Por muy escrupulosa que seas después
de ser madre tu relación con la caca cambia por completo. Es como si
nos volviéramos inmunes, sobre todo si se trata de las caquitas de
nuestro peque. Igualmente aviso a aquellas personas especialmente
sensibles que la cosa se va a poner escatológica a continuación,
aunque intentaré ser lo más natural posible, sin llegar a la
grosería. Y es que desde que dí a luz, ha habido una serie de
“momentos caca” particularmente relevantes en mi vida.
El primero de ellos tiene que ver con
la primera caca de mi gansi, el meconio, esa pasta negra y pegajosa,
entre nocilla y chapapote, que cuesta tanto esfuerzo terminar de
retirar del culito, y que conocí en el hospital, creo que la no
llegó ni a la mañana después de un parto nocturno. Ahí va un
super consejo que me dieron, y que intenté llevar a cabo porque
tampoco perdía nada: las primeras cacas se limpian mucho mejor con
aceite de almendras dulces, aunque quizá el de oliva también valga,
y oye, la verdad es que a mí me funcionó.
Ahora viene el momento caca propia.
Después del parto una no va muy sueltecita que digamos, y como me
habían dado bastantes puntos, me daba miedo que se me pudiera saltar
alguno si hacía fuerza, sin contar con que a cada retortijón
pensaba: “ay madrecita, esto me va a doler”. Además, no podía
permitirme sentarme relajada más de un par de minutos, ya que mi
gansi me reclamaba con su alta demanda. Desde que soy mamá, los
únicos momentos que he pasado sentada un rato tranquila en el trono
han sido por la mañana cuando mi gansi estaba en la guarde, el resto
de mis visitas al señor Roca han sido expresss, en apremiante
compañía (“venga mami, a levantá yaaaa”), o junto al miniváter
portátil (“Yo tamié caca, igua que mamá. ¿Ya salido? Yo
ya...”).
Porque eso sí, otra caca muy relevante
es la primera que mi peque hizo en el váter, de forma tan natural y
espontánea, y aún recuerdo su carita de felicidad y orgullo.
Pero vayamos más atrás, a la época
del pañal. Creo que habré limpiado caquitas de todos los colores y
texturas. Como la “explosión mostaza”, con ese olor tan
particular, y que tendía a fugarse del pañal por todas partes. La
verdad es que después de haber cambiado a mi peque varias veces al
día de una caca que le llegaba hasta el cuello, literalmente, se me
quitaron todos los remilgos que pudiera tener (quién me iba a decir a mí que me vería con las manos, brazos y ropa llenos de caca y no me daría un patatús). A veces me preguntaba
cómo podía haber salido tantísima cantidad de un cuerpo tan
chiquitín. Creo que éste es el tipo de caca que más mancha la
ropa, esa ropa de bebé que hay que lavar con delicadeza, y que lo
único que puedes hacer cuando está muy muy sucia es volver a
lavarla, tenderla al sol y cruzar los dedos.
Otro tipo de caca era el “lodo
verde”, normalmente acompañado de retortijones, muy líquida y de
color verde oscuro, como si se hubiera hinchado a comer espinacas.
Era ver el pañal abultado y quitarlo despacio como quien abre un
regalo a ver qué sorpresas encontraba, y sobre todo, hasta donde
había llegado el “desastre”.
Imagen de http://blog.vitacost.com/baby/confessions-of-a-career-diaper-changer.html
Cuando se introduce, y sobre todo
cuando ya está bastante instaurada la alimentación complementaria,
vienen las “cacaplastas”, que ya se van pareciendo a las de los
mayores en olor y color, pero aún tienen poca consistencia. Mi gansi
tenía el culito muy sensible, así que cada vez que podía se lo
limpiaba con agüita, pero este tipo de cacas ya me costaba más, y
sólo quería quitar aquello con la toallita desechable (normalmente
unas cuantas) y tirarlas para no verlas más. Incluso me daba reparo
usar toalliltas de