Al principio de tener a mi bebé, lo
único que me agobiaba era su demanda incesante, que nada tenía que
ver con la idea que yo tenía de cómo eran los niños. Al cabo de un
par de meses siguió demandante, pero a este agobio se sumó otro:
¿Qué se hace con un bebé? ¿Qué hace un bebé/niño pequeño todo
el día?
“¿Qué hago con mi bebé desde que
me despierto por la mañana?” (Mejor dicho, desde que se/me
despierta).
Muchas veces pasaban las horas y lo
único en que había invertido mi tiempo era en tomas interminables
de pecho, con alguna que otra mini siesta entre medio en las que yo
me apresuraba a recoger y limpiar la casa, a atreverme a ducharme,
sin éxito muchas veces, y otras, por más que tratara de darme prisa
(que en mi vida me he duchado tan rápido) sufría de “ducha
interruptus” y tenía que salir empapada a coger a mi bebé que se
desgañitaba llorando desde primer segundo en que abría el ojo y no
me veía.
Luego, me sentaba delante de mi bebé y
le miraba como se miran dos extraños en una incómoda cita a ciegas,
pensando “¿qué hacen los bebés? ¿A qué deben dedicar el
tiempo?... ¡ya se! Cosas educativas, sin duda”.
Es tremendamente estresante pasar el
día entero encerrada en casa tratando de buscar actividades (a ser posible educativas) para
hacer con bebés, porque, sobre todo si son pequeños, no hay
demasiadas y no duran mucho tiempo. Para colmo, la falta de sueño me
había quitado toda la poca inventiva que tenía.
Tratar de planificarlo tampoco sirvió:
“5 minutos de cucutrás, 1 minuto boca abajo en el suelo (tampoco
aguantaba más), 5 minutos de teatro con peluches (más ya conducían
al llanto), otros 5 mirando los coches por la ventana...” no había
pasado ni una hora y ya estaba agotada y sin ideas.
Salir a la calle tampoco me ayudaba,
especialmente cuando mi peque aún no tenía edad para disfrutar del
parque. Cuando empezó a tenerla, sólo disfrutaba si compartía
conmigo cada segundo del juego, y es extenuante seguir el ritmo a un
bebé o niño pequeño en el parque durante más de una hora, así
que era frecuente que yo acabara suplicando por volver ya a casa.
Y una vez en casa, más agobio, sobre
todo cuando mi peque decía que esa mañana no había siesta (cuando
fue creciendo cada vez fue haciendo aún menos) y tenía que preparar
la comida o vestirme, porque necesitaba contacto y atención
constante.
No quería caer en utilizar el recurso
de la tele. Había oído que había programas “educativos” para
bebés (aunque más tarde he sabido que tampoco son aconsejables),
pero mi Gansi no les prestaba atención. Mientras que otros niños se
embobaban con la musiquilla y los muñecos del Baby Einstein o los
cantajuegos, a mi peque no le llamaban en absoluto la atención.
Sobre la cantidad de actividades que
acumulé y lo que aprendí acerca de gestionar el tiempo de los niños
ya hablaré más adelante en otra entrada, ahora sólo quería
compartir (y espero no ser la única que lo ha experimentado) esa
sensación de estrés que me producía tener a mi peque todo el día
conmigo (porque yo no trabajaba entonces) y no saber qué hacer.
"A ver, ¿y si jugamos a contar los coches amarillos que van pasando?
No, que eso ya lo hemos hecho..."
Otro problema de salir a la calle es
que me daba la sensación de que mi peque no disfrutaba de los
paseos, aparte de que no aguantaba mucho tiempo en el carrito y tenía
que parar cada poco tiempo a darle el pecho (al principio, cuando no
me atrevía a dárselo en la calle, lo que hacía era correr
espantada para casa, así que el paseo era express), o a tratar de
consolar un llanto inconsolable motivado por sus cólicos. Tampoco se
me ocurría dónde ir, si andar por andar, si hacer un recado (lo
cual también era increíblemente estresante cuando empezaba a llorar
a berrido limpio justo en la línea de caja del súper)...
Había oído, de otros padres, que la
calle es la salvación, el recurso definitivo, y que el agobio viene
únicamente esos días en que por el motivo que sea no se puede
salir. En mi caso era casi igual de estresante pensar en cosas para
hacer en la calle que en casa. Dónde ir (¿siempre al parque? Donde
vivo tampoco hay muchos más sitios), qué enseñarle (¿buscar
bichitos, mirar piedras?)...
Me estresaba muchísimo tener a mi
peque a mi lado y que no se me ocurriera nada para que hiciéramos
juntos, y me daba pavor que se abrurriera. Más tarde comprendí que
un poco de aburrimiento tampoco es malo, ya que fomenta la
imaginación.
Cuando mi peque fue creciendo, fui
aprendiendo, pero no terminaba de solucionar el problema. Me sentaba
a su lado y le decía “¿a qué jugamos?”, quizá me contestaba
“No té...” yo: “emmm... ¿pintamos?” posible respuesta
“nooo” (a ver qué pienso ahora), “¡ti!” (a ver qué pinto
ahora, si se me da fatal...) y como eso todo: “¿Jugamos con la
plasti?” (Gansa, que tú no pasas de las bolas y los churros)
“¿Jugamos con la cocinita?” (en 20 minutos ya has hecho todas
las recetas que te sabes).”¿Bailamos?” (en 10 minutos estarás
sudando más que si hubieras ido a Zumba, suerte que tu peque ya se
habrá aburrido de eso), “¿Jugamos a médicos y veterinarios?”
(en 15 minutos ya habéis curado 3 veces a todos los peluches de la
casa y a ti no se te ocurren nuevas dolencias, te has quedado ya sin
recursos después del empaste al burrito de trapo, el baipás
coronario de Piolín y el trasplante de hígado de Pepa Pig),
“¿construimos un fuerte o un castillo?” (una vez hecho te
sentarás dentro con tu peque y os miraréis diciendo ¿y ahora
qué?)...
Y es que para llenar el tiempo de un
niño hay que tener mucha inventiva.
Pero lo que más me ayudó, lo que
mejor funcionó en mi caso, fueron dos cosas:
La primera, ir dejando que mi peque
guiara un poco el juego, tratando de descubrir qué cosas le gustaban
más y potenciarlas, sin miedo a esos ratos en blanco sin nada que
hacer.
Y la segunda incluir en su juego
actividades cotidianas como limpiar, recoger, ordenar , regar las
plantas, hacer la compra (escribir la lista, buscar por la tienda lo
que necesitamos) y cocinar (todo lo que implique guarreo, en mi caso
es éxito asegurado). De esta forma los niños aprenden, participan y
colaboran.
Realmente había días que no veía el
momento de que llegara alguna actividad rutinaria del día, como el
baño y la cena, y es que las rutinas (flexibles, eso sí) y la
planificación me han servido de mucho.
Ayyy Gansa, cuánto nos exigimos... me encanta la idea de las actividades cotidianas, yo soy muy partidaria de ello, aunque algunas veces recurro a la tv, aún sintiéndome mal, para que me de un respiro y haga mil cosas en media hora.
ResponderEliminarBesos guapa!
Uyyy jajaja es verdad lo de la culpabilidad por dejarles viendo la tele, pero sólo gracias a Dora la exploradora puedo hacer las camas el fin de semana.
EliminarUn besazo!!!