“Horarios y rutinas... ¡Para los
niños eso es importantísimo! Les aporta seguridad, estabilidad y
les crea buenos hábitos. En mi casa comeremos, dormiremos,
pasearemos y nos bañaremos siempre a la misma hora...” Bueno,
relájate un poco Gansa Premamá...
No seré yo quien ponga en duda las
bondades de los horarios y rutinas, pero he llegado a pensar que no
hay que llevarlos tan a raja tabla.
Cuando nació mi gansi, creí que se
terminaría acostumbrando a nuestros horarios. Pensaba que debía
intentar espaciar las tomas al menos dos horas, y que así, al final
comería cada 3 ó 4 horas, como yo creía que los bebés debían
comer. Así que allí me plantaba yo, libreta en mano, cada vez que
le daba el pecho a mi peque, anotando la hora a la que empezaba a
mamar, el último pecho del que había tomado, y el lapso de tiempo
que había conseguido aguantar sin mamar. Cuando volvía a pedir,
consultaba la agendita (que todavía guardo, como recuerdo de lo que
no se debe hacer si se pretende alcanzar una lactancia exitosa), y si
me parecía que había pasado poco tiempo desde la toma anterior,
intentaba calmar y distraer a mi gansi, para que aguantara más.
Hasta que comprendí que un bebé de
pecho no puede tener horario de comidas, porque la lactancia materna
es a demanda, y es la única forma en que se garantiza que tenga
éxito, que la producción se adecue a las necesidades del bebé, y
sobre todo, que estas estén correctamente satisfechas.
Contrariamente a lo que yo esperaba en un principio, las tomas de mi
peque no se empezaron a regular hasta que no me deshice de la dichosa
agendita.
También pensaba que el momento del
baño debía ser todos los días a la misma hora, como inicio de un
ritual nocturno para favorecer el sueño, pero eso sí, al menos dos
horas después de la última toma... ¡no se le fuera a cortar la
digestión!
Lo que terminaba pasando era que mi
peque pedía comer y aún faltaba un buen rato para la hora del baño, y
no podía darle para poderle bañar, y el resultado era: sufrimiento
de mi bebé, estrés para mí, y una hora del baño que era de todo
menos relajante...
Hasta que comprendí que el baño de
los bebés pequeños no es obligatorio (al menos bañarlos a diario),
que no se hace porque estén sucios sino para relajarlos, así que si
no esta siendo relajante, mejor no hacerlo. Y para asegurarse de que
están relajados, tienen que estar alimentados, y no, no hace falta
esperar dos horas a que hagan la digestión, para empezar porque la
leche materna es súper digestiva (de hora a hora y media ya la
habrán digerido por completo), y aunque se metan en el agua recién
comidos, a los bebés no se les corta la digestión (ni que los
fuéramos a echar al agua de los fiordos...).
El mal rato que pasaba mi peque, por
intentar hacerle un bien al instaurarle unos horarios, no hizo más
que empeorar sus cólicos.
Y para qué hablar de los horarios del
sueño. Unos padres primerizos como éramos, que pasábamos días, semanas y meses sin
dormir más que un par de horas seguidas, estábamos tan desesperados
que habíamos intentado de todo. Pues resultaba que era inútil
intentar imponer un horario de sueño a mi bebé.
Mi peque vino al mundo con un Jet Lag
que hacía que echara sus siestas más largas por la mañana. Con el
tiempo, sus sueños largos (y me refiero a 4 horazas) se fueron
desplazando a la tarde, y luego a la tarde-noche. Finalmente
entendí que debía dejar a este proceso desarrollarse por sí solo,
y que cualquier cosa que hiciera sólo conseguiría entorpecerlo y
retrasarlo. Pero esto no lo aprendí sino tras meses intentando
distraer a mi peque para que aguantara el sueño y se echase a dormir
más tarde, o que durmiera menos por las mañanas.
Comprobé que daba igual a la hora que
se durmiera, siempre se despertaba a la misma hora, y que no dormía
mejor cuanto menos hubiera dormido o más hubiera jugado durante el
día, es más, cuanto mayor era su cansancio, peor era su sueño.
Lo que terminé haciendo fue dejar a mi
peque dormir cuando lo necesitara, eso sí, durante el día había
luz y ruidos, y por la noche oscuridad y silencio.
Se me ocurre la reflexión de que,
seguramente, si esos sueños largos de mi peque hubieran sido desde
las doce de la noche a las 4 o 5 de la mañana, en lugar de de 7 a 11
de la noche, hubiera tenido la sensación de que mi peque dormía
toda la noche, pero supongo que cada niño viene con un desfase
distinto.
Quizá es que mi bebé aún no era lo
suficientemente mayor como para tolerar los horarios que yo le
pensaba imponer. La única clave para mí fue la paciencia, y dejar
que su adaptación a nuestro ritmo de vida fuera lo más paulatina posible, sin forzar.