Cuando nos hacemos mayores, echamos la
vista atrás y recordamos nuestra infancia. Entonces miramos a los
niños de hoy en día y empezamos a buscar semejanzas y diferencias,
y siempre ocurre que los que son niños ahora salen perdiendo en la
comparación.
No importa la edad que tengamos,
siempre pensamos que éramos la mejor generación, los que más se
divertían, los más educados y respetuosos, los que más valoraban
aquello que poseían, los menos materialistas, los más inteligentes,
los más felices etc. Y seguramente, cuando nuestros peques crezcan,
les parecerá que los niños de su época también dejan mucho que
desear.
Nos ponen imágenes de programas como
Super Nany (cuidadosamente seleccionadas, posiblemente manipuladas y
sacadas de contexto) y nos echamos las manos a la cabeza. “¡Madre
mía cómo están los niños hoy en día! ¡En mis tiempos no éramos
así! Mi madre hace tiempo que me hubiera parado los pies de un
chanclazo...”
Imagen de: criaraunbebedificil.blogspot.com.es
Y ni hablemos ya de la “juventud de
hoy en día”, que eso es tema aparte, que parece que todos fueran
dignos de “hermano mayor”, violentos, chonis, ninis..., como si
no hubiera jóvenes inteligentes, implicados, solidarios,
responsables etc.
Pero centrémonos en los niños, que
hoy en día, antiguamente y siempre serán eso: niños, con las
mismas necesidades. ¿Realmente son tan diferentes los niños de hoy?
¿Tanto han cambiado? ¿Tanto ha variado la forma en que los criamos?
Yo diría que es la sociedad entera la que ha cambiado, igual que
seguirá cambiando y evolucionando siempre.
Una de las cosas que son distintas
ahora es el tiempo que pasan los niños con sus padres. Desde hace muchísimos
años han existido niños que, por la razón que fuera, apenas
pasaban tiempo con sus progenitores, y en lugar de ello, los cuidaba
una institutriz, vivían en un internado, los mandaban a vivir con un
pariente con más recursos, o les enviaban a servir a algún señor o
a ser aprendices de algún oficio.
Cuando se incorporó la mujer al
mercado laboral era habitual que ambos padres trabajaran y que los
niños tuvieran una tata, que podía ser contratada o un pariente,
por lo general la abuela, que además vivía en casa. Estos niños
crecían atendidos, aunque hubieran preferido que los atendieran sus
padres, pero al menos, en el caso de los criados por su abuela,
podían establecer un vínculo emocional.
Porque de buscar un “sustituto”
paterno, cuanto más natural y cercano mejor. El problema viene
cuando el acompañamiento de nuestros hijos es artificial y pasajero,
y esto hoy en día cada vez es más frecuente.
Los niños tienen que pasar por varias
manos de “seños de la guarde”, que tienen que atender a otros
niños a la vez y con la que no pueden entablar ningún vínculo
afectivo, por mucho cariño con que los traten, y pasan demasiadas
horas frente a la “tele-niñera”. Normal que luego les cueste ser
empáticos o solidarios.
Es fácil que hoy los niños tengan
demasiadas cosas, demasiados juguetes, demasiados caprichos para que
jueguen solos y no nos reclamen, para que estén entretenidos y no
molesten.
La generación de niños actual está
llena de hijos de padres que tuvieron hijos porque tocaba, pero que
no se implican en su crianza, padres que tienen que trabajar
demasiadas horas o buscar trabajo de forma incesante y no les quedan
ni fuerzas para dedicar un rato a sus hijos, etc. Aunque por
supuesto, y por fortuna, no todos son así.
Lo peor que podemos hacer es
generalizar. De toda la vida ha habido, y por desgracia habrá, niños
maltratados de una forma u otra, desatendidos, o criados con métodos
que, aunque para los padres sean lo mejor y los más adecuados,
realmente no lo son.
Todos sabemos la teoría, que por muy
cansados y estresados que estemos, debemos tratar de pasar tiempo de
calidad con nuestros hijos, pero esto no siempre nos es fácil de
llevar a cabo, e inevitablemente los niños pagan las consecuencias.
Pero aún así salen adelante, y eso es
de admirar. Conseguir sacar un adulto responsable, solidario, buena
persona, que cuide de los demás y que esté decidido a cambiar el
mundo a mejor, es una labor complicada, que requiere un enorme
esfuerzo de concienciación colectivo.
Y el primer paso es tratar de
comprender a los niños de hoy en día, que en el fondo no son tan
distintos al resto de generaciones. Todos le hemos sacado la lengua a
algún mayor, hemos hecho ruido cuando se supone que debíamos estar
callados, hemos molestado, hecho travesuras, hemos tenido rabietas,
hemos discutido, gritado, corrido y saltado, en algún momento
holgazaneado, desobedecido, experimentado, tocado lo que no debíamos,
sentido curiosidad... todos hemos sido niños.
Me encanta tu reflexión, yo también creo que laS circunstancias son distintas pero los niños no lo son tanto, aunque a veces los adultos pretendamos que se adapten a nuestro ritmo frenético y se nos olvida que son niños.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Tienes toda la razón
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