Mi primer huevito no llegó a pollito, se quedó por el camino
cuando apenas estaba haciéndome a la idea de que estaba embarazada. No me gusta
hablar de cosas tristes y soy de las que piensan que en la vida hay que saber
sacar siempre el lado positivo de cada situación si no queremos terminar
cayendo en una espiral de amargura que no conduce a nada. Por eso, más que
hablar de la tristeza de la pérdida, quisiera hablar de la parte que recuerdo
con más cariño, de esa ilusión que se siente cuando te dan la noticia de que
eso que te pasa es que llevas una vida dentro.
No obstante, de todo lo que hallé en mi periplo por Internet
buscando en vano la respuesta a la pregunta ¿por qué a mí?, quisiera dejar una
reseña de una de las mejores fuentes que encontré sobre el tema:
Y más recientemente ha llegado a mí otra experiencia
personal contada como te la contaría una buena amiga:
Por fin, sin más dilación, paso a contar la historia del primer
huevito que puso la gansa.
Realmente no buscábamos descendencia, simplemente dejamos de
poner medios para impedir que llegara, pero sin darle mayor importancia, y ya
se daría el caso si se tenía que dar, aunque la verdad es que no tardó mucho en
darse.
Unos cinco días después de una regla que en nada se
diferenciaba de las anteriores, empecé a sangrar un poco. Al principio creí que
sería de la ovulación, ya que a veces sangro un poco ese día y otra regla no
podía ser porque la acababa de tener, pero aquello no paraba, así que pensé ir
a mi médico de cabecera a ver qué estaba pasando porque no creí que fuera nada
importante como para acudir a urgencias o a un especialista.
Mi querido doctor, aún menos angustiado que yo, me dijo sin
examinarme siquiera: “no te preocupes mujer, eso son desajustes hormonales
normales, te voy a recetar esto que te va a cortar ese sangrado, pero por si
acaso te tengo que hacer una pruebita de embarazo, que no te preocupes que va a
salir negativa”.
Así que pedí el botecito de muestras de rigor y se lo
entregué a la enfermera, que se lo llevó y me cerró la puerta de la enfermería
en las narices, dejándome en la sala de espera sola con mis pensamientos, que
eran más o menos los siguientes “a ver qué pinto yo aquí haciéndome una prueba,
que no estoy embarazada ni nada, perdiendo el tiempo cuando van a llegar unas
visitas a mi casa y no voy a estar porque pensaba que esto sería una cita
rápida”, cuando de repente se abrió la puerta de la enfermería y salió la
señorita de la bata blanca con una sonrisa de oreja a oreja, que se le borró de
inmediato al ver mi cara de desconcierto, con los ojos tan entrecerrados que
podía haber pasado por asiática y la cabeza ladeada como los perrillos. La
señorita carraspeó y me dijo: “¿pero tú que es lo que quieres?”, pregunta que
no hizo sino descolocarme aún más, de modo que sólo acerté a titubear: “yo…
yo... a mí me ha dicho el médico que tiene que salir negativo”, señorita
enfermera: “pues vamos a hablar con el médico porque esto negativo no es”. Y
ahí que me fui tras ella con los ojos como platos soperos y la boca como plato
de ensalada.
En ese momento mi cabeza era un nido de avispas, pero acerté
a ver a señorita enfermera enseñarle la prueba a querido doctor, que me miró
sin cambiar de expresión y me soltó: “uy! Menos mal que hemos hecho la prueba!”
yo sin salir de mi asombro: “pero cómo? Si acabo de tener la regla hace unos
días!” querido doctor: “puede haber sido una regla falsa” mi mente: “menuda
falsificación más buena y detallada” querido doctor: “De todas formas ese
sangrado no es normal, vente dentro de unos días y te repetimos la prueba”.
Era tal mi conmoción que no acerté a preguntarle si debía
hacer algo, guardar reposo o lo que sea, simplemente salí de allí levitando
hacia mi hogar deseosa de contarle a mi ganso todo el periplo, pero tuve que
esperar pacientemente y con mi mejor cara de póker a que se fueran las visitas.
¿Qué quería decir aquello? ¿Estaba embarazada o no? ¿Y ahora
qué? ¿Esperar varios días con semejante incertidumbre? ¡Ni hablar! Yo, que
además había dejado ya de sangrar, me compré mi test de farmacia y me lo hice
por la mañana, y ahí estaban esas dos rayitas tan remonísimas que por cierto
aún guardo porque soy así de nostálgica de la vida. Así que miré al ganso y le
dije más feliz que una perdiz “a que va a ser verdad esto…”
Todo lo que sucede días después ya es la parte triste, así
que al menos por el momento la vamos a omitir, sólo diré que esta experiencia
nos marcó y nos hizo vivir la llegada de nuestro segundo huevito de otra
manera, pero eso ya lo contaré más adelante.
Sí, la verdad es que se vive con una ilusión inmensa. Yo no lo esperaba y me alegré mucho más de lo que podría imaginar.
ResponderEliminarYo a los médicos, lo siento, pero ya sean los de cabecera o los pediatras... van a tener que hacer muchos méritos para que mi fe en ellos se restablezca. Tiene una que escuchar tantas bobadas y tanta cantidad de tonterías, que no sabes si reír, llorar o sentarte en una esquina agarrada de las rodillas y mecerte por tal de no mandarles al cuerno, jajaja.
A ese tío le aplaudía en publico y le gritaba ¡Bravo, machote!
Jajaja, bueno, no me atrevo a juzgar si la actuación de mi querido Doctor fue acertada en este caso, pero tengo una buena recopilación de meteduras de pata de mis médicos, especialmente de pediatras, sobre todo cuando quieren aconsejar sobre aquello que va más allá de su formación. Desde luego es un recuerdo que atesoro con mucha ternura y una experiencia que me siento afortunada de haber vivido.
Eliminar