De pequeña solía tener
una imaginación desbordante. Escribía cuentos, poemas... ¡hasta dibujaba! (que hoy lo más que hago es tu retrato con un 6 y un 4).
Recuerdo que jugaba con mi hermana y era siempre yo quien proponía
los juegos y las aventuras. Nunca me quedaba sin ideas y cuando nos
dábamos cuenta habían pasado varias horas.
"¡Voilá!"
Pero el tiempo pasó, y no
sé en qué momento ni a consecuencia de qué, perdí toda mi
inventiva. No sé si fue culpa del sistema educativo, de mi
crecimiento natural, o de las experiencias que he ido viviendo, pero
la fuente de la imaginación se me secó.
Recuerdo esa época con
nostalgia, y pienso lo que podría haber sido mi vida si aún
conservara esa capacidad. No sólo por las novelas que llevaría ya
escritas, de todos los géneros y para todos los públicos, sino por
lo bien que me hubiera venido toda esa fantasía para pasar el tiempo
con mi Gansi.
Cada vez que jugamos
pienso “anda que igualito que cuando tenía su edad”, y no sólo
porque ya no me de el cuerpo para aguantar su ritmo (que eso es
inevitable), sino por lo que me cuesta ahora inventarme un juego
original y divertido, o un simple cuento, y no digamos ya una
actividad que pretenda ser educativa o enseñarle algo positivo.
Me siento con impotencia
delante del pegote de plastilina incapaz de moldear mucho más que
una bola, un churro, y con suerte un caracol si lo enrollo, y me
pregunto si a mi pobre peque le pasará lo mismo algún día y
perderá por completo ese mundo interior tan asombroso de la
infancia. Y me pongo delante de la pizarra, decidida a pintar un
bello paisaje, y no salgo de la casita con el sol y la nube...
Cuando mi Gansi era más
pequeña lo pasaba aún peor (¿a qué juega un bebé de 6 meses
aparte de al cucutrás?). Ahora al menos tiene muchos, muchísimos
(demasiados para mi gusto) juguetes, y los juguetes de hoy en día
tienen algo que para mi situación actual es una ventaja, pero para
los niños un inconveniente, y es que ofrecen un juego muy dirigido,
con muy pocas posibilidades de variación.
Te viene el juego con sus
instrucciones de montaje y uso, y no se puede jugar de otra manera
(en algunos casos, ni aunque lo intentes). Incluso las piezas de
construcciones vienen con formas tan definidas que cuesta hacer algo
aparte de aquello para lo que vienen diseñadas. El castillo de
Frozen, la casita de Peppa Pig... me llena de orgullo que mi Gansi
consiga desmontarlo y fabricar otra estructura diferente.
A mí, con mi seca
imaginación, me viene genial que me digan lo que tengo que hacer,
cómo y con qué, pero a veces conviene salirse de esa dinámica para
fomentar la inventiva de los más pequeños, y con según qué
juguetes, cuesta un poco.
¿No es mucho mejor jugar
a ser una princesa e inventarte tu propia historia, que jugar a ser
la reina Elsa, cantar “Let it go” y pasar al siguiente juego?
Yo de pequeña tenía un
proyector de diapositivas para dibujar, y había de todo: personajes,
paisajes... ahora mi peque tiene un proyector de Peppa Pig y la
verdad es que cansa dibujar siempre a la misma cerda (ahora de hada,
ahora de bombera, ahora de astronauta, pero siempre lo mismo al fin y
al cabo). Con cosas así no me extraña que muchos niños desarrollen problemas
de concentración. Normal que se aburran enseguida de cada juego.
La verdad es que
disfrutaría mucho más del tiempo que paso con mi peque si pudiera
reconectar con mi niña interior y pedirle que me enseñe algunos
juegos o que me cuente alguna historia. Recuerdo que todos mis
muñecos, que por cierto eran todos animales (no sé por qué siempre
me dieron grima los juguetes antropomórficos), tenían nombres muy
bien pensados y fáciles de recordar. Ahora mi Gansi me pide ayuda
para ponerle nombre a alguno de sus muñecos y lo más original que
se me ocurre es el mono Monolo y el oso Blanquito, así que lo dejo
en sus manos y resulta que el bicho que sea hoy se llama Fritz y
mañana Frotz. Pero tampoco me puedo quejar, si la mayoría de
muñecos que le regalan ya vienen con el nombre puesto: Dora, Mickey,
Peppa, Anna... en fin...
Y cualquiera sale a la
calle, se encuentra a una niña en el parque y le dice que esa muñeca
Elsa que traes se llama Serafina, que le dura la cara de WTF una semana.
Lo peor son las largas
tardes de invierno, las que pasamos encerrados en casa por el mal
tiempo. Ahí es cuando más echo de menos a esa niña imaginativa. Y
qué difícil es evitar la tentación de ponerle una película detrás
de otra...
Aunque se me ha llegado a
secar la imaginación incluso en el parque. Sí, juego con mi peque
también en el parque y estoy segurísima de que no seré la única,
sobre todo si ese día o a esa hora no hay más niños. Rara vez he
podido dejar a mi peque a su bola mientras observo de lejos o charlo
con otras madres, y sé que hay muchos niños que prefieren jugar
solos o con otros niños, pero mi peque no es así, al menos la mayor
parte del tiempo. Se relaciona con otros niños y se divierte, pero
siempre prefiere que esté yo cerca y participando, a lo que los
otros niños se me quedan mirando porque mi presencia les corta el
rollo, a no ser que ese día se alineen los astros y me invente un
pedazo de juego que a todos les mole, y por un momento me crea que me
podría ganar la vida de animadora infantil.
He probado muchas veces
intentar que juegue sola o que juegue con los otros niños sin mí, y
la verdad es que cuesta ver a otra madre o padre que juegue con los
niños más allá de empujar un columpio o pasarles una pelota un
rato, y también creo que es bueno que se sociabilice con los de su
edad. Pero la cosa suele acabar en desastre si la fuerzo.
Cada vez le temo menos a
que se aburra, he aprendido que el aburrimiento para los niños es
bueno, hace que se les ocurran cosas aunque a veces sean
gamberrradas. Y muchas veces dejo en sus manos la decisión. “Mamá
¿a qué jugamos?” “¿A qué te apetece jugar a tí?”
Esto es lo que tiene
criarse sin hermanos y sin apenas relacionarse con otros niños de
edades similares más que ocasionalmente, que para jugar y
entretenerse no sólo es que mamá es la mejor opción, sino que en
estos casos es la única que hay, a no ser que papá esté presente y
operativo y se una.
Y cuando ya no puedo con
el pellejo, después de 5 horas de juego ininterrumpido (que ya me
cuesta recordar hasta la edad que tengo) exprimiendo hasta la última gota de la poca inventiva que me han dejado los años (y tratando de sacar partido de ideas de Internet), cuando ya definitívamente
no se me ocurre nada y mi peque tira de mí demandando seguir
jugando, con gran sensación de culpabilidad enciendo la tele y la
absorción es inmediata. Ni siquiera me gusta lo que ve, la mayoría
de los dibujos que echan hoy me parecen horrorosos, pero a mi peque
le gustan.
Y entonces me dejo caer en
el sofá, con la cabeza martilleante, cierro los ojos un momento y me
relajo 5 segundos hasta que oigo una voz que me llama desde el otro
lado del pasillo: “¡Hola! ¡Soy yo! La montaña de ropa para
planchar que te lleva esperando unos días. ¿Te acuerdas de mí?”
Merde...
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