “sobreproteger” al niño, que los convertía en personas con muchos derechos y sin obligaciones (¿Hola? ¿Me explican por qué es lo mismo proteger a un niño que no enseñarle cuáles son sus obligaciones?), porque los pequeños excesivamente protegidos y mimados no conocían límites y al salir de casa no se sentían comprendidos porque no recibían el mismo trato. Ufff... claro, como este mundo es tan hostil, seamos hostiles con los niños para que se vayan acostumbrando...

   Al leer estas cosas sentí miedo, porque me parecieron sumamente fáciles de malinterpretar, y que además ayudaban a perpetrar los falsos prejuicios que existen sobre la crianza con apego, como que es mimar, malcriar, crear dependencia, no establecer límites, consentir en exceso, y que para evitar esto hay que ser hoscos, firmes e intolerantes con nuestros hijos.

   Luego me tuve que reír, porque terminaba con una frase que decía algo así como que aceptáramos a nuestros hijos como eran y no como queríamos que fueran, y esto me pareció de lo más hipócrita, después de todas las pautas que nos habían metido para moldear a nuestros peques.

   No quisiera entrar a juzgar estas pautas, aunque desde luego no se ajustan lo más mínimo a mis creencias sobre crianza natural, ni por supuesto a los padres y madres que las vean adecuadas (mis respetos para ellos/as), lo que digo es que me parece inapropiado el hecho de que un libro que te dan en la guardería venga a decir a los padres cómo tienen que criar a sus hijos. No sé, a mí el señor que me vende la verdura no me dice cómo me tengo que sentar a comérmela...

   En mi caso, podría simplemente haber pasado de todo, porque yo no había pedido todos aquellos consejos, ni los necesitaba, así que sencillamente dejaría el librito en un lado, pero se me erizaron los vellos imaginando a otros padres menos seguros acerca de sus métodos de crianza, preocupados porque no lo estaban haciendo exactamente como decía el libro, que seguramente sería como se deben hacer las cosas, porque así lo dice el libro de la guarde. Y sobre todo me preocuparon aquellos niños víctimas de la interpretación errónea de textos como éste...

domingo, 4 de mayo de 2014

El destete natural

   Con respecto a la lactancia, he pasado por varias etapas. La primera fue la de “intentaré darle el pecho a mi peque, y si lo consigo serán unos meses”, luego esos meses se fueron alargando, hasta que estuve convencida de que para el año el destete tenía que estar completado, porque más tarde iba a ser muy traumático. A esta fase también podríamos llamarla: “y yo que creía que a los niños había que destetarlos”.

   Después llegó la siguiente fase, la de “no voy a quitarle el pecho a mi peque, quiero un destete natural”. Quería que mi peque dejara el pecho cuando tuviera que ser, sin destete, y me daba igual que la gente me dijera que ya era muy mayor, pasaba de todos, sabía que mi Gansi lo necesitaba y quería dárselo.

   Tomar esta decisión requiere de una gran convicción, porque al no estar extendido en nuestra sociedad actual el dar el pecho a niños mayores de 6 meses, la gente se sorprende, te miran mal, y critican (mucho). Que levante la mano la que le da el pecho a su peque de más de un año y no haya oído la gracieta de “¿Le vas a estar dando hasta la universidad?”... yo diría que nos ha pasado a todas...

   Y es que al no haber referentes habituales, la gente suele pensar que si el niño toma el pecho con más de un año y no tienes intención de quitárselo, lo va a estar tomando, quizá no con 18 años, pero sí que se lo imaginan con 7 u 8 enganchado en la tetita, aunque esto no es para nada lo que suele ocurrir.


 Así me ven los espectadores de Juego de Tronos...

   Sí que es cierto que los niños se destetan solos llegados a una edad, que es diferente en cada uno, pero que suele rondar entre los 2 y los 4 años como mucho. El reflejo de succión se va perdiendo con el tiempo, y llega el día en que el niño ya no necesita tetita, aunque a veces parezca que será un día muy lejano.

