Los padres queremos transmitir a
nuestros hijos valores y costumbres como que sean ordenados, limpios,
educados, respetuosos, empáticos, amistosos etc. Queremos que cuando
jueguen con otros niños lo hagan en armonía, con compañerismo y
compartiendo el juego, y esta última parte, sobre todo en los
primeros años de vida, se nos puede resistir más de lo que
desearíamos.
En la guarde (al menos en la nuestra)
te dan, al final de cada trimestre, todos los trabajos que ha ido
haciendo tu peque y un librito “de notas”, en el que salen unos
“items” y la calificación que tiene para cada uno. Por ejemplo,
si se sabe los colores a la perfección te ponen un puntito verde, si
no siempre se sienta cuando la seño se lo dice te ponen un puntito
amarillo, y el suspenso viene a ser un puntito rojo.
Yo pensaba que mi Gansi, al estar entre
los niños más pequeños de la clase, porque nació a finales de
año, iba a tener más dificultades que los mayores en alcanzar los
objetivos, y me sorprendía gratamente al ver tanto punto verde en
los boletines. Pero había algo que le superaba: el compartir. Esa
asignatura parece ser que a mi Gansi se le atragantaba.
Entonces me asaltó una idea: “¡Ay
madrecita! ¿Estaré criando a un ser egoísta?” y me decidí a
trabajar con mi peque este aspecto.
A lo mejor cogía un puñado de
galletas para la merienda y le decía “¿Las compartimos?” y me
decía que sí muy sonriente, pues nada, hasta aquí sin problemas.
Veía que estaba comiendo algo, aunque fuera una golosina o algo que
le encantara, y si le decía “¿quieres compartir con papá?”
siempre accedía. Pasamos al siguiente nivel, probando si accedía a
compartir parte de su merienda con algún amiguito del parque, y
aunque al principio le daba vergüenza, luego lo hacía.
“¡Albricias! ¡Mi peque comparte!”
Pero ahora venía la prueba de fuego:
compartir un juguete o cualquier otra posesión material. Pues aquí
nanai, no había manera.
Y ahí fue cuando me puse a
reflexionar. Quizá no era que mi peque no supiera compartir, o que
fuera egoísta, quizá es que aún no era el momento, quizá su
cerebro no estaba preparado todavía para procesar que otra persona que no
fuera de su total confianza tocara sus posesiones más valiosas, sin
saber a ciencia cierta cuáles eran sus intenciones o si se las iba a
devolver en algún momento.
En cierto modo lo comprendí. Antes de
los 3 años los niños aún están desarrollando la capacidad de
jugar con otros niños, los pones al lado y puede hasta parecer que
juegan juntos, pero si te fijas bien van cada uno a su bola, aunque
jueguen a lo mismo. Por eso, compartir un juguete para jugar juntos
no se entiende, porque para ellos en ese momento, o lo tiene uno o lo
tiene el otro, y esto es mío y tú me lo quieres quitar.
Es lógico que los padres nos
agobiemos, como yo me agobié, cuando veamos que nuestro no comparte,
pero es que una cosa es compartir y otra dejar prestado, y muchas
veces confundimos esos términos.
Viene un niño al parque cargado de
cochecitos y otro con un puñado de animalitos y se ponen a jugar, y
sus madres enseguida saltan: “¡Manolillo comparte!” “¡Fulgencito
comparte!”, y entonces Manolillo le da sus cochecitos a Fulgencito
y se pone a jugar con los animalitos de éste y viceveresa, y las
madres respiran tranquilas “Eah, mi niño comparte”, y si no lo
hacen les insistirán y puede que les den una reprimenda, incluso
hasta les lleguen a quitar los juguetes de las manitas (con el
consecuente llanto) al grito de “¡Hay que compartir!”.
Pero yo me di cuenta de que, al menos por entonces, no
necesitaba que mi peque prestara sus juguetes a niños con los que no
tenía confianza, lo que quería era que jugaran juntos con lo que
fuera, y aún no era el momento para eso. Me partía el alma ver la
carita con que se quedaba mirando a aquel niño que le había cogido
su juguete más querido diciendo (muy bien aleccionado) “Hay que
pompatí”, y se había ido a la otra punta del parque a aporrearlo.
Y también me puse en su lugar. Yo no
presto mis cosas a desconocidos o gente con la que no tengo
confianza, y mucho menos mis posesiones más preciadas. Si puedo, doy
a quien lo necesita, y comparto lo que considero oportuno, cuando y
con quien lo considero oportuno, pero no voy al parque y le digo a
otra madre “toma mi móvil, que tengo aplicaciones muy chulas, y tú
me dejas tu iphone 12 y medio, que tiene muy buena pinta”. Y si yo
no lo hago, no puedo pretender que lo haga mi peque.
Si otro niño viene a casa a jugar, sí
que le digo “¿le prestas a Frasquito esto y le enseñas cómo se
juega?” y a veces resulta (mamá suspira complacida), a veces
cuando Frasquito lleva un rato jugando Gansi recuerda lo muchísimo
que ama ese juguete y lo reclama (mamá traga saliva y trata de que
se le preste al invitadito otro objeto), y otras veces la respuesta
es un no rotundo.
Poco a poco voy viendo cómo mi peque
se va haciendo más sociable, cómo ya va buscando el juego en grupo,
y comparte, aunque no hayamos sido partidarios de imponer la norma
del “Hay que compartir” que algunos niños repiten como loros
mientras te arrebatan aquello que les ha entrado por el ojo o te
tienden sumisamente y con pena cualquier objeto de los que traigan en ese
momento, pero me asalta la duda de hasta dónde comprenden el
concepto de compartir.