Hace ya un tiempo que sucedió, así
que posiblemente se me escape algún detalle. Por eso quería
plasmarlo por escrito antes de que el recuerdo se fuera diluyendo
parcialmente con el tiempo, aunque es difícil que vaya a ser algo
que no recuerde toda mi vida.
Todo el mundo me decía que el último
mes de embarazo era el peor, porque estás hinchada, pesada,
incómoda, y acalorada, pero yo lo llevaba bastante bien, no tenía
prisa por ponerme de parto.
Pasaba ya la semana 40... “¡Oh Dios
mio! ¿Se pasó la fecha probable de parto? ¡entonces el bebé viene
tarde!” Pues sí, la gansa premamá pensaba que la fecha que te
daban para el parto era cuando tenía que venir el bebé, si lo hacía
antes se estaba adelantando y si lo hacía después se estaba
retrasando, así que yo a esas alturas estaba ya caducada como los
yogures. Ya estaba hasta calculando que me lo iban a tener que
provocar porque mi bebé no iba a querer o a saber salir cuando le
correspondía.
"Señora, el pollo no sale, esto va a haber que provocarlo"
Luego aprendí que la fecha probable de
parto no es más que una estimación aproximada, pero no hay que
darle mayor importancia, porque al igual que cada bizcocho tiene un
tiempo de horneado, cada bebé tiene que nacer cuando esté listo
para ello, tanto si es la semana 39 como si pasa la 42, por no decir
que el cálculo de las semanas también puede ser inexacto.
Así que como ya se me había pasado la
fecha, empezaron a venir los consejos para hacer que aquello se
pusiera en marcha, como si eso fuera necesario, y entre ellos lo que
más saludable me parecía era dar paseos, por lo que cada mañanita me iba
con el ganso prepapá a darnos un garbeo. Pero aquella mañana no me
apetecía....
Llevaba ya varias semanas con
contracciones de Braxton Hicks,
y era capaz de reconocerlas bastante bien, así que no me preocupaba
si las sentía de vez en cuando. Me levanté y me puse a estudiar
para el examen que tendría el mes siguiente, pero no me concentraba
bien. Me sentía apática y no me apetecía salir a andar, así que
le dije al ganso que nos quedáramos en casa tranquilitos, y sobre
las 10 de la mañana empecé a sentir otro tipo de contracciones
diferentes a las que yo había estado experimentando hasta entonces.
Miré la hora, la apunté y seguí con lo mío, anotando cada vez que
sentía algo, aunque a veces eran contracciones muy leves y se
notaban poco.
Un par de horas después revisé mis
anotaciones y vi que las contracciones eran bastante regulares, como
cada 20 ó 30 minutos al principio y un poco menos cada vez, y esto me
extrañó un poco porque yo tenía entendido que al principio te
daban contracciones irregulares y se regularizaban ya cuando el parto
era inminente.
Pero seguí a lo mío, aunque con una
pereza tremenda, creo que conseguí estudiarme al menos otro tema
entero, y a medio día le enseñé al ganso la lista de contracciones
y le propuse comer y echarnos la siesta por lo que pudiera pasar a la
tarde. Ambos estábamos bastante tranquilos y aunque me eché a
descansar no pude dormir por las molestias que notaba.
Sobre las 6 de la tarde vi que las
contracciones eran cada 5 minutos aproximadamente, así que llamamos
a mis suegros para que nos acercaran al hospital, seguros de que
aquello iba para largo. Llamé a mi madre y se lo conté, y me dijo,
mientras yo me doblaba de dolor al teléfono porque la cosa ya
empezaba a ponerse seria, que para qué iba ya al hospital, que
esperara a tener contracciones cada minuto, que lo más seguro es que
hasta el día siguiente por lo menos no pasara nada (menos mal que no
le hice caso). Una parte de mí pensaba que seguramente tendría
razón, pero otra parte gritaba “¡mamá, por Dios, déjame colgar
o se me va a salir el bebé aquí mismo!”.
Al llegar al hospital yo creía que
sería como en las películas, que entran gritando ¡esta mujer está
de parto! Y todo el mundo se apresura a traerle una silla de ruedas y
llevársela resoplando al paritorio. Pero en mi caso (oh mi querido
hospital de la seguridad social) tuve que hacer cola como cualquier
resfriado más y retorcerme de pie mientras a la ancianita de delante
le tomaban la tensión.
Una vez me atendieron y esperé
pacientemente a que un celador me acompañara a la planta de
maternidad, esperé una vez más a que me llegara mi turno mientras
pensaba que menos mal que iba con tiempo, y que cuántas mujeres
habrían dado a luz sin llegar si quiera a entrar a que las vierael médico.
Recuerdo que pasé a revisión
diciéndome “esto no es nada, se parará y me mandarán para casa”,
y una vez me vieron y me pasaron a monitores, me preguntaron si vivía
muy lejos, porque efectivamente me iban a mandar para mi casa, y que
si tenía posibilidad de llegar en 5 minutos. No sé qué se tuvo que
ir a hacer la enfermera, pero me dejó un buen rato sola en
monitores, y cuando volvió miró la gráfica perpleja y me dijo,
“pues te vas a quedar, que esto ha cogido ritmo”. Vamos que si me
llegan a mandar para mi casa no paso del aparcamiento...
Me dirigí a mi habitación andando
como un cowboy, y con ganas ya de empujar, y sólo me dio tiempo a
ponerme el camisón y vi que ya sangraba y que las contracciones me
daban muy fuertes y muy seguidas. Me preguntaron si quería epidural,
y dije que de momento no, que lo aguantaba, pero aquello fue a más y
cuando me tenían en dilatación llamé a la matrona, que estaba
sentada afuera leyendo el Pronto, y le pedí a gritos que me la
pusieran, pero ya era tarde.
Me metieron una especie de aguja de
hacer punto para romperme la bolsa, y me dolió muchísimo, así que
una cosa más anotada para el próximo plan de parto, si lo hubiera,
y me llevaron al paritorio.
Di unos cuantos empujones emulando a
Bruce Lee, hasta que la matrona me dijo que dejara de hacer fuerza
con la garganta, que me la iba a destrozar (y probablemente tenía
razón porque a la mañana siguiente tenía una ronquera que parecía
que venía de un concierto me Metallica), y antes de que me diera
cuenta ya tenía a mi pollito sobre el pecho.
Recuerdo que me quitaron a mi bebé en seguida,
porque decían que tenían mucho que coser, y en efecto, más de una
hora de sutura, en parte porque mi gansi quiso venir al mundo con el
puño por delante como Superman, y en parte porque al personal
sanitario no le debió parecer que aquello iba ya bastante rápido
que decidieron rajarme una episiotomía (otro punto a anotar para un
próximo plan de parto).
Ahora que lo pienso veo que fue todo
bastante bien, y sobre todo rápido, porque empezó a las 10 de la
mañana y terminó a las 11 y media de la noche del mismo día,
aunque luego vendría la tortura de la sutura. No veía la hora de
que aquello acabara y me dieran por fin a mi bebé, para ponerle en
mi pecho y volver a estar juntos.
Y así llegó mi gansi.
Ese día lo escribas o no, no se te olvidará ni el mas pequeño detalle. Lo recordaremos siempre como si fuera ayer. Y como algo mágico y maravilloso. Aunque en aquel día hubiera algún que otro momento que quiseras descuartizar a alguien para que supiera lo que se sentía...
ResponderEliminarComo lo sabes! Es tan magico! Y siempre surge alguna anecdota...
Eliminar