   Durante esta etapa, cuando veía comentarios y vídeos de gente en la red que daba consejos para un destete “sin lágrimas”, incluso libros al respecto, no lo entendía, incluso me indignaba. No comprendía cómo llegados al punto de una lactancia mucho más prolongada de lo usual en nuestra sociedad actual (que puede no ser un camino fácil), alguien querría tirar la toalla y hacer sufrir a su criatura. Porque, seamos francos, por mucho que quieras distraerle, darle muchos besitos para compensarle, o miles de explicaciones, del sofocón no se libra, aunque no lo manifieste externamente y parezca que esté bien.

   Muchas veces veía que lo primero que se intentaba siempre era el destete nocturno, achacándolo a que la madre necesitaba descansar. Esto me parecía una aberración, ya que el niño no va a dormir más porque no tenga la tetita, probablemente ocurra lo contrario, ya que el sueño se desarrolla siguiendo un proceso paulatino, y cuando aún está inmaduro la forma en que los pobres lo logran es con su tetita, y necesitan esa seguridad, saber que su madre está ahí.

   Pero es muy común que, incluso las madres más convencidas de que desean llegar hasta el final de la lactancia, pasen por una tercera fase. Independientemente de las críticas, de las crisis y los momentos de duda, de los días en que parezca que no se hace otra cosa que tener el pecho fuera para que el peque, que todo el mundo dice que es muy mayor ya, pase de una tetilla a la otra hora tras hora. Independientemente de todo esto, que se termina superando, es normal que se llegue a un punto en que la madre sienta que ya está preparada para el destete, pero su peque ni muchísimo menos (aunque a veces ocurre exactamente lo contrario, pero esto daría para otro post).

   Y en esta fase me encuentro yo ahora, fervientemente convencida en parte de que no le voy a negar la tetita a mi peque, pero preparada para que no me invadiera la tristeza si hoy mismo me dijera que ya no quiere más (aunque lo vería rarísimo, lo aceptaría).

   Ya hace mucho tiempo que no le ofrezco el pecho, pero tampoco se lo niego, y me embarga la culpabilidad cada vez siento la necesidad de ofrecerle una distracción o una excusa para no dárselo, y no es que no lo disfrutemos, sino que me siento preparada para seguir adelante y pasar a otra etapa.

   Después de casi 29 meses postparto, decidió volver mi menstruación. Por una parte no la echaba de menos, pero en el fondo ya me iba apeteciendo volver a sentirme una mujer fértil, aunque parezca una tontería, sentía que todavía estaba de puerperio, como si mi cuerpo no se hubiera enterado de que ya no tenía un bebé.

   Por supuesto el culpable al que todos señalaban era la lactancia (aunque el bajo peso con el que me quedé también influía), y había conocido a muchas mujeres que recurrían al destete, aunque fuera parcialmente, para conseguir que les volviera la regla (y no digo que les funcionara en realidad). Y yo ya pensaba que al volver mi regla por sí misma no iba a necesitar hacer esto, que ya había superado el bache, pero a pesar de que mi regla había vuelto, no lo había hecho mi fertilidad, que aunque no tuviera prisa por echar mano de ella, sí que me apetecía saber que estaba ahí.

   Y quizá ésta sea en parte la causa de que me encuentre en esta fase en la que siento que ya estoy preparada para que mi peque se destete, aunque creo que a mi Gansi le falta mucho (igual me sorprende). No sabría explicar por qué, ni si será algo que se pasará con el tiempo, como una crisis más.

   El caso es que a raíz de esto, ya no juzgo los motivos que pueda tener cada una para querer destetar a sus hijos, ni hago vaticinios sobre cuándo será el fin de nuestra lactancia, porque ya no puedo ni siquiera asegurar cómo me voy a sentir al respecto de aquí a un tiempo.

   Lo único que puedo hacer es compartir mi experiencia, y sentirme orgullosa de que hayamos llegado hasta este punto con nuestra lactancia, porque siento que he hecho lo que quería, sin ceder a presiones, siento que he tomado una decisión y he seguido adelante con ella a pesar de las adversidades, y creo que eso es lo importante, que sea la madre la que tome la decisión con respecto a la lactancia, natural o artificial, y al momento del destete, y que sea firme en sus convicciones y no se deje influenciar por opiniones ajenas, muchas veces desinformadas y descontextualizadas.


"La mía con cocolate po favó" 
(Imagen de cartoonstock.com)