domingo, 23 de marzo de 2014

Lo que aprendí sobre los portabebés

   “¿Portabebés? Ufff ¡Qué dolor de espalda! Si en el carrito van mejor...” Intenta meter a mi gansi en un carrito y luego me cuentas, guapetona.

   En efecto, para que mi gansi tolerara estar en su carrito tenía que estar en la más profunda e inconsciente de las fases del sueño. En el momento en que volvía a la realidad y no me sentía cerca, entraba en modo “posesión infernal”.

   Y para infierno el que yo sentí vivir los primeros meses de su vida. Como yo creía que los bebés no tenían que estar en brazos, pensaba que lo estaba haciendo rematadamente mal al tener a mi peque todo el santo día en el pecho, o que mi bebé no era como los demás, o como debía ser.

   Mi vida transcurría de la siguiente manera: Me levantaba de la cama (al toque de corneta de “mamá ya no quiero dormir más, no insistas”), me iba al salón, me sentaba en el sofá con mi gansi y le pasaba de un pecho a otro, una y otra vez, porque era la única manera en que no lloraba, y así durante horas hasta que se dormía, con suerte el tiempo suficiente para poder vestirme a toda prisa, engullir como los pavos algo de desyuno, y volver inmediatamente al sofá, rezando porque el siguiente sueño me diera tiempo a preparar algo para el almuerzo.

   Después de dormir cada noche, con suerte una o dos horas, porque yo creía que los bebés dormían de noche, en el momento en que mi gansi dejaba de llorar y dormía un rato de siesta, a mí lo que me apetecía era descansar, no ponerme a limpiar.

   Me sentía inútil, necesitaba ayuda porque no era capaz de atender a mi casa y a mi peque a la vez... ¡Y eso que sólo tenía un bebé! ¿Cómo lo hacía la gente con más hijos? Desde luego, no podía estar disfrutando de mi maternidad.




   Aquello no era vida, y ni que decir tiene que por supuesto no salía, tenía que pedirle a las visitas que llegaban, con toda la vergüenza del mundo, que por favor me tiraran la basura. Cada revisión médica a la que tenía que acudir me producía un estrés increíble, porque sacaba a mi gansi, cuadrando con un poco de suerte justo después de una toma interminable y antes de otra, rezando para que no se despertara y se diera cuenta de que iba en un carrito, y para que me diera tiempo a llegar a casa a darle de mamar, porque por aquel entonces no estaba a gusto con la idea de darle el pecho en público.

   Así malvivía hasta que un buen día descubrí que si metía a mi peque en aquella mochila portabebés que me habían regalado, conseguía que estuviera en calma, ¡hasta cuando no dormía! Y yo podía arreglarme un poco para salir, y hasta preparar la comida y limpiar un poco.

   Y así pasó mi peque unos meses en una mochila colgona, en la que le ponía incluso cara al mundo (si con esto no te has llevado las manos a la cabeza, es que estás igual de pez en el mundo del porteo que yo por aquella época) hasta que me decidí a encargar un fular...

   “¿Un fulaaaar? ¿Como las africanas? ¿Pero eso cómo se pone? ¿Y no se te cae el bebé? ¿Y no te duele la espalda?”




   Aquel “cacho trapo” (como lo llamaba mi ganso esposo al principio), fue mi salvavidas, mi libertad, y la felicidad de mi gansi. Y sólo investigando por mi cuenta fue que descubrí el mundo del porteo y los portabebés.

   Porque lo que mi bebé quería era simplemente que me echara a su lado a descansar a su misma vez, y el resto del tiempo acompañarme, en contacto con mi cuerpo, en mis actividades cotidianas, y no que le dejara en soledad mirando al techo o a un juguete frío.

   Aprendí enseguida que la mochila que tenía no era ergonómica, que no favorecía el correcto desarrollo de la cadera de mi bebé, que probablemente me estaba costando una hernia discal, y que había muchas razones para no llevar a mi bebé de cara al mundo.



   E investigando sobre los distintos tipos de portabebés, me decidí por un fular tejido, que aprendí a atar a base de mucha práctica y de verme muchos videotutoriales en youtube. Cuando mi peque empezó a caminar, había veces que quería ir en brazos y al momento en el suelo, y me era muy engorroso andar haciendo, ajustando y deshaciendo nudos todo el rato, así que me hice con una bandolera de anillas.


  Imagen de monetes.es

   Ojalá hubiera descubierto antes que podía tener a mi peque en brazos, darle el pecho incluso, y a la vez tener las dos manos libres para quitarme de enmedio aquellas tareas que no me dejaban descansar cuando podía. ¡Y qué siestas se echaba mi gansi cuando salíamos a la calle! Tan a gustito que estaba, aunque hubiera gente que nos mirara raro y hasta nos compadeciera (“Ay... ¡con lo que tiene que pesar! ¿y va bien ahí? ¿Y no te duele la espalda?”)...

   Pues no, si el portabebés está bien colocado, no duele la espalda en absoluto.


  
   Ahora ya no porteamos, pero he de confesar que me he quedado con las ganas de haberme hecho con una mochila ergonómica, porque aunque son menos versátiles en algunos aspectos, son muy rápidas y fáciles de poner y ajustar.

   ¡La próxima vez será (si la hay)!”

2 comentarios:

  1. Conocí el fular gracias a mi matrona, aunque pensé que eso no era para mí. Hasta que mi retoña nació y me dijo que el carro me lo metiera por...
    Gracias al porteo se me abrió un mar de posibilidades...escaleras, playa, centros comerciales...no había límites. Y además, pegadita al pecho todo el día.
    Fular elástico, bandolera, Tonga, mochila (ergonómica, of course!)...y quiero probar muchos más. Además, estoy formándome con Nohemí y estoy emocionadísima con eso :)

    Con 13 kilos y correteando aún la sigo porteando, y dejaré de hacerlo sólo cuando ella me lo pida.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te formas con Nohemi? Que guay!
      Siii las posibilidades son tantas! ^_^

      Eliminar