Si hay una palabra que defina la
llegada a este mundo de mi Gansiki, sin duda es “prisa”. Sí, mi
peque tenía muchísimas ganas de nacer y vino con mucha fuerza
cuando aún no lo esperábamos.
Soy la primera defensora del “no
comparar”, pero en el caso de mis peques me es inevitable, ya que
no podrían ser más diferentes. Ya su llegada al mundo difiere tanto
como las estaciones en que nacieron: invierno y verano.
Mi Gansi se hizo esperar casi 41
semanas, así que recién cumplidas las 38 de Gansiki yo esperaba
embarazo aún para largo, pero mi intuición me venía diciendo que
quizá se adelantara, porque había expulsado ya el tapón mucoso,
me encontraba incómoda, como si sintiera a mi peque muy encajado y
apretado dentro de mí, pero por lo demás estaba tan tranquila.
Como es propio de una embarazada, mi
síndrome del nido me tenía preparando mi casa para que estuviera
perfecta para recibir a mi bebé, pintada, limpia a fondo,
ordenada... recién había terminado de montar unas cajoneras para
meter la ropa de mi peque (el resto de armarios estaban ya copados
con ropas del Ganso, de la Gansi y mías, es lo que tiene vivir
justos de metros), y poseída por el espíritu DIY me había dado
hasta por el bricolaje.
Esa mañana me encontraba igual que
todas las demás, así que tras poner desayunos, terminar las labores
de bricolaje (ni tiempo dio a guardar las herramientas), quehaceres
domésticos, hacer la compra del mes yo solita, y almorzar, me senté
en el sofá rezando para que mi Gansi me dejara descansar un rato. Y
ahí fue cuando lo sentí. ¿Había sido aquello una contracción?
“No puede ser, demasiado pronto y demasiado suave, habrá sido una
de las de Braxton Hicks, cuando esté de parto lo sabré, ni que
fuera primeriza”... Ay Gansa...
Tenía descargada en el móvil una
aplicación de temporalizar contracciones (contraction timer por si a
alguien pudiera interesarle) que me parecía de lo más práctica
para no tener que estar mirando el reloj y con el lápiz y el papel
encima anotando a cada rato.
De ser contracciones esperaba el mismo
patrón que la última vez, suaves y cada media hora, y acortándose
en el tiempo y aumentando en intensidad paulatínamente. Pero lo
volví a sentir... ¡y sólo habían pasado 5 minutos! “Menos mal
que no son contracciones de parto, si no tendría que salir corriendo
ya al hospital y aún no tengo ni preparadas las maletas”... Ay
Gansa...
Y así seguí durante una hora, con
contracciones suaves cada 5 minutos, hasta que de pronto se paró.
“Lo sabía, falsa alarma”. O eso pensaba yo, así que preparé
todo para llevar al Ganso y a la Gansi a la piscina. Con el tapón
mucoso expulsado, yo estaba de secano. Y por el camino, conduciendo,
más contracciones seguidas, pero aún eran soportables, así que
pensé que sería que mi cuerpo se estaba preparando para el gran
día, pero ya me estaba empezando a cuestionar si resultaría que el
gran día iba a ser ese.
Volvimos de la piscina, preparé la
cena y bañé y acosté a mi Gansi. Le dije al Ganso que se acostara
no fuera a ser que tuviéramos la noche movidita. Me duché, y ya la
cosa se empezaba a poner seria, aquello ya dolía, y apenas habían
pasado 5 horas desde la primera contracción suave. Dí de comer a
nuestras mascotas y recogí la cocina en puro modo negación, pero ya
no podía más y le dije al Ganso “avisa a tu padre para que nos
lleve al hospital ya o el bebé nace aquí”. Mi suegro vino raudo,
riñéndonos por haber esperado tanto, y me encontró a cuatro patas.
Mi cuerpo estaba ya buscando postura para alumbrar a mi bebé. Iba en
el coche (en la vida habíamos corrido tanto) medio tumbada, sujeta
al agarrador del techo, y sentía muchos deseos de pujar. Iba a
decirle a mi suegro que parara el coche, porque sentía que mi bebé
nacía ya, pero tenía la esperanza de que al no haber roto aguas aún
me daba tiempo de llegar al hospital.
"¡Corre Ganso! ¡Que lo tengo en puerta!"
Llegamos y al subirme a la camilla la
celadora me advirtió de que llevaba los pantalones ensangrentados.
Una contracción brutal y sentí que algo estallaba dentro de mí,
como un globo de agua, mientras la camilla corría por los pasillos.
Pero el personal de maternidad no entendía la prisa, ellos tienen
sus protocolos y no sería la primera vez que veían a una
parturienta retorcida de dolor pero aún muy “verde”, así que me
hacían las preguntas de rigor, como cada cuánto tenía las
contracciones, y me pedían que me pasara al potro para explorarme,
lo cuál les dije, entre gritos de dolor, que me era imposible.
Accedieron a explorarme en la camilla, y al quitarme la ropa debieron
ver la cabeza del bebé asomando porque me dijeron: “efectivamente,
estás de parto”. Mi cara era de:
Me pasaron corriendo a paritorio y en
un par de pujos sentí la cabeza y luego el resto del cuerpo de mi
bebé. Lo recuerdo vívidamente, estaba muy despierta, y no me había
dado tiempo a cansarme. Casi diría que disfruté la experiencia, jo,
cuántas quisieran decir lo mismo, me considero super afortunada de
haberlo sentido con tanta intensidad.
La recuperación ha sido buenísima,
aunque ha costado adaptarse a la nueva rutina, que ha coincidido
además, justo con el cambio de rutina del fin de curso. Se me ha
pasado el primer mes de vida de mi peque que no me he dado ni cuenta.
Ahora me encuentro en un estado de
agotamiento y felicidad. Con ojerillas de panda pero la sonrisa
siempre puesta, a pesar de algunos contratiempos muy típicos de la
maternidad, de los que ya hablaré.
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