Cuando decimos la frase “es por su
bien”, en relación a nuestros hijos, normalmente nos referimos a
algo que no les va a gustar mucho, pero que a la larga les va a
repercutir en beneficio. Nunca decimos “que se tomen este trozo de
pastel de chocolate, que es por su bien”, ni “que se queden
jugando en el parque hasta las 11 de la noche, que es por su bien”.
No, cuando lo decimos es porque es algo que a nuestro peque no le va
a hacer mucha gracia.
Y es que no siempre aquello que es
bueno para nosotros es agradable, por eso hay veces que sentimos que
todo lo que nos gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Algo parecido
pasa con nuestros hijos.
Hay casos muy claros, como tomarse una
medicina, que no es agradable pero al final te sientes mejor después
de tomarla, pero otras veces el beneficio no está tan claro.
Hay cantidad de cosas que los pobres
peques hacen por su bien, sin que les guste, como tener que irse a la
cama cuando se lo están pasando bien o aún no sienten mucho sueño,
para que por la mañana (a la hora de despertarse acordada por los
adultos) estén descansados, o tener que comerse ese plato de
verduras que tiene tan mala pinta y peor sabor, pero que es super
sanísimo.
"¡Soy verdurín, el amigo de los niños!"
Imagen de entrechiquitines.com
Y los padres nos volvemos locos
intentando que el mal trago sea lo menos desagradable posible,
intentamos que ese plato de verduras esté lo más apetecible al
gusto y a la vista, leemos los cuentos que haga falta para amenizar
la hora de irse a dormir, rezamos para que ese jarabe sepa de verdad
a fresa, inventamos juegos para que la hora del baño sea algo
divertido, y si hace falta hasta les prometemos pizza para cenar si
se vienen ya del parque, y lo hacemos porque creemos firmemente en el
bien final, pero a veces dudamos y pensamos “¿merece la pena que
pasen por esto?”. Y dudamos todos, dudamos cuando los dejamos
llorando en el colegio, cuando nos suplican que no les demos el
jarabe que está malísimo, cuando les castigamos. Siempre pensamos
“¿estoy haciendo bien? ¿habrá otra manera de hacer las cosas?
¿me alegraré después de lo que he decidido hacer?”
Cuando lo pasan tan mal siempre
pensamos “¿de verdad merece la pena ese bien final?”. “¿De
verdad tienes tan pocas ganas de bañarte hoy? Ala, pues mañana vas
apestando” “¿no te quieres vestir? Pues salimos a la calle en
pijama” “¿tanto te duele que te desenrede el pelo? Eah, pues hoy
vas a lo afro”.
Y esa es una de las facetas de la
paternidad de las que nadie te advierte. Que vas a tener que tomar
todas esas decisiones al respecto de tu peque y luego vas a tener que
ser consecuente con lo que hayas decidido. (Y sabes bien que todas
las vecinas van a cotillear sobre lo mala madre que eres porque
llevas al niño en pijama y sin peinar, pero en ese momento ya te da
igual.)
Vas a tener que sopesar si ese bien
merece de verdad la pena en cada ocasión, o si ese bien es tal bien
y realmente vas a llegar a él de esa manera (¿realmente piensas que
castigándole así vas a conseguir que la próxima vez no se le
ocurra subirse a lo más alto de la estantería?). ¿Se va a
desnutrir porque hoy no coma las verduras? Pero... ¿si no se las
come hoy, querrá decir que el próximo día tampoco se las comerá?
Si lo vacunas, es por su bien, para que no enferme, pero sabes que lo
va a pasar mal porque le van a tener que poner un pinchazo y
seguramente va a llorar y mucho (para estos casos, yo recomiendo la
“tetanestesia” o dar el pecho mientras vacunan a tu peque), y tienes la esperanza de que todo pase pronto,
pero te ves esperando en la consulta del médico, con tu peque
sonriente a tu lado (ajeno a lo que se le viene encima) y tú en
parte sintiéndote somo si le llevaras al matadero.
Y si decides que no pasen el mal trago
que sea, luego tienes que asumir las consecuencias. Si hoy no le
apetecía para nada ir al cole y decides que se quede en casa (si es
que tienes esa opción), quizá no pase nada, a lo mejor no se pierde
mucho, o puede que sí, todo depende.
A mí en ocasiones me funciona pensar
cómo me siento cuando mi Gansi tiene que hacer algo “por su bien”,
si siento que algo no está bien, o siento que pronto pasará el mal
rato y luego me alegraré, y también pienso cómo me sentiría
después si decidiera no hacerlo.
Muchas veces, cuando esto es posible,
es muy beneficioso que los niños vean ellos mismos las consecuencias
de sus propios actos, que si no hacen algo que no les gusta luego va
a pasar algo que les gusta aún menos. Si no se ponen ahora el
abrigo, cuando salgan a la calle van a tener frío.
Y lo primero que aprende una a este
respecto es que no siempre se puede ser firme, igual que no siempre
se puede ser flexible, que tendremos que decidir en cada ocasión si
cedemos o no, y que más de una vez nos vamos a equivocar y vamos a
pensar “ay, madre, mía ¡pero qué he hecho!”.
Porque, oh sorpresa, para esto tampoco
hay manual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario