Mi cuarto huevito fue la sorpresa más
inesperada y bonita que he recibido nunca.
Desde lo de mi tercer huevito andaba
con las reglas tan descolocadas que incluso llegué a pensar que
quizá iba a tener (me veía todos los síntomas) una menopausia prematura.
Y lo curioso es que el hecho de pensar
que tal vez no iba a poder darle a mi Gansi un hermanito nunca, me
hacía desearlo aún más. Llegué a plantearme la adopción, pero en
nuestras circunstancias no era viable, así que con el paso del
tiempo me fui resignando, a pesar de que todo el mundo me dijera que
aún era joven, reproductivamente no me sentía así.
Hacía muchísimo que habíamos
abandonado la búsqueda activa de un embarazo, de hecho lo más
parecido que hicimos a una búsqueda activa fue cuando vino nuestra
Gansi. Desde entonces, descubrí la planificación familiar natural,
y la seguíamos con mayor o menor rectitud dependiendo de lo
importante que fuera para nosotros en según qué época evitar un
embarazo.
De hecho, me quedé embarazada de mi
tercer huevito por arriesgarnos un día de probabilidad baja de
fertilidad, que sería baja, pero desde luego no nula, aunque como
tampoco nos cerrábamos tajantemente pues de vez en cuando nos
arriesgábamos días así, y uno de los días pues sucedió que nos
llevamos la sorpresa, aunque en este caso no tuvo final feliz.
Cuando el Ganso me hablaba de prevenir
un embarazo (él no se sentía preparado) me hacía hasta gracia.
Pensaba “pero si de todas formas no va a venir...” Así que si
alguna vez traté de “evitarlo” fue por él, porque yo sí lo
deseaba, y pensaba que aunque lo buscáramos no tendríamos suerte.
Después de años sin menstruación
tras el parto de mi Gansi, y por tanto, sin necesidad de utilizar
ningún método preventivo, una vez que mi cuerpo se reactivó
alcancé un conocimiento bastante preciso de mis ciclos. Sabía, sin
necesidad de utilizar test de ovulación, el día exacto en que
ovulaba, mis días de mayor y menor fertilidad, y los ciclos en los
que no ovulaba. O eso creía yo...
Como decía, desde que perdimos a
nuestro tercer huevito, mis reglas habían comenzado a ser
irregulares, tendiendo a acortarse mucho, tanto en días de fase
lútea como de folicular (lo cual, dentro de lo irregular, es
bastante irregular), y había ciclos en que ovulaba y otros en que
no, vamos, totalmente incompatible con la sola idea de buscar una
concepción.
Y los ciclos en que ovulaba no había
la menor duda, el patrón de flujo era imposible de obviar, y más
imposible lo eran las punzadas que me daban el día de la ovulación,
que a veces me molestaba cada paso que daba al andar, como si me
estuvieran estrujando los ovarios.
Pues ese ciclo concreto, empecé a ver
signos de que no iba a ovular, y para confirmarlo me hice un test de
ovulación el día antes de aquel en que esperaba ovular, el mismo
día y el posterior, y todos salieron negativos. No estábamos muy
seguros de si podíamos arriesgarnos, así que cuando surgió, surgió
(una sola vez para ser más exactos).
Los días antes de la regla solía
tener unos días de manchado (lo cual según algunos ginecólogos es algo normal, y según otros es un signo de infertilidad), a veces me venía la regla durante un
día, se cortaba otro día entero y luego reanudaba, y ese mes ni
rastro de manchado. Pensé que quizá por fin empezaran a venir mis
reglas como antes, o que quizá como no había ovulado, hasta que no
ovulara no me iba a venir.
Pero una vocecita me decía que igual
la respuesta era otra, a lo que otra vocecita le contestaba “¿no
serán las ganas tuyas?”
Me negaba a hacerme un test de embarazo. ¡Era imposible! Ya comenzaba incluso a notar las punzadas
en los riñones que a veces me dan antes de que me vaya a venir la de
rojo. Pero sólo para acallar esa vocecita que no me dejaba en paz
todo el día con el “¿y si...? ¿y si...? ¿y si...?”, al final,
el día en que supuestamente esperaba mi regla, me hice el dichoso
test.
