Una cosa que suele pasar
con los bebés y con los niños no sólo de alta demanda de libro
sino también con los altamente demandantes (y a veces incluso con
los bajodemandantes), es que hay momentos en que los padres sienten
que su retoño ha tomado por completo el control de sus vidas, que
han perdido toda su identidad y que ahora todo su mundo gira en torno
a su criatura. Y lo peor es que si alguien percibe esos sentimientos
en ellos, van a ser dúramente criticados porque “¡no podéis
dejar que os maneje de esa manera!”
Y es que estos peques a
veces requieren un nivel de consideración tan grande que el 120% de
la atención de sus padres no les es suficiente para estar
satisfechos. Pero no lo hacen a drede, no lo pueden controlar, y el
que no tiene un hijo de estas características es muy difícil que
llegue a entenderlo, y enseguida se le cuelga al niño la etiqueta de
tirano, manipulador, egoísta, y a los padres la de permisivos o
faltos de capacidad para disciplinarlo.
Los bebés de alta
demanda, en lugar de estar tan estigmatizados, deberían ser
reconocidos, pero no como un problema, como un “uy como te toque
uno te vas a enterar” sino como una característica normal de un
elevado porcentaje de bebés.
Si por el contrario,
reconocemos como normal un bebé que da menos trabajo que un
tamagotchi, muchos padres se verán sorprendidos porque su peque no
es como ellos esperaban, como creían que debería ser un bebé, y se
culpan a ellos mismos por no estar haciendo bien las cosas o culpan
al pobre crio.
Cuando vamos a la consulta
del médico lo hacemos a sabiendas de que ese día puede que vaya la
cosa fluída, que entremos a nuestra hora y salgamos enseguida, o
puede que haya sucedido cualquier cosa que haya ocasionado un retraso
y nos toque esperar, a veces más de una hora. Puede ser fastidioso,
sobre todo si ese día teníamos más planes, pero lo asumimos. ¿Por
qué no somos así con nuestros hijos? ¿Nos gustaría que fueran
máquinas, totalmente predecibles y con horarios rígidos?
A nadie nos hace gracia
que nos cambien los planes, sobre todo a las personas organizadas,
aunque una persona verdaderamente organizada debería estar preparada
para cualquier eventualidad y ser capaz de reorganizar su agenda
mental con rapidez y recolocar hábilmente en otros momentos todo lo
que tenía pensado para ese día.
El caso es que con los
bebés de alta demanda es muy complicado organizarse, porque son
totalmente imprevisibles (pueden llegar a serlo todos los bebés en
general), por mucho que sepas que no toleran bien los cambios, o que
son hipersensibles a algo, ni siquiera eso se puede dar por sentado
porque el día menos pensado no responden como creías que lo harían
a una situación concreta. Así que termina sucediendo como en la
consulta del médico, en la que uno sabe a qué hora le toca entrar,
pero no sabe a la hora que puede salir.
En nuestro caso, no es que
nos dobleguemos a la voluntad de nuestra Gansi, no es que le
consultemos todo lo que pensamos hacer y sólo lo llevamos a cabo
cuando está de acuerdo, pero sí que hemos cancelado más de un plan
porque era un mal día y tocaba volcarse exclusivamente en ella.
Por ejemplo, pasó por una
racha en que necesitaba dormir una abundante siesta por las tardes, y
tenía que estar todo el rato prendida al pecho (y pobre del que la
despertara), con lo que sobra decir que yo no podía hacer
absolutamente nada en ese tiempo (qué gracia me hacía cuando la
gente me decía que tenía suerte de que mi peque estuviera echando
siestas). De no hacerlo así nos esperaba una tarde de elevadísima
irritabilidad. Así que no podíamos hacer planes porque todo tenía
que surgir sobre la marcha. No se podía salir de casa hasta que no
despertara.
