Cuando era Gansa Premamá pensaba que a
los niños había que hablarles mucho, explicarles todo con muchas
palabras, que así era como aprendían, a base de muchísimas
explicaciones. Después entendí que un exceso de palabras puede ser
incluso contraproducente, que los niños se lían, y que lo que
necesitan no es que les demos un míting y les pongamos la cabeza
como un bombo rociero cada vez que queremos que no hagan algo o que
lo hagan de una determinada manera, lo que ellos necesitan son
ejemplos.
Ya pude constatarlo durante los años
que pasé trabajando en el mundo de la enseñanza, cuando veía a mis
alumnos dormirse sobre los libros, subrayarlo todo incapaces de
diferenciar la información clave de la accesoria, y distraerse
durante las explicaciones, y sin embargo, soltaban un “aaaaah”
(tradúzcase como “ahora lo pillo”) ante los ejemplos, que cuanto
más gráficos, cercanos y palpables, más calaban.
"Menudo tostón..."
Pero claro, tienen que ser ejemplos que
puedan entender. Si quiero estimular a mi peque para que lea a base
de que me vea leyendo, tendrá que tener una edad mínima para
entender qué es lo que estoy haciendo (igual un recién nacido sólo es capaz de captar que su madre no le está prestando atención en ese momento), y mejor un libro físico que
un ebook, que les constará más diferenciarlo de cuando miramos el
móvil o la tablet. No sé si es el mejor ejemplo, la cosa es que sea algo que puedan entender según su edad.
Y es que a nuestros hijos no sólo hay que darles ejemplo, hay que SER ejemplo para ellos. Que nos vean comportarnos tal y como nosotros esperamos que se comporten ellos. Y haciendo esta reflexión me di cuenta de que muchas veces, sin querer, mandamos a nuestros hijos mensajes contradictorios.
Siempre le digo a mi Gansi que no hay
que gritar, que las cosas se pueden decir con calma y en voz baja,
pero algunas veces me pongo nerviosa, me supera la situación, y le
levanto la voz, incluso si ser consciente de que lo estoy haciendo. Y
sé perfectamente que no se debe hacer, que sólo se debería gritar
a los niños para advertirles de un peligro grave e inminente, que es
lo que vienen programados para interpretar cuando nos oyen chillar, y
por eso se asustan tanto y lloran (aunque si se acostumbran a los
chillidos, al final ya pasan del tema). De hecho, no es raro que un
niño al que se le chilla de forma habitual, luego en la calle salga
corriendo sin mirar que se está acercando a una carretera por la que
viene un coche, su madre le chille para advertirle que tenga cuidado,
y el niño haga como quien oye llover, lo que la madre termina
interpretando como que es un desobediente.
Pues si bien me di cuenta del cuidado
que tenía que tener con lo que decía, también debía cuidar lo que
hacía, y si quería que mi Gansi aprendiera que en la mesa hay que
estar correctamente sentado mientras uno come, se acabaron las cenas
repanchingada en el sofá con los pies sobre la mesa y el plato en el
regazo, y cuidando también que no se me olvidara traer nada, para no
estar todo el rato levantándome y dando paseos a la cocina.
Pongo también mucho énfasis en que se
de cuenta de que siempre saludo cuando me cruzo con algún vecino
(sí, soy la vecina “que siempre saludaba”, interprétenlo como
quieran), y le pido a mi peque las cosas por favor y le doy las
gracias, aunque tiene un pequeño lío con cuándo se debería decir
“gracias” y cuándo se dice “de nada”, pero estamos en ello.
Y una de las cosas para mí mas
importantes, y sobre la que ya me extenderé más adelante, es que no
apoyamos la violencia, y como no queremos que pegue, nosotros no le
pegamos. No entro a juzgar a quienes apoyen la teoría del cachetito,
aunque como digo, otro día me extenderé porque el tema da para
largo, pero independientemente de que se esté a favor o en contra,
una de las cosas más chocantes con las que me he encontrado en mi
vida, es la imagen de una madre en el parque que ve cómo su peque le
escupe a otro niño, le tira del pelo y le da una patada a la vez que
le grita “¡Giipoñas!”, a lo que la madre responde corriendo
hacia su hijo, dándole un bofetón y chillándole “¡Te he dicho
un millón de veces que no se pega ni se dicen palabrotas, co*ones!”,
a la vez que se lo lleva del parque arrastrándolo por los pelos.
Una vez leí una frase que me hizo
mucha gracia, creo que era de Carlos González, que decía algo así
como que si se lo ha explicado al niño 20 veces y no lo ha
entendido, el problema no es el niño, es usted. Pues sí, en este
caso el niño no va a aprender por más veces que se le diga, y no
porque sea un ceporro, sino porque no se le está dando el ejemplo
adecuado.
Me parece tan triste cuando veo a
padres reñirle a sus hijos por hacer o decir cosas que ellos mismos
hacen o dicen delante suyo, o simplemente por comportarse de la misma
forma que ven a sus padres comportarse con ellos o con otras
personas...
Video "Children see, children do"
Y una de las cosas que siempre me ha
molestado, por no decir que me toca las narices, es que se les mienta
a los niños, aunque sean pequeñas mentiras piadosas para conseguir
que hagan lo que queremos.
No quiero que mi Gansi me diga
mentiras, así que no me gusta mentirle, aunque es una práctica
habitual y que se hace sin mala intención, pero a mí cada vez que
su abuela o quien le estuviera cuidando, para conseguir que se montara en la silla del coche, le
decía que íbamos al parque o que le iba a dar una chuche, me
llevaban los demonios.
Cuando los niños están entretenidos
con algo y se lo están pasando bien, es una lata que les corten el
rollo y les cambien la actividad, aunque a veces sea necesario, como
cuando se hace tarde y hay que salir de un lugar o ir a alguna parte.
Por eso lloran cuando te los llevas de un sitio en el que se estaban
divirtiendo o estaban a gusto, y es ahí cuando te viene la tentación
de “le voy a decir esto, aunque no sea verdad, para que no se lleve
el sofocón”, y puede que tengas suerte y no se acuerde más tarde,
o puede que sí.
A mi Gansi todo aquello que le
prometas, es mejor que lo cumplas, porque se acuerda de todo, incluso
de un día para otro. Uno esperaría que un peque de dos años que se
va a la cama porque le dices “venga, a descansar, que mañana
tenemos que levantarnos temprano para hacer recados y luego paramos
donde los cacharritos para que te montes”, a la mañana siguiente
no se acuerde, no que se despierte saltando de emoción y diciendo
“¡Cachaitos! ¡Cachaitos!”...
Y también se que es común que los
padres a veces caigamos en otro error típico, que a mí me ha pasado
mucho, que es que cuando nuestros peques se hacen daño o se
tropiezan con algo, cojamos el objeto en cuestión y le demos un
golpecito diciéndole “¡tonto, tonto!”, como si un objeto
inanimado tuviera la culpa de algo. Y luego nos sorprendemos de que
cuando hacen algo mal le echen la culpa a lo primero que vean, o que
cuando se frustren tiren lo que tengan en la mano llamándolo tonto.
Si quiero que mi peque aprenda a ser responsable de sus actos,
incluso de los que se hacen sin querer, no puedo enseñarle a culpar
siempre a otras cosas o personas. Si te has tropezado con esa silla,
pues ve con más cuidado y sin correr, y si te has hecho pupa en el
pie porque has pisado uno de tus juguetes, pues recógelos para que
no estén por el suelo...
Así que me he convencido de que tengo
que esforzarme, al menos delante de mi peque, en hacer que mis
acciones sean reflejo de los valores que quiero transmitirle.