Era un test de alta sensibilidad, así
que para entonces se supone que debería ver con claridad y sin lugar
a dudas una línea en caso de positivo, pero la única línea que
aparecía era la de control. Así que la otra vocecita de mi cabeza
(esto de oír voces ya creo que me lo voy a tener que hacer mirar),
proclamó “¿ves so pava? ¡Si sabes que no has ovulado! ¿ya te
has quedao tranquila?”
Y con las mismas tiré el test al cubo
de la basura y seguí con mi rutina mañanera. Pero cuál no sería
mi sorpresa cuando, al abrir el cubo para tirar la cáscara del
plátano que me acababa de desayunar, me parece que una segunda línea
muy tenue me saluda. Caí al suelo de rodillas y juro que casi me
desmayo.
¿Cómo? ¿Cuándo? ¿De dónde había
salido ese óvulo ninja que había escapado de mis expertas
previsiones y de los test?
Sin terminar de creérnoslo, esperamos
varios días y fuimos haciendo test sucesivos, observando una clara
progresión. No había dudas.
Dudas no, pero miedo muchísimo. Miedo
a creérmelo, miedo a hacerme ilusiones, miedo a volver a perderlo.
En otras circunstancias hubiera ido
inmediatamente al médico, pero esperé a estar de más de 5 semanas
para que la confirmación que me hicieran no dejara lugar a dudas. Me
negué a hacerme más ecografías de las estrictamente necesarias, y
menos aún vaginales. No quería verlo antes de la semana 12 (¿para
qué, para que nos dijeran que todo estaba bien como la última vez y
nos lo creyéramos?), no queríamos decírselo absolutamente a nadie
hasta entonces.
Esperamos, guardando el secreto,
cubriendo mi tripa incipiente con ropas holgadas y abrigos, sin
llevar prácticamente otra prenda aparte de chándals. No quería ni
pensar en sacar la caja de la ropa premamá.
No lo contamos a los más allegados
hasta la semana 12, y al resto empezamos a comentárselo a partir de
la 17. Y ahora os lo cuento a vosotr@s,
aún con el miedo en el cuerpo. Siempre pensando “cuando pase de la
semana X se me quitará el miedo”, pero nunca se terminaba de
quitar. Ni cuando vimos a nuestro peque en la eco y nos dijeron que
todo parecía ir de maravilla. Ese miedo ya no se va, sólo se mitiga
un poco cuando creo sentir sus movimientos, cada vez más claros.
Es horrible que la paranoia no te deje
disfrutar de tu embarazo. Revisar el papel cada vez que te limpias en
el baño y desear tener a mano un cromatógrafo para determinar si
ese flujo es normal, oscuro, amarronado o sanguinolento. Tocar y
revisar tu tripita a diario pensando “¿estará creciendo bien?
¿debería notarse más?” Pensar que a pesar de que lo acabas de
ver en una ecografía y estaba perfectamente, se puede parar en
cualquier momento. Pasarte el día esperando sentir sus
movimientos...
Y aún me preguntaba la gente si
preferíamos que fuera niño o niña. Lo único que queremos es que
se quede con nosotros y que tenga salud, ver su carita, verle crecer,
ver la ilusión de mi Gansi por el nuevo integrante de la familia. Lo
único que queremos es que esta historia sí tenga final feliz...
Felicidades!!!! Pero si somos dos Huevos Kinder y yo sin saberlo!! Ayyyyy que contenta estoy amiga virtual, que me gustaría ahora mismo abrazarte!!
ResponderEliminarOjalá algún día!
Me alegro infinito. Entiendo perfectamente tu paranoia, yo me llevé el primer trimestre mirándome el papel del pipí porque con la primera manché.
Disfruta todo ,o que pueda una vez más, ENHORABUENA!
Besos
Recibo tu abrazo desde aquí y te devuelvo un achuchón jejeje
EliminarMuchas gracias amiga huevo Kinder!
Trato de disfrutarlo pero se me hace muy difícil. Agradezco cada día que puedo disfrutar de este precioso regalito.
Cuidate que ya estarás rondado el tercer trimestre! Guau!
Un beso enoooorme!