domingo, 17 de agosto de 2014

Mi anti operación bikini

   Antes de quedarme embarazada no solía tener problemas para mantenerme en mi peso ideal, a veces un par de kilos por debajo y a veces un par de kilos por arriba. Me gusta comer sano, bebo mucha agua, no soy de picotear entre horas, y antes hasta hacía yoga, y a lo mejor eso ha influido en que haya tenido la suerte de no tener que hacer nunca una dieta.

   Siempre he tenido en mi entorno a alguien preocupado por su peso, y a lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que han hecho todo tipo de dietas, y sin embargo mi peso nunca ha estado entre mis preocupaciones.

   Pero cuando me quedé embarazada comencé una relación con alguien muy acostumbrado a tener relaciones tortuosas: el peso del baño. Creo que en mi vida me había pesado tantas veces.




   Comencé a ganar peso desde el día 1 del embarazo. Normalmente cuando se acercaba el día de la regla me hinchaba un poco, y era habitual verme por casa con el botón del pantalón desabrochado unos días, pero aquel mes, a dos días de la falta era incapaz de abrocharme mis pantalones, incluso con leggins estaba algo incómoda. Creo que tuve que empezar a usar ropa premamá a las 8 semanas de embarazo.

   Y tenía hambre, mucha hambre, y me apetecían cosas que antes no solía comer, como bollería o patatas fritas, así que la báscula fue subiendo a un ritmo que para mí era vertiginoso.

   Por todas partes me llegaba el mensaje de que lo ideal era engordar un kilo por cada mes de embarazo, y no era mi caso en absoluto, de hecho en los últimos meses ya me empezaban a mirar mal en las revisiones. Creo que no me regañaron antes (aunque sí me arrugaban la boca y me soltaban un gruñido a lo Marge Simpson), porque empecé mi embarazo por debajo de mi peso ideal, pero ya iba por 17 kilos ganados y la doctora que me hizo la última revisión me dijo que si el bebé pesaba unos 3 kilos, la placenta otro par de ellos y el líquido amniótico otros tantos, que más de 7 kilos no se iban a ir y que el resto me iba a tocar perderlos a mí. Y yo que no sabía ni lo que era una dieta, me quedé con el cuerpo espantado.

   Así que cuando llegué a casa tras el parto, una de las primeras cosas que hice fue pesarme, y la verdad es que había perdido bastante más de lo que esperaba, pero aún me faltaba mucho para volver a mi peso pre-embarazo.

   Y contra todo pronóstico y esperanzadores mensajes del tipo “ya veras, uuuuuuuy lo que te va a costar ahora perder eso”, sin necesidad de dieta ninguna, el peso fue bajando solito, gracias a la lactancia, a las malas noches y al estrés de Gansa primeriza que va viendo que la maternidad no es como se la pintaron y piensa que lo está haciendo todo fatal de la vida.

   Como ya comenté en otro post, al principio estaba encantada de que esos kilos cogieran sus maletas y abandonaran por sí mismos mi cuerpo, permitiéndome ponerme mi ropa de antes del embarazo en tiempo récord (menos de un mes), aunque al principio ajustada, claro, y algunos de mis vaqueros que no dieron de sí, tardaron algo más en volver a formar parte de mi vestimenta.

   Pero lentamente, a lo largo de los meses, el peso siguió bajando y bajando, superando mi peso pre-embarazo, hasta que la gente de mi entorno se empezó a preocupar. Yo sabía que comía todo lo que me pedía el cuerpo, que no era poco, por cierto, y me encontraba bien de salud, así que tampoco me importaba mucho que se marcara algo más el hueso.

   No me desagradaba mi imagen, aunque sí que es cierto que me veía más favorecida más llenita, sobre todo la cara, y la curva de mis nalgas que ahora era tan inexistente que mi culo parecía una aspirina.


 Mis nalgas eran así: aplanadas, blancas y con su rayita en medio...


