domingo, 22 de febrero de 2015

Y ahora qué hago yo contigo...

   Al principio de tener a mi bebé, lo único que me agobiaba era su demanda incesante, que nada tenía que ver con la idea que yo tenía de cómo eran los niños. Al cabo de un par de meses siguió demandante, pero a este agobio se sumó otro: ¿Qué se hace con un bebé? ¿Qué hace un bebé/niño pequeño todo el día?

   “¿Qué hago con mi bebé desde que me despierto por la mañana?” (Mejor dicho, desde que se/me despierta).

   Muchas veces pasaban las horas y lo único en que había invertido mi tiempo era en tomas interminables de pecho, con alguna que otra mini siesta entre medio en las que yo me apresuraba a recoger y limpiar la casa, a atreverme a ducharme, sin éxito muchas veces, y otras, por más que tratara de darme prisa (que en mi vida me he duchado tan rápido) sufría de “ducha interruptus” y tenía que salir empapada a coger a mi bebé que se desgañitaba llorando desde primer segundo en que abría el ojo y no me veía.







   Luego, me sentaba delante de mi bebé y le miraba como se miran dos extraños en una incómoda cita a ciegas, pensando “¿qué hacen los bebés? ¿A qué deben dedicar el tiempo?... ¡ya se! Cosas educativas, sin duda”.


   Es tremendamente estresante pasar el día entero encerrada en casa tratando de buscar actividades (a ser posible educativas) para hacer con bebés, porque, sobre todo si son pequeños, no hay demasiadas y no duran mucho tiempo. Para colmo, la falta de sueño me había quitado toda la poca inventiva que tenía.

   Tratar de planificarlo tampoco sirvió: “5 minutos de cucutrás, 1 minuto boca abajo en el suelo (tampoco aguantaba más), 5 minutos de teatro con peluches (más ya conducían al llanto), otros 5 mirando los coches por la ventana...” no había pasado ni una hora y ya estaba agotada y sin ideas.

   Salir a la calle tampoco me ayudaba, especialmente cuando mi peque aún no tenía edad para disfrutar del parque. Cuando empezó a tenerla, sólo disfrutaba si compartía conmigo cada segundo del juego, y es extenuante seguir el ritmo a un bebé o niño pequeño en el parque durante más de una hora, así que era frecuente que yo acabara suplicando por volver ya a casa.

   Y una vez en casa, más agobio, sobre todo cuando mi peque decía que esa mañana no había siesta (cuando fue creciendo cada vez fue haciendo aún menos) y tenía que preparar la comida o vestirme, porque necesitaba contacto y atención constante.

   No quería caer en utilizar el recurso de la tele. Había oído que había programas “educativos” para bebés (aunque más tarde he sabido que tampoco son aconsejables), pero mi Gansi no les prestaba atención. Mientras que otros niños se embobaban con la musiquilla y los muñecos del Baby Einstein o los cantajuegos, a mi peque no le llamaban en absoluto la atención.

   Sobre la cantidad de actividades que acumulé y lo que aprendí acerca de gestionar el tiempo de los niños ya hablaré más adelante en otra entrada, ahora sólo quería compartir (y espero no ser la única que lo ha experimentado) esa sensación de estrés que me producía tener a mi peque todo el día conmigo (porque yo no trabajaba entonces) y no saber qué hacer.


 "A ver, ¿y si jugamos a contar los coches amarillos que van pasando? 
No, que eso ya lo hemos hecho..."


   Otro problema de salir a la calle es que me daba la sensación de que mi peque no disfrutaba de los paseos, aparte de que no aguantaba mucho tiempo en el carrito y tenía que parar cada poco tiempo a darle el pecho (al principio, cuando no me atrevía a dárselo en la calle, lo que hacía era correr espantada para casa, así que el paseo era express), o a tratar de consolar un llanto inconsolable motivado por sus cólicos. Tampoco se me ocurría dónde ir, si andar por andar, si hacer un recado (lo cual también era increíblemente estresante cuando empezaba a llorar a berrido limpio justo en la línea de caja del súper)...

   Había oído, de otros padres, que la calle es la salvación, el recurso definitivo, y que el agobio viene únicamente esos días en que por el motivo que sea no se puede salir. En mi caso era casi igual de estresante pensar en cosas para hacer en la calle que en casa. Dónde ir (¿siempre al parque? Donde vivo tampoco hay muchos más sitios), qué enseñarle (¿buscar bichitos, mirar piedras?)...

   Me estresaba muchísimo tener a mi peque a mi lado y que no se me ocurriera nada para que hiciéramos juntos, y me daba pavor que se abrurriera. Más tarde comprendí que un poco de aburrimiento tampoco es malo, ya que fomenta la imaginación.

   Cuando mi peque fue creciendo, fui aprendiendo, pero no terminaba de solucionar el problema. Me sentaba a su lado y le decía “¿a qué jugamos?”, quizá me contestaba “No té...” yo: “emmm... ¿pintamos?” posible respuesta “nooo” (a ver qué pienso ahora), “¡ti!” (a ver qué pinto ahora, si se me da fatal...) y como eso todo: “¿Jugamos con la plasti?” (Gansa, que tú no pasas de las bolas y los churros) “¿Jugamos con la cocinita?” (en 20 minutos ya has hecho todas las recetas que te sabes).”¿Bailamos?” (en 10 minutos estarás sudando más que si hubieras ido a Zumba, suerte que tu peque ya se habrá aburrido de eso), “¿Jugamos a médicos y veterinarios?” (en 15 minutos ya habéis curado 3 veces a todos los peluches de la casa y a ti no se te ocurren nuevas dolencias, te has quedado ya sin recursos después del empaste al burrito de trapo, el baipás coronario de Piolín y el trasplante de hígado de Pepa Pig), “¿construimos un fuerte o un castillo?” (una vez hecho te sentarás dentro con tu peque y os miraréis diciendo ¿y ahora qué?)...

   Y es que para llenar el tiempo de un niño hay que tener mucha inventiva.

   Pero lo que más me ayudó, lo que mejor funcionó en mi caso, fueron dos cosas:

   La primera, ir dejando que mi peque guiara un poco el juego, tratando de descubrir qué cosas le gustaban más y potenciarlas, sin miedo a esos ratos en blanco sin nada que hacer.

   Y la segunda incluir en su juego actividades cotidianas como limpiar, recoger, ordenar , regar las plantas, hacer la compra (escribir la lista, buscar por la tienda lo que necesitamos) y cocinar (todo lo que implique guarreo, en mi caso es éxito asegurado). De esta forma los niños aprenden, participan y colaboran.

   Realmente había días que no veía el momento de que llegara alguna actividad rutinaria del día, como el baño y la cena, y es que las rutinas (flexibles, eso sí) y la planificación me han servido de mucho.

2 comentarios:

  1. Ayyy Gansa, cuánto nos exigimos... me encanta la idea de las actividades cotidianas, yo soy muy partidaria de ello, aunque algunas veces recurro a la tv, aún sintiéndome mal, para que me de un respiro y haga mil cosas en media hora.
    Besos guapa!

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    1. Uyyy jajaja es verdad lo de la culpabilidad por dejarles viendo la tele, pero sólo gracias a Dora la exploradora puedo hacer las camas el fin de semana.
      Un besazo!!!

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