jueves, 12 de marzo de 2015

Y yo que creia que (16) a mí no me afectaría eso de la depresión postparto

   Yo creía que la depresión postparto era algo que sólo afectaba esporádicamente a algunas mujeres, incluso dudaba de su existencia, pero descubrí que es algo real, aunque se puede vivir de diferente manera y en diferente grado, de modo que hay mujeres que sólo experimentan cierta tristeza o “baby blues”, o hipersensibilidad, otras apenas nada, y otras una depresión auténtica, siendo su duración también variable.


 Imagen de mamadre.com
   
   No se sabe a ciencia cierta por qué ocurre, pero si se conocen algunos de sus componentes o posibles desencadenantes. El principal de ellos, por supuesto, es ese batido de hormonas que se nos forma después de tener a nuestros bebés.

   Lo que se siente, principalmente, es tristeza, agotamiento, cambios de humor, sensibilidad e incluso ansiedad.

   “¡Pero eso a mí no me va a pasar! El vínculo con mi bebé es muy fuerte, es un bebé tremendamente deseado y sueño con el día en que por fin tenga su tierno cuerpecito entre mis brazos. Será tanto el amor que desprenderé por los poros que no habrá depresión que valga”... ay Gansa premamá...

   Cada día que pasa tengo más claro que un factor increíblemente influyente en el grado en que se manifiesta la depresión postparto es esa falsa expectativa que se nos crea a las futuras mamás primerizas y que luego nos golpea la realidad en la cara, de forma que vemos a nuestro anhelado bebé como un extraño que ha aparecido en nuestra vida. También afecta ese sentimiento absurdo de que tenemos que poder con todo (yo me veía dando el pecho a mi bebé mientras estudiaba y con una mano pasaba el plumero... no problem!), y no pedir ayuda, porque para eso hemos decidido ser madres, y esto no puede estar más lejos de la realidad.


 "¡Si está chupao!"

  

   ¿Cómo no iba a estar triste?, ¿cómo no iba a estar estresada?, ¿cómo no iba a estar agotada?

  Creo que el hecho de que mi bebé fuera tan demandante fue un regalo, una durísima lección de cómo debería vivirse la maternidad, y de las necesidades reales de un recién nacido, que yo hasta entonces creía que eran sólo alimentarles cada 3 ó 4 horas, bañarlos y cambiarles el pañal.

   Pero antes de que me diera cuenta de mi error conceptual, me sentía terriblemente mala madre. ¿Qué estaba haciendo mal? ¿Por qué mi bebé no era “como debía ser”? ¿Por qué no dormía entre toma y toma? ¿Por qué lloraba tanto? ¿Por qué no quería estar en su cuna o en el carrito? ¿Por qué se me acumulaban tanto las faenas de la casa? Pues menuda inútil estaría hecha...


 Esta tranquila estampa se repetía en mi casa una vez cada jamás nunca



   “Ya está, no valgo para esto, mi pobre bebé estaría mejor con cualquier otra persona que supiese cuidarle como necesita”. Estaba tan agotadísima después de horas de llanto inconsolable, de no poder ducharme ni salir de casa, casi ni comer, y no dormir más que microsiestas de 5 minutos durante semanas, que quería morir (literalmente), pensaba que lo mejor era quitarme de enmedio y que a mi bebé lo cuidara alguien que supiera. Si acabas de tener un bebé y alguno de estos pensamientos aparece por tu cabeza, o referentes a hacerte daño a ti misma o hacérselo a tu bebé, como estrellarlo contra la pared para que al fin deje de llorar (sé lo fuerte que suena, y lo desesperada que una tiene que estar para tan siquiera pensar algo parecido), tienes depresión postparto y NECESITAS AYUDA URGENTE.

   Y no, no estás sola ni deberías estarlo, ni eres un bicho raro.

   Lo primero que tenemos que hacer para minimizar los efectos de este cóctel hormonal que nos dejan el embarazo y el parto es ser conscientes de ello. Tener presente que nuestro sabio cuerpo acaba de realizar una proeza como es crear una vida, y que se merece un descanso.

   La mujer puerpera se merece que la cuiden, que la mimen, poder tumbarse con su bebé las horas que sean necesarias y no tener que estar pendiente de preparar comidas, poner lavadoras o limpiar el polvo. Y el niño recién nacido (que también ha trabajado lo suyo para venir al mundo) necesita irse acostumbrando gradualmente a su nueva vida. El periodo de exterogestación (los 9 primeros meses de vida del bebé) debería estar mucho más reconocido.

   Si nos fijamos en las mujeres de antaño, esas que eran el pilar de familias súper numerosas, era frecuente que cuando fueran a dar a luz estuvieran asistidas por madres, hermanas, cuñadas (ya que la relación con la familia era muy cercana y las casas siempre solían estar llenas de vida), vecinas, primas, y las hijas mayores si las había ya. Durante un tiempo, la madre sólo se dedicaba a su criatura, y no faltaba quien se ocupara de todo lo demás. Tengo parientes en el pueblo que son muy tradicionales, y una de ellas, como es vieja costumbre, se fue a vivir a casa de su madre durante los 2 primeros años de vida de sus hijos, que tuvo muy seguidos uno del otro.

   Y es que eso de una mujer sola encargada de cuidar a los niños (“ni siquiera hace falta que el padre se implique lo más mínimo... ¡ya me encargo yo!”), hacer las faenas domésticas (“mi casa resplandeciente, la comida todos los días a su hora y la ropita limpia y planchadita”), no descuidarse y estar súper monísima, y encima trabajar fuera de casa (“claro, que también tengo derecho”), no se ha visto jamás ni en ninguna parte más que en ciertos países desarrollados y en los tiempos que corren, y es lo más lejos de la igualdad que podemos estar. No amiga, hacerlo todo tú y encima trabajar fuera de casa no es igualdad.

   Y hasta tal punto tenía yo la idea arraigada de que mi deber era poder con todo esto y con más (porque además conocía, o creía conocer ejemplos cercanos de mujeres que así lo hacían), que al ver que todo mi tiempo y mi energía era absorbido por mi bebé, me sentía un fracaso.

   Lo raro era que no me hubiera deprimido. Qué distinto hubiera sido todo de haber cogido a mi bebé en brazos sin sentirme culpable por ello (porque se fuera a malacostumbrar, que tenía que estar en el carrito y dormir en la cuna), de haber sabido que no tenía poca leche y que era normal que mi bebé pidiera de comer con tanta frecuencia algunas veces, de haber empezado antes a dormir con mi bebé y no tener que interrumpir mi sueño constantemente durante la noche, levantarme y estar aproximadamente 40-50 minutos esperando que se volviera a dormir, regresar a mi cama y acostarme aterrada de que empezara a llorar de nuevo justo cuando me rendía el sueño, con el corazón sobresaltado en cada suspiro o quejido. Qué diferente hubiera sido todo si me hubiera permitido descansar más, si no me hubiera sentido fracasada y humillada por tener que pedir ayuda, si hubiera escuchado más a mi cuerpo y a mi instinto...

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