domingo, 25 de mayo de 2014

La importancia del ejemplo

   Cuando era Gansa Premamá pensaba que a los niños había que hablarles mucho, explicarles todo con muchas palabras, que así era como aprendían, a base de muchísimas explicaciones. Después entendí que un exceso de palabras puede ser incluso contraproducente, que los niños se lían, y que lo que necesitan no es que les demos un míting y les pongamos la cabeza como un bombo rociero cada vez que queremos que no hagan algo o que lo hagan de una determinada manera, lo que ellos necesitan son ejemplos.


   Ya pude constatarlo durante los años que pasé trabajando en el mundo de la enseñanza, cuando veía a mis alumnos dormirse sobre los libros, subrayarlo todo incapaces de diferenciar la información clave de la accesoria, y distraerse durante las explicaciones, y sin embargo, soltaban un “aaaaah” (tradúzcase como “ahora lo pillo”) ante los ejemplos, que cuanto más gráficos, cercanos y palpables, más calaban.


 "Menudo tostón..."

   Pero claro, tienen que ser ejemplos que puedan entender. Si quiero estimular a mi peque para que lea a base de que me vea leyendo, tendrá que tener una edad mínima para entender qué es lo que estoy haciendo (igual un recién nacido sólo es capaz de captar que su madre no le está prestando atención en ese momento), y mejor un libro físico que un ebook, que les constará más diferenciarlo de cuando miramos el móvil o la tablet. No sé si es el mejor ejemplo, la cosa es que sea algo que puedan entender según su edad.
   
   Y es que a nuestros hijos no sólo hay que darles ejemplo, hay que SER ejemplo para ellos. Que nos vean comportarnos tal y como nosotros esperamos que se comporten ellos. Y haciendo esta reflexión me di cuenta de que muchas veces, sin querer, mandamos a nuestros hijos mensajes contradictorios.


   Siempre le digo a mi Gansi que no hay que gritar, que las cosas se pueden decir con calma y en voz baja, pero algunas veces me pongo nerviosa, me supera la situación, y le levanto la voz, incluso si ser consciente de que lo estoy haciendo. Y sé perfectamente que no se debe hacer, que sólo se debería gritar a los niños para advertirles de un peligro grave e inminente, que es lo que vienen programados para interpretar cuando nos oyen chillar, y por eso se asustan tanto y lloran (aunque si se acostumbran a los chillidos, al final ya pasan del tema). De hecho, no es raro que un niño al que se le chilla de forma habitual, luego en la calle salga corriendo sin mirar que se está acercando a una carretera por la que viene un coche, su madre le chille para advertirle que tenga cuidado, y el niño haga como quien oye llover, lo que la madre termina interpretando como que es un desobediente.


   Pues si bien me di cuenta del cuidado que tenía que tener con lo que decía, también debía cuidar lo que hacía, y si quería que mi Gansi aprendiera que en la mesa hay que estar correctamente sentado mientras uno come, se acabaron las cenas repanchingada en el sofá con los pies sobre la mesa y el plato en el regazo, y cuidando también que no se me olvidara traer nada, para no estar todo el rato levantándome y dando paseos a la cocina.


   Pongo también mucho énfasis en que se de cuenta de que siempre saludo cuando me cruzo con algún vecino (sí, soy la vecina “que siempre saludaba”, interprétenlo como quieran), y le pido a mi peque las cosas por favor y le doy las gracias, aunque tiene un pequeño lío con cuándo se debería decir “gracias” y cuándo se dice “de nada”, pero estamos en ello.


