domingo, 15 de febrero de 2015

Es por su bien

   Cuando decimos la frase “es por su bien”, en relación a nuestros hijos, normalmente nos referimos a algo que no les va a gustar mucho, pero que a la larga les va a repercutir en beneficio. Nunca decimos “que se tomen este trozo de pastel de chocolate, que es por su bien”, ni “que se queden jugando en el parque hasta las 11 de la noche, que es por su bien”. No, cuando lo decimos es porque es algo que a nuestro peque no le va a hacer mucha gracia.

   Y es que no siempre aquello que es bueno para nosotros es agradable, por eso hay veces que sentimos que todo lo que nos gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Algo parecido pasa con nuestros hijos.

   Hay casos muy claros, como tomarse una medicina, que no es agradable pero al final te sientes mejor después de tomarla, pero otras veces el beneficio no está tan claro.

   Hay cantidad de cosas que los pobres peques hacen por su bien, sin que les guste, como tener que irse a la cama cuando se lo están pasando bien o aún no sienten mucho sueño, para que por la mañana (a la hora de despertarse acordada por los adultos) estén descansados, o tener que comerse ese plato de verduras que tiene tan mala pinta y peor sabor, pero que es super sanísimo.


 "¡Soy verdurín, el amigo de los niños!"
Imagen de entrechiquitines.com



   Y los padres nos volvemos locos intentando que el mal trago sea lo menos desagradable posible, intentamos que ese plato de verduras esté lo más apetecible al gusto y a la vista, leemos los cuentos que haga falta para amenizar la hora de irse a dormir, rezamos para que ese jarabe sepa de verdad a fresa, inventamos juegos para que la hora del baño sea algo divertido, y si hace falta hasta les prometemos pizza para cenar si se vienen ya del parque, y lo hacemos porque creemos firmemente en el bien final, pero a veces dudamos y pensamos “¿merece la pena que pasen por esto?”. Y dudamos todos, dudamos cuando los dejamos llorando en el colegio, cuando nos suplican que no les demos el jarabe que está malísimo, cuando les castigamos. Siempre pensamos “¿estoy haciendo bien? ¿habrá otra manera de hacer las cosas? ¿me alegraré después de lo que he decidido hacer?”

   Cuando lo pasan tan mal siempre pensamos “¿de verdad merece la pena ese bien final?”. “¿De verdad tienes tan pocas ganas de bañarte hoy? Ala, pues mañana vas apestando” “¿no te quieres vestir? Pues salimos a la calle en pijama” “¿tanto te duele que te desenrede el pelo? Eah, pues hoy vas a lo afro”.

   Y esa es una de las facetas de la paternidad de las que nadie te advierte. Que vas a tener que tomar todas esas decisiones al respecto de tu peque y luego vas a tener que ser consecuente con lo que hayas decidido. (Y sabes bien que todas las vecinas van a cotillear sobre lo mala madre que eres porque llevas al niño en pijama y sin peinar, pero en ese momento ya te da igual.)

   Vas a tener que sopesar si ese bien merece de verdad la pena en cada ocasión, o si ese bien es tal bien y realmente vas a llegar a él de esa manera (¿realmente piensas que castigándole así vas a conseguir que la próxima vez no se le ocurra subirse a lo más alto de la estantería?). ¿Se va a desnutrir porque hoy no coma las verduras? Pero... ¿si no se las come hoy, querrá decir que el próximo día tampoco se las comerá? Si lo vacunas, es por su bien, para que no enferme, pero sabes que lo va a pasar mal porque le van a tener que poner un pinchazo y seguramente va a llorar y mucho (para estos casos, yo recomiendo la “tetanestesia” o dar el pecho mientras vacunan a tu peque), y tienes la esperanza de que todo pase pronto, pero te ves esperando en la consulta del médico, con tu peque sonriente a tu lado (ajeno a lo que se le viene encima) y tú en parte sintiéndote somo si le llevaras al matadero.

   Y si decides que no pasen el mal trago que sea, luego tienes que asumir las consecuencias. Si hoy no le apetecía para nada ir al cole y decides que se quede en casa (si es que tienes esa opción), quizá no pase nada, a lo mejor no se pierde mucho, o puede que sí, todo depende.

   A mí en ocasiones me funciona pensar cómo me siento cuando mi Gansi tiene que hacer algo “por su bien”, si siento que algo no está bien, o siento que pronto pasará el mal rato y luego me alegraré, y también pienso cómo me sentiría después si decidiera no hacerlo.

   Muchas veces, cuando esto es posible, es muy beneficioso que los niños vean ellos mismos las consecuencias de sus propios actos, que si no hacen algo que no les gusta luego va a pasar algo que les gusta aún menos. Si no se ponen ahora el abrigo, cuando salgan a la calle van a tener frío. 

   Y lo primero que aprende una a este respecto es que no siempre se puede ser firme, igual que no siempre se puede ser flexible, que tendremos que decidir en cada ocasión si cedemos o no, y que más de una vez nos vamos a equivocar y vamos a pensar “ay, madre, mía ¡pero qué he hecho!”.

   Porque, oh sorpresa, para esto tampoco hay manual.



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