    Pero cuando me decidí a hacer algo al respecto fue cuando todo el mundo empezó a culpar de mi estado a nuestra lactancia, y yo ya estaba muy cansada de tener que luchar para defender que iba a funcionar, ahora ya no me quedaban fuerzas para tener que escuchar a diario que tenía que dejarlo por mi bien, porque me estaba consumiendo, porque me iba a enfermar, y ya lo último fue que el ginecólogo me dijera que con ese peso ni siquiera me iba a venir la regla. Realmente tardó 29 meses postparto en aparecer, y no lo hizo hasta que no logré superar los 55 kilos.

   Así empecé mi anti operación bikini, midiendo 1,73 y bajando de los 52 kilos, vamos que bien caracterizada hubiera pasado desapercibida en Cibeles. Sólo quería que me dejaran tranquila con nuestra tetita, demostrar que podía seguir lactando y atendiendo las demandas de mi peque y engordar si quería, y para ser sinceros, también me estaba empezando a preocupar un poco por mi salud, llegando incluso a hacerme analíticas, pensando que tenía algo malo.

   Y fue mucho más difícil de lo que creía, porque yo pensaba que para engordar sólo tenía que comer a saco. “¡Qué envidia me tendrían la mayoría de las mujeres! Puedo comer lo que quiero y no engordo”. Pero no fue ni muchísimo menos tan bonito. El día que comía un poco más de la cuenta me enfermaba, me daba indigestión, gastroenteritis, fiebre, diarrea y al final terminaba incluso perdiendo más peso, y el día que no me atiborraba hasta el límite, también perdía. Ni siquiera conseguí engordar en navidad (¿quién no engorda en navidad?) sin privarme de turrones, polvorones y atracones familiares (que no solían acabar bien, por lo que he comentado antes).

   Así que necesitaba una dieta para engordar, ironías de la vida, que tu objetivo sea engordar, y que no puedas comer lo que te de la gana, porque tampoco quería que mi salud se resintiera por ello.

   Y poco a poco, y con mucho esfuerzo, lo conseguí, con una dieta hipercalórica y consejos como: Sustituir azúcar por miel, cocinar con más aceite (de oliva virgen extra, para que fuera más sano), consumir más frutos secos, sustituir parte de la ingesta de agua por zumos (a ser posible naturales), hacer cenas un poco menos ligeras (sin pasarse, para que la indigestión no afectara el descanso nocturno), y mi más fiel aliado, mi amado chocolate, en todos sus formatos posibles, pero sin abusar.




   He de decir que es tremendamente complicado encontrar una dieta hipercalórica efectiva y saludable, con lo fácil que es para muchas mujeres engordar, y seguramente lo sea también para mí el día que cambie mi metabolismo, y entonces me acordaré con nostalgia de aquella época en la que no engordaba comiera lo que comiera.

4 comentarios:

  1. Dios como te envidio Gansa!
    Yo me quedé fenomenal después del parto, de hecho bajé casi por debajo de antes de quedarme embarazada, pero este invierno la ansiedad me ha hecho comer y sobretodo mal comer, picando, ahora estoy en plena operación bikini aunque pronto nos vayamos a poner la bufanda, porque... no quepo en la ropa!!!
    Besitos de Limón Gansa!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no te lo recomiendo, cariño. No sabes lo que es que te pare la gente por la calle a preguntarte si estas enferma y por que has adelgazado tanto...
      Pero ya ves, cada cuerpo es un mundo.
      Suerte con tu operación bikini! Pero no te prives demasiado que la vida está para disfrutar, y seguro que estas estupenda!
      Un beso!

      Eliminar
  2. Yo cogí 18 kilos en el embarazo y todavía tengo que quitarme unos 5 kilitos, lo que me anima es que el resto los he perdido comiendo lo que he querido y sin hacer más ejercicio que pasarme todo el día corriendo detrás de Iris. Creo que poco a poco los perderé, llevo un ritmo lento, pero hacia abajo, bss!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Será que nos meten demasiada presión con lo de no engordar durante el embarazo? Lo entiendo para la gente que tenga bastante sobrepeso pero las que no...
      Ya verás como con el ritmo que llevamos con estos terremotillos pierdes cada vez mas!
      Un beso!

      Eliminar