domingo, 2 de marzo de 2014

Mamá bocazas

   Cuando nuestros bebés son pequeñitos, más que lo que digamos, lo que les importa es cómo lo digamos, el tono de nuestra voz, el volumen, o si va acompañado de una sonrisa o una caricia. Pero esto no durará mucho, llegará el momento en el que tengas que empezar a vigilar lo que dices.

   “Bueno, eso en mi caso no es problema, no suelo decir palabrotas, ni gritar, ni insultar...” Eso es lo que tú te crees, monina.

   Cuando me empecé a fijar en mi forma de hablar, descubrí que decía más palabras inapropiadas de las que creía, y que no bastaba con emplear el método Ned Flanders...


¡Rayos y retruecanillos! Me he golpeado el meñiquín con la pata de la bendita mesita...

 
   No hace falta decir palabrotas para hablar incorrectamente. ¿Quién no le ha dicho alguna vez a su hijo/a, con todo el cariño del mundo “pero qué sinvergüenza estás hecho/a”? Luego, cuando salen en las noticias un par de políticos corruptos, decimos “¡Vaya panda de sinvergüenzas!” y nuestros peques deben pensar “Pero entonces eso de sinvergüenza... ¿es algo bueno o malo?”. Aún pasarán unos cuantos años antes de que nuestros peques sean capaces de entender la polisemia, y se tendrán que enfrentar a muchos conceptos que les resultarán confusos.

   También hay que prestar atención a nuestra pronunciación. Muchas veces tendemos a pronunciar mal, al hablar de forma cariñosa a nuestros peques, y les decimos cosas como “¿Anone ta mi cuhipuchipuchiiii?” o sencillamente imitamos su forma de hablar, pensando inconscientemente que así nos entenderán mejor porque, claro, les hablamos en su idioma. Pero si hacemos esto, por decirlo de forma simple, lo que conseguimos es que se hagan un lío.

   El proceso de adquisición del lenguaje es algo complejo. En el ser humano, la adquisición de la capacidad de producción del lenguaje y su comprensión van desacompasadas, y a veces se pueden ocasionar pequeños transtornos o dislalias asociadas a un aprendizaje incorrecto, pero en la mayoría de los casos son temporales y corregibles. Como tardar más años de lo esperado en aprender a pronunciar correctamente ciertas palabras, o incluso consonantes como la r o la t. Si queréis pasar un rato divertido aprendiendo sobre la dislalia, visitad a Vanfunfun.

   ¿Y qué tan importante es cuidar lo que decimos y cómo lo decimos, frente a nuestros hijos que están aprendiendo a hablar? Pues yo diría que es algo crucial, ya que somos el ejemplo que siguen.

   Así que un buen día me paré a hacerme un autoexamen y descubrí que, en más de una ocasión, soy una auténtica bocazas. ¡Y yo que creía que hablaba tan bien y tan normal! Al fin y al cabo, nadie es perfecto.




   Sí, lo reconozco, alguna que otra vez se me escapa una palabrota, sobre todo cuando me estreso. Una vez estaba tan agobiada por querer hacer mil cosas a la vez y que ninguna fuera como yo quería, que cuando mi gansi apareció en ese preciso momento y me tiró el cubo del agua de fregar, quise estallar, levanté las manos y grité “¡mierda!”, a lo que mi gansi respondió corriendo hacia el salón con sus bracitos en alto y gritando “¡meda! ¡meda! ¡meda!”... Dejando aparte mi estado de horror y perplejidad en aquel instante, no era ese precisamente el ejemplo que yo quería transmitirle a mi peque, la verdad.

   También hay veces que pronuncio mal a drede, por pura economía del lenguaje, y me refiero a ir más allá del dialecto andaluz del que me siento tan orgullosa. Es que cuando me acelero hablando no me entiende ni mi madre.

   No siempre me expreso como debería, en ocasiones digo algún término que puede confundir a mi gansi. Es importante saber expresarse, ya me lo decía mi tía “no se dice rebañar, se dice aprovechar”, no porque esté mal dicho, sino que expresar las cosas de una manera o de otra cambia por completo el sentido de la frase.

   Os invito a leer esta interesante reflexión de diario de un cacahuete 

   Y en este mea culpa consecuencia de mi autoexámen, debo incluir que, por curioso que parezca, se me ha llegado incluso a pegar la forma de hablar de mi gansi. Sin darme cuenta, hay veces que estoy comiendo y digo “¡cómo quinca (quema)!” o “Esto está bleh (malo)”, o “se hace atín (así)”. Y lo sé, tengo que estar atenta y corregirlo, como tantas otras cosas...

   Pero es que, personalmente, me parecen super simpáticos los niños que están empezando a hablar. Esa media lengua con que te dicen “eto ta chuchio” (esto está sucio), y que a veces sólo sus madres entendemos, y hacemos de intérprete en más de una ocasión. Creo que es de lo más tierno. Una de tantas etapas de su crecimiento que atesorar, ya que son tan fugaces...


 
Imagen de El blog de Mª Elena, os invito a visitarlo para saber más sobre la dislalia infantil y la logopedia

2 comentarios:

  1. Desde antes de nacer la gordita me propuse habituarme a que mi casa (y mi círculo cercano) fuera un sitio alejado de palabrotas, gritos, y expresiones mal dichas.
    Procuro hablar con un tono de voz calmado, y cuando pierdo los nervios, no gritar. No siempre lo consigo, pero estoy haciendo grandes avances ;-)

    Me molesta tanto que a los bebés se les grite, como que se les hable de forma incorrecta (el gua-gua, o los papos...así nunca sabrán cuál es la palabra correcta para perro o zapato!) y eso también procuro evitarlo en casa.

    Cada día tengo más claro que los niños son capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos.

    Un beso!

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    1. Jejeje, por mucho que una se esfuerce siempre se escapa algo. Lo importante es la voluntad de hacerlo bien, darle la importancia que merece.
      Es verdad lo de los gritos, mucha gente acostumbra a hacerselo a los niños pequeños. Una vez alguien le empezo a dar chilliditos a mi gansi y decirle "donde ta la cozita mas boniiiitaaaa?" Y mi peque me miraba como diciendo "mama, que le pasa a esta pobre señora?" XD

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