domingo, 6 de abril de 2014

Disciplina

   Nunca he tenido un mal concepto de la disciplina. Para mí ha representado siempre una virtud, una cualidad positiva que me ha parecido importante saber transmitir a mi peque. Así es, estoy a favor de la disciplina.


   Sin embargo, creo que existe una apreciable diferencia entre enseñar a un niño a ser disciplinado y disciplinar a un niño. En el primer caso, la forma más eficaz de enseñar es a través del ejemplo, siendo constantes, aplicados, tomándose las cosas en serio, cuando lo requieran, siendo organizados y autoexigentes (sin pasarse).


   Disciplinar, por otro lado, se me representa a lo que se le hace a una mascota para enseñarle a no hacerse pis en la alfombra, dándole en el hocico con un periódico enrollado. Aquí yo metería los castigos, físicos o no, tanto el “cachetito” como la silla de pensar, pero de ellos ya hablaré otro día.


   Y a todo esto... ¿qué dice la RAE?



disciplina.

(Del lat. disciplīna).

1. f. Doctrina, instrucción de una persona, especialmente en lo moral.

2. f. Arte, facultad o ciencia.

3. f. Especialmente en la milicia y en los estados eclesiásticos secular y regular, observancia de las leyes y ordenamientos de la profesión o instituto.

4. f. Instrumento, hecho ordinariamente de cáñamo, con varios ramales, cuyos extremos o canelones son más gruesos, y que sirve para azotar. U. m. en pl. con el mismo significado que en sing.

5. f. Acción y efecto de disciplinar.



disciplinar2.

(De disciplina).

1. tr. Instruir, enseñar a alguien su profesión, dándole lecciones.

2. tr. Azotar, dar disciplinazos por mortificación o por castigo. U. t. c. prnl.

3. tr. Imponer, hacer guardar la disciplina (‖ observancia de las leyes).



   De estas definiciones yo me quedaría con la importancia de saber enseñar a alguien en un arte, facultad o ciencia, instruírle en lo moral y en la observancia de las leyes, pero sin emplear azotes o disciplinazos por mortificación o por castigo, ya que no estamos ni en la milicia ni en los estados eclesiásticos secular o regular.


   Siempre había pensado que un padre o madre, en su papel como maestro, debe ser severo, pero en su justa medida. Ahora opino que más importante es ser tolerantes, aprensivos y empáticos, predicar siempre con el ejemplo y comprender las razones que llevan a los niños a mostrar ciertos comportamientos, habiendo muchas formas de corregirlos e incluso prevenirlos.


   Lo que pienso ahora es que no se es mejor padre por se más severo y exigente, lo único que se consigue, en mi humilde opinión, es tener niños constantemente estresados e inseguros, temiendo qué será lo próximo que hagan mal y enfurecerá a sus padres. Estos niños, en lugar de guiar sus comportamientos por la diferenciación entre el bien y el mal, tenderán a hacerlo en base al miedo a las consecuencias, y se harán expertos en el arte del “que no me pillen”.


   ¡Atención! ¡Warning! Parida y reflexión personal: Quizá algún corruptillo de los que anda por ahí tuvo unos padres severos que no le supieron inculcar que agenciarse el dinerillo ajeno está mal, muy mal, y lo que hace es huir desesperadamente del castigo, con todas las artes de que dispone (tanto tunante bien entrenado habrá que jamás los pillarán), ahí lo dejo...


   Volviendo al tema de la disciplina de la buena, se me viene a la mente la película The Karate Kid (la de 1984, claro), en la que los rivales de Daniel-san se entrenaban muy duramente a la voz de:

- ¿Qué estudiamos aquí?
- ¡La ley del puño, Señor!
- ¿Y cuál es esa ley?
- ¡Golpear primero, golpear duro y no tener piedad, Señor!


   Por desgracia, esto es lo que muchos padres terminan por enseñarles a sus hijos a través de una excesiva severidad y una falta de empatía, dando más importancia al objetivo en sí que al aprendizaje y enriquecimiento que se adquiere en el camino.


   A mí mis padres siempre me explicaban todo, y no podía entender aquello que oía a veces en los padres de otros niños de “porque yo lo digo, que pa eso soy tu padre”. Da la sensación, a veces, de que los niños son el enemigo. He oído a padres, orgullosos de la severidad con que tratan a sus hijos, decir cosas como: “A nosotros el niño no nos ha ganado nunca ni una batalla, lo que hemos dicho eso se ha hecho”.


   Daniel-san, por su parte, aprendía no sólo a dar cera, pulir cera, sino a tener valor y autoconfianza, a caminar primero antes que a volar, y cosas como:

- ¿Recuerdas lección sobre equilibrio? Lección no sólo para karateca nada más. Lección para toda la vida. Todo en la vida tener equilibrio. Todo ser mejor. ¿Comprendes?
- Sí, comprendo. ¡Caray! Ud. Es el mejor amigo que jamás he tenido.
- Tú... no estar nada mal tampoco. Ve. Ve a encontrar equilibrio.


   Dejando aparte la estereotípica imagen del asiático disciplinado (de la que provienen frases como “trabajar como un chino”), me han entrado unas ganas tremendas de ver Karate Kid, jejeje. Hoy, más que la gansa, me apetece hacer un poco la grulla, y no podría estar más de acuerdo con eso de que todo en la vida es equilibrio, en especial, en lo que se refiere al equilibrio entre rectitud, tolerancia y permisividad...


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