Si hubiéramos luchado
contra esto, probablemente la cosa se habría eternizado, pero
probamos a dejarnos llevar y resultó que un buen día la racha se
terminó. Quién sabe qué la causó, si fue un brote de crecimiento,
algún cambio de rutina o el mismo clima, quizá alguna actividad o
evento que la cansara especialmente, o a lo mejor no estaba
descansando bien por las noches por pesadillas o alguna mala
digestión. El caso es que sentimos que de verdad necesitaba que
hiciéramos el esfuerzo por ella.
Hay mucho miedo en ceder
ante los niños, "que son muy listos, que les das la mano y te cogen
el brazo", pero es necesario saber detectar cuando necesitan algo de
verdad y no por puro capricho (que en ocasiones para nosotros pueden
parecer caprichos, pero para ellos son cosas realmente importantes),
y tenemos que ser flexibles.
A veces bromeamos y
decimos que vivimos en una Gansicracia (recuerdo que llamaba a mi
bebé “la emperatriz infantil”), pero por supuesto que no
queremos que nuestra peque se convierta en una tirana y aquí se haga
siempre su santa voluntad. Lo que queremos es ser capaces de
reconocer cuándo algo es una verdadera necesidad y no un intento de llamar la atención (que sería señal de que necesita atención), cuándo nuestra
necesidad es más importante que la suya (“oye, si mamá tiene que
ir al médico porque no se encuentra bien y no lo entiendes, pues te
tocará llorar, y como pueda te intentaré consolar”), que vaya adquiriendo madurez suficiente para
entender lo que significa el compromiso y la puntualidad (“no,
ahora no podemos jugar porque llegaríamos tarde al cole, sé cuántas ganas tenías”).
"¡Hacedme caso o seréis consumidos por la nada!"
Desamos que se haga partícipe de nuestra vida, que a medida que crezca asuma un papel en el día a día de la familia que la haga sentir importante, pero sin forzarla ni menospreciarla.
Antes pensaba que con los
bebés era más difícil, porque no saben hablar ni expresar qué
quieren, qué necesitan, qué les molesta, y esto es cierto, pero a
medida que crecen pasan por etapas en las que ya no se les puede
obligar, ya no les puedes simplemente coger en brazos y llevártelos
a otro sitio, pero aún no tienen madurez suficiente para entender,
por más que se lo quieras explicar de forma sencilla, por qué no
puedes concederles aquello que desean o por qué deben o no deben
hacer algo.
En cierto modo los bebés
tienen la ventaja de que todo aquello que piden es necesidad, no hay
lugar a dudas, no tienen desarrollada la capacidad de echarle cuento,
y sus necesidades suelen ser básicas y sencillas, pero cuando van
creciendo habrá ocasiones en que algo, por muy importante que
sientan que es para ellos, realmente no lo necesitan o puede
perjudicarles a ellos o a alguien más.
Es beneficioso para ellos irles
introduciendo, aunque requieran tiempo para terminar de entenderlo,
lo que es la empatía, y qué mejor que con el ejemplo: “Hoy mamá
quería que saliéramos de casa, pero nos quedaremos porque veo que
lo necesitas”, “El otro día necesitaste que nos quedáramos en
casa, pues hoy mamá de verdad que necesita que salgamos”.
Realmente se ven casos de niños que han tomado el control de la familia, constantemente insatisfechos y enojados, aparentemente incapaces de sentir empatía, pero ¿quién sabe cómo han llegado a esa situación? El caso es que ningún padre quiere eso.
Y es completamente normal
sentir ese miedo a estar cediendo más de la cuenta, o en una momento inoportuno (¿”lo estaremos malcriando?”), o pensar que quizá estamos siendo demasiado rígidos, es normal
sentir dudas, en eso consiste la paternidad, en ser lo
suficientemente flexibles como para cuestionarnos a nosotros mismos constantemente,
pero sin agobiarnos, asumiéndolo como algo normal, que nadie tiene
todas las respuestas y que lo que funciona para unos, para otros no,
y probar y errar y probar y acertar y así una y otra vez.
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