Cuando te vuelves mamá, te encuentras
de repente con un sentimiento que nunca antes habías experimentado
tanto y tan a menudo: la culpabilidad, te sientes culpable por cosas
que antes ni imaginabas, y lo peor es que solemos rehusar compartir
esa culpa, la queremos todita para nosotras.
Nos sentimos responsables de todo
cuanto le pase a nuestros peques, de todo lo que no les pase y de
cada lágrima que derramen, al fin y al cabo, les hemos puesto en
este mundo y están a nuestro cuidado, toda protección es poca.
Imagen de http://internetaula.ning.com/profiles/blogs/contra-la-sobreprotecci-n
Quizá esto haya quien lo viva con
diferente intensidad, yo voy a contar mi caso, y personalmente no es
que me sintiera mal por cada cosa negativa que tuviera que
experimentar mi peque, la cosa va mas allá, me sentía directamente
causante de ello. Hasta el más mínimo resfrío de mi criatura lo había causado yo, por no abrigarle,
por abrigarle demasiado, por haberle sacado a la calle, por haberle
dejado jugar junto al niño de los mocos. Recuerdo cuando mi Gansi
era bebé (qué lejos parece a veces que quede aquello), y estábamos
en la consulta del médico, yo miraba a las señoras mayores que le
hacían cucamonas y le sacaban la lengua a mi peque y pensaba:
“seguro que me juzgan en silencio, seguro que aquella de allí
piensa que ella tuvo cinco hijos y nunca le enfermó ninguno porque
ella sí que los sabía cuidar”, y el caso es que de hecho siempre va a
haber alguna “supermadraza” con sus nenes ya bien creciditos que
presume de que sus peques nunca se cayeron o nunca se rompieron un
hueso, o apenas se les ponían malitos, y claro, el mérito es todo
suyo.
Sé que esto da para otra entrada, pero
hay a veces ciertas señoras mayores que son de lo peor, porque como
tu estilo de crianza difiera en algo del suyo te estás equivocando
porque sus hijos ya son mayores y están perfectamente. Que yo no
digo que no se pueda estar “perfectamente”, por poner un ejemplo,
habiendo tomado 10 minutos de cada pecho cada 3 horas exactas, cosa
que al final siempre acababa derivando en la ayudita, que cada vez es
más hasta que “oh, vaya, me quedé sin leche, justo a los 2, 3 o
como máximo 6 meses”.
Lo que quiero decir es que no siempre
el no hacer las cosas de la mejor manera que se acaba conociendo
quiere decir que vayamos a tener consecuencias desastrosas, lo más
probable es que nuestros bebés crezcan bastante sanos y normales,
pero esto no quiere decir que no se pudieran haber hecho las cosas
mejor, o que hubieran tenido una infancia algo mejor, más relajada o
más feliz, (que no quiere decir que no fuera buena tal y como fue).
A lo que voy, que me enrollo como las
persianas y me pierdo, es que las madres siempre hacemos lo que
creemos que es mejor para nuestros peques, en función de nuestras
propias vivencias y creencias, y de la información con la que
contemos en ese momento, y si más tarde descubrimos algo que
podríamos haber hecho mejor, de haber sabido lo que antes no
sabíamos, nos invade una vez más la culpabilidad.
Este sentimiento a veces lo sufrimos en
silencio y otras veces rehuimos de él y nos ponemos en modo defensa,
sobre todo cuando quien nos inspira la duda que nos lleva a la
culpabilidad es otra persona. A ver quién es la guapa que le dice a
la señora de antes que no es bueno dejar llorar a los niños, que en
el mejor de los casos te contesta: “esos son tonterías modernas de
ahora, porque los míos lloraron y están perfectamente”, y se
indigna viva porque cree le estás insinuando que hizo algo mal con
sus hijos, que no los quería lo suficiente o que no se preocupaba lo
bastante como para haber sabido eso, o que no es buena madre...
¡válgame!
Esto es lo que les pasa a muchas madres
que dan el biberón cuando les dices que la lactancia materna es lo
mejor, y las defensoras de la lactancia materna a veces nos
extrañamos de que se reboten como si les acabaras de escupir, cuando
no hacemos más que señalar una verdad científicamente demostrada.
Y aquí se evidencia una vez más que es ultra importante respetar la
decisión de la madre. Si te pide consejo, o está embarazada o
quiere dar el pecho y tiene alguna dificultad en que le puedas
ayudar, háblale de todas las bondades de la lactancia materna, pero
en caso contrario, mejor callárselas, porque es probable que ya las
sepa, y las circunstancias que la han llevado a no optar por ella son
sólo suyas y no le debe explicaciones a nadie, y las madres ya nos
sentimos bastante culpables por todo lo que se refiera a nuestros
peques como para que nos estén recordando a diario que no le estamos
dando a nuestro bebé el alimento más óptimo.
Y en defensa de las señoras de antes
he de decir que muchas veces no es que digan nada, o dicen menos de
lo que yo interpreto, porque no sé si le pasará a otras mamás,
pero a mí la culpabilidad a veces me lleva a la paranoia, a sentirme
juzgada cuando nadie está juzgándome ni insinuando nada, pero eso
es lo que tiene la opinilogía y el dar consejos no solicitados a
alguien con las emociones a flor de piel por culpa de las hormonas y
de la inseguridad de toda primeriza (aunque se ven primerizas que
parecen expertas, pero de esto ya hablaré otro día).
Así que si estás a punto de ser mamá,
prepárate para sentirte culpable como nunca en tu vida, culpable si
tu peque: duerme poco, duerme mucho, tiene gases (¡no le pones a
eructar suficiente!), no hace caca, llora (por lo que sea), no quiere
comer (¡no le gusta tu leche o la comida que preparas!), tiene mocos
(¡por tu culpa se resfrió!), se ha dado un golpecito (¡con la
única parte de la casa que no forraste de gomaespuma!), tuvo una
pesadilla (¿qué hiciste, qué dijiste, qué le dejaste ver?), ha
heredado tus orejas de soplillo (¡genética cruel!), ha tropezado
(¡no le pusiste zapatos o le pusiste unos inadecuados, seguro!), le
picó un mosquito, y un interminable etcétera, y será todo culpa
tuya y de nadie más, tú eres su madre, es que ni al padre vamos a
dejarle una migaja de culpa, toda para tí, y muchas veces pensarás:
“bueno, en el fondo no es culpa mía, al menos, no sólo mía”, o
“es que tiene que vivir todas estas experiencias, no le puedo meter
en una burbuja”, pero en el fondo seguirás sintiendo ese pellizco.
Lo mejor es intentar convivir con este
sentimiento, aceptarlo como algo normal, una de estas cosas que
vienen de regalo con la maternidad y de las que nadie te previno, y
no dejar que te arrastre, intentar mantener la objetividad, y darte
un respiro de vez en cuando. Recuerda que amas a tu peque con toda tu
alma, y que todo lo que hayas hecho ha sido porque en ese momento
creías que era lo mejor, dada la información y los medios de que
disponías, que tienes derecho a cometer errores por muy atenta que
quieras estar, que la sobreprotección no es buena, y hay cosas que ocurren sin que podamos evitarlas.