   Y una de las cosas para mí mas importantes, y sobre la que ya me extenderé más adelante, es que no apoyamos la violencia, y como no queremos que pegue, nosotros no le pegamos. No entro a juzgar a quienes apoyen la teoría del cachetito, aunque como digo, otro día me extenderé porque el tema da para largo, pero independientemente de que se esté a favor o en contra, una de las cosas más chocantes con las que me he encontrado en mi vida, es la imagen de una madre en el parque que ve cómo su peque le escupe a otro niño, le tira del pelo y le da una patada a la vez que le grita “¡Giipoñas!”, a lo que la madre responde corriendo hacia su hijo, dándole un bofetón y chillándole “¡Te he dicho un millón de veces que no se pega ni se dicen palabrotas, co*ones!”, a la vez que se lo lleva del parque arrastrándolo por los pelos.


   Una vez leí una frase que me hizo mucha gracia, creo que era de Carlos González, que decía algo así como que si se lo ha explicado al niño 20 veces y no lo ha entendido, el problema no es el niño, es usted. Pues sí, en este caso el niño no va a aprender por más veces que se le diga, y no porque sea un ceporro, sino porque no se le está dando el ejemplo adecuado.


   Me parece tan triste cuando veo a padres reñirle a sus hijos por hacer o decir cosas que ellos mismos hacen o dicen delante suyo, o simplemente por comportarse de la misma forma que ven a sus padres comportarse con ellos o con otras personas... 


 Video "Children see, children do"



   Y una de las cosas que siempre me ha molestado, por no decir que me toca las narices, es que se les mienta a los niños, aunque sean pequeñas mentiras piadosas para conseguir que hagan lo que queremos. 





     No quiero que mi Gansi me diga mentiras, así que no me gusta mentirle, aunque es una práctica habitual y que se hace sin mala intención, pero a mí cada vez que su abuela o quien le estuviera cuidando, para conseguir que se montara en la silla del coche, le decía que íbamos al parque o que le iba a dar una chuche, me llevaban los demonios.


   Cuando los niños están entretenidos con algo y se lo están pasando bien, es una lata que les corten el rollo y les cambien la actividad, aunque a veces sea necesario, como cuando se hace tarde y hay que salir de un lugar o ir a alguna parte. Por eso lloran cuando te los llevas de un sitio en el que se estaban divirtiendo o estaban a gusto, y es ahí cuando te viene la tentación de “le voy a decir esto, aunque no sea verdad, para que no se lleve el sofocón”, y puede que tengas suerte y no se acuerde más tarde, o puede que sí.


   A mi Gansi todo aquello que le prometas, es mejor que lo cumplas, porque se acuerda de todo, incluso de un día para otro. Uno esperaría que un peque de dos años que se va a la cama porque le dices “venga, a descansar, que mañana tenemos que levantarnos temprano para hacer recados y luego paramos donde los cacharritos para que te montes”, a la mañana siguiente no se acuerde, no que se despierte saltando de emoción y diciendo “¡Cachaitos! ¡Cachaitos!”...


   Y también se que es común que los padres a veces caigamos en otro error típico, que a mí me ha pasado mucho, que es que cuando nuestros peques se hacen daño o se tropiezan con algo, cojamos el objeto en cuestión y le demos un golpecito diciéndole “¡tonto, tonto!”, como si un objeto inanimado tuviera la culpa de algo. Y luego nos sorprendemos de que cuando hacen algo mal le echen la culpa a lo primero que vean, o que cuando se frustren tiren lo que tengan en la mano llamándolo tonto. Si quiero que mi peque aprenda a ser responsable de sus actos, incluso de los que se hacen sin querer, no puedo enseñarle a culpar siempre a otras cosas o personas. Si te has tropezado con esa silla, pues ve con más cuidado y sin correr, y si te has hecho pupa en el pie porque has pisado uno de tus juguetes, pues recógelos para que no estén por el suelo...


   Así que me he convencido de que tengo que esforzarme, al menos delante de mi peque, en hacer que mis acciones sean reflejo de los valores que quiero transmitirle.

2 comentarios:

  1. Yo siempre que hablo de el tema cito una frase que leí hace mucho "la palabra convence, pero el ejemplo arrastra"

    Que penita la foto del niño de Disneyland jajaja

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