Por lo general soy una persona
extremadamente paciente. Pocas personas son capaces de sacarme de mis
casillas y en momentos muy especiales. Además, mantengo bien la
calma en situaciones adversas. Por eso pensaba que cuando fuera madre
yo no iba a ser de esas que pierden los nervios con sus hijos, que
les gritan, que les pegan, que no les dan ni una explicación, que
les fuerzan a hacer su voluntad.
“No, a mí no, mi peque no me hará
perder la paciencia. Todo se puede resolver sin recurrir a la
violencia .Yo siempre voy a mantener la calma”
Ya te digo yo, Gansa Premamá, que por
muy santa y paciente que seas, los niños son niños, es lo que les
toca, y más tarde o más temprano te vas a encontrar con una
situación que te supera, que no has experimentado antes, que ni
siquiera te imaginabas que te podía pasar a ti, sobre la que no has
leído (tanto como te has informado) o aún habiendo leído sobre
ello no sucede como pensabas.
He aprendido que incluso las personas
más tranquilas y pacientes se ven desbordadas a veces, se quedan sin
recursos y les puede la impotencia de no saber cómo actuar ante una
situación que está escapando a su control.
En esas ocasiones he sentido que,
cuando mi razón se quedaba sin argumentos, era el momento en el que
tomaba el mando mi lado animal e irracional, y mi mente tan “chill
out” se llenaba de pensamientos violentos. Y oía muy a lo lejos
una vocecilla que me decía: “¡Espera! Tiene que haber otra forma
de resolver esto, piensa rápido, pero mantén la calma”.
Parándome a analizar qué situaciones
han sido las que me han hecho perder los nervios, me he dado cuenta
de que casi siempre tienen en común que suceden en momentos de
prisas. Los adultos muchas veces vivimos a un ritmo demasiado
acelerado, y muy condicionados por el reloj. Creo que he perdido la
cuenta de las veces que le habré dicho a mi Gansi “Venga, que
vamos a llegar tarde”.
Pero los niños no entienden de
relojes, no comprenden por qué tienen que dejar de hacer algo que
les gusta e irse a otro lugar, no están preparados para asumir el
concepto de “deber”. Eso de tener que hacer algo, aunque no nos
apetezca nada, o aunque prefiriésemos hacer otra cosa en su lugar en
ese momento, no va con ellos.
A mi Gansi le supone un esfuerzo
tremendo tener que vestirse cuando se está tan a gusto en pijama,
bañarse por higiene, si no percibe su suciedad, despertarse cuando
aún tiene sueño, desayunar/comer/merendar cuando todavía no le
apetece porque después ya no será la hora para eso, y un larguísimo
etcétera.
Y claro, todo lo que suponga
confrontación entre lo que quieren los padres y lo que quieren los
hijos, tiene el peligro de terminar en rabieta. Y hay veces que hay
tiempo de gestionar la rabieta con amor, evitarla, negociar incluso,
y otras veces la presión del reloj puede conmigo, o simplemente es
que no sé cómo actuar, y me dan ganas de decir “espera, no te
muevas que voy a consultar el manual, a ver: en caso de ….....
pulse crtl+alt+supr y si el problema persiste resetee al niño”.
Voy a poner un ejemplo de situación
conflictiva, no es autobiográfico pero me han pasado muchas cosas
parecidas. Imaginemos a unos padres cenando tranquilamente. Su
criaturita ya ha terminado porque come como los pajarillos y se
dedica a aporrear la cabeza de su madre con uno de esos martillitos
de goma que chillan. La primera vez que lo hace, su madre le dice
“¡Auch! No me hagas eso, por favor”. El peque se ríe y lo
vuelve a hacer, y la madre le explica amorosamente que ahora están
comiendo y que después jugarán con el martillo. Al siguiente
martillazo la madre, ya algo más seria, le explica que la está
molestando y le ruega encarecidamente que pare. Al martillazo
10-20-30 (según el límite de cada uno), a la madre lo que le
apetece es quitarle al niño el martillo y tirarlo por la ventana,
porque ya habrá intentado todo lo que se le ha ocurrido
(distracción, negociación, explicación) y nada habrá funcionado,
y probablemente pierda los nervios, y seguramente después, en frío,
se le ocurra (ya tarde) una solución más respetuosa.
Porque también nosotros, como padres,
estamos aprendiendo, y vamos adquiriendo recursos día a día. Por
eso estos momentos que nos hacen sacar de quicio son tan valiosos,
porque son para nosotros una oportunidad de aprender y mejorar.
¿Y cómo sacar lo mejor de esos
momentos? Pues según mi experiencia, ni recreándonos en el acto
motivador de la explosión (“hay que ver lo que ha hecho el niño
éste, que me ha puesto de los nervios”), ni dejándonos llevar por
la culpa (“hay que ver lo que he hecho, qué mal he actuado, soy la
peor madre del mundo, si en el fondo ha sido una tontería”). Una
buena estrategia es, una vez que nos enfriemos, buscar cómo
podríamos actuar de otra manera la próxima vez que se de una
situación similar, y si hace falta, acercarnos a nuestro peque y,
sin miedo, pedirle perdón. Que sepan que somos conscientes de que no
hemos actuado bien, que nos hemos enfadado mucho por algo que han
hecho y nos hemos puesto nerviosos.
Pero no nos frustremos si aún así no
se nos ocurre una solución, o si lo que se nos ocurre al probarlo
tampoco funciona. Yo aún no he encontrado la manera eficaz de
convencer a mi Gansi de que por la mañana hay que vestirse, sobre
todo si tenemos que salir a la calle, y si algo ha dado resultado, la
siguiente vez ya no.
Y así me he sorprendido a mí misma en
más de una ocasión, yo que siempre me he tenido por una persona de
paciencia infinita, tentada de perseguir a mi criatura con la chancla
en la mano, pero tengo la esperanza de encontrar una fórmula respuesta para
todos esos problemas que me hacen enfurecer por no encontrar un
recurso alternativo, respetuoso e inmediato.
Respecto al ejemplo de la familia,
quizá la próxima vez que se sienten en la mesa, en lugar del
martillo de goma haya algún otro juguete o forma de entretenerse que
no implique aporrear a mamá mientras ésta se termina la cena.
Y es que ser padres es un continuo
ensayo-error, un aprendizaje diario y constante, una sucesión de
momentos de armonía y de caos, y de situaciones en las que sabremos
cómo responder pacíficamente y otras que sacarán al Hulk que
llevamos dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario