“¿Portabebés? Ufff ¡Qué dolor de
espalda! Si en el carrito van mejor...” Intenta meter a mi gansi en
un carrito y luego me cuentas, guapetona.
En efecto, para que mi gansi tolerara
estar en su carrito tenía que estar en la más profunda e
inconsciente de las fases del sueño. En el momento en que volvía a
la realidad y no me sentía cerca, entraba en modo “posesión
infernal”.
Y para infierno el que yo sentí vivir
los primeros meses de su vida. Como yo creía que los bebés no tenían que estar en brazos, pensaba que lo estaba haciendo
rematadamente mal al tener a mi peque todo el santo día en el pecho,
o que mi bebé no era como los demás, o como debía ser.
Mi vida transcurría de la siguiente
manera: Me levantaba de la cama (al toque de corneta de “mamá ya
no quiero dormir más, no insistas”), me iba al salón, me sentaba
en el sofá con mi gansi y le pasaba de un pecho a otro, una y otra
vez, porque era la única manera en que no lloraba, y así durante
horas hasta que se dormía, con suerte el tiempo suficiente para
poder vestirme a toda prisa, engullir como los pavos algo de desyuno,
y volver inmediatamente al sofá, rezando porque el siguiente sueño
me diera tiempo a preparar algo para el almuerzo.
Después de dormir cada noche, con
suerte una o dos horas, porque yo creía que los bebés dormían de noche, en el momento en que mi gansi dejaba de llorar y dormía un
rato de siesta, a mí lo que me apetecía era descansar, no ponerme a
limpiar.
Me sentía inútil, necesitaba ayuda
porque no era capaz de atender a mi casa y a mi peque a la vez... ¡Y
eso que sólo tenía un bebé! ¿Cómo lo hacía la gente con más
hijos? Desde luego, no podía estar disfrutando de mi maternidad.
Aquello no era vida, y ni que decir
tiene que por supuesto no salía, tenía que pedirle a las visitas
que llegaban, con toda la vergüenza del mundo, que por favor me
tiraran la basura. Cada revisión médica a la que tenía que acudir
me producía un estrés increíble, porque sacaba a mi gansi,
cuadrando con un poco de suerte justo después de una toma
interminable y antes de otra, rezando para que no se despertara y se
diera cuenta de que iba en un carrito, y para que me diera tiempo a
llegar a casa a darle de mamar, porque por aquel entonces no estaba a gusto con la idea
de darle el pecho en público.
Así malvivía hasta que un buen día
descubrí que si metía a mi peque en aquella mochila portabebés que
me habían regalado, conseguía que estuviera en calma, ¡hasta
cuando no dormía! Y yo podía arreglarme un poco para salir, y hasta
preparar la comida y limpiar un poco.
Y así pasó mi peque unos meses en una
mochila colgona, en la que le ponía incluso cara al mundo (si con
esto no te has llevado las manos a la cabeza, es que estás igual de
pez en el mundo del porteo que yo por aquella época) hasta que me
decidí a encargar un fular...
“¿Un fulaaaar? ¿Como las africanas?
¿Pero eso cómo se pone? ¿Y no se te cae el bebé? ¿Y no te duele
la espalda?”
Aquel “cacho trapo” (como lo
llamaba mi ganso esposo al principio), fue mi salvavidas,
mi libertad, y la felicidad de mi gansi. Y sólo investigando por mi
cuenta fue que descubrí el mundo del porteo y los portabebés.
Porque lo que mi bebé quería era
simplemente que me echara a su lado a descansar a su misma vez, y el
resto del tiempo acompañarme, en contacto con mi cuerpo, en mis
actividades cotidianas, y no que le dejara en soledad mirando al
techo o a un juguete frío.
Aprendí enseguida que la mochila que
tenía no era ergonómica, que no favorecía el correcto desarrollo
de la cadera de mi bebé, que probablemente me estaba costando una
hernia discal, y que había muchas razones para no llevar a mi bebé de cara al mundo.
E investigando sobre los distintos
tipos de portabebés, me decidí por un fular tejido, que aprendí a
atar a base de mucha práctica y de verme muchos videotutoriales en youtube. Cuando mi peque empezó a caminar, había veces que quería
ir en brazos y al momento en el suelo, y me era muy engorroso andar
haciendo, ajustando y deshaciendo nudos todo el rato, así que me
hice con una bandolera de anillas.
Imagen de monetes.es
Ojalá hubiera descubierto antes que
podía tener a mi peque en brazos, darle el pecho incluso, y a la vez
tener las dos manos libres para quitarme de enmedio aquellas tareas
que no me dejaban descansar cuando podía. ¡Y qué siestas se echaba
mi gansi cuando salíamos a la calle! Tan a gustito que estaba,
aunque hubiera gente que nos mirara raro y hasta nos compadeciera
(“Ay... ¡con lo que tiene que pesar! ¿y va bien ahí? ¿Y no te
duele la espalda?”)...
Pues no, si el portabebés está bien
colocado, no duele la espalda en absoluto.
Ahora ya no porteamos, pero he de
confesar que me he quedado con las ganas de haberme hecho con una
mochila ergonómica, porque aunque son menos versátiles en algunos
aspectos, son muy rápidas y fáciles de poner y ajustar.
¡La próxima vez será (si la hay)!”
Conocí el fular gracias a mi matrona, aunque pensé que eso no era para mí. Hasta que mi retoña nació y me dijo que el carro me lo metiera por...
ResponderEliminarGracias al porteo se me abrió un mar de posibilidades...escaleras, playa, centros comerciales...no había límites. Y además, pegadita al pecho todo el día.
Fular elástico, bandolera, Tonga, mochila (ergonómica, of course!)...y quiero probar muchos más. Además, estoy formándome con Nohemí y estoy emocionadísima con eso :)
Con 13 kilos y correteando aún la sigo porteando, y dejaré de hacerlo sólo cuando ella me lo pida.
Te formas con Nohemi? Que guay!
EliminarSiii las posibilidades son tantas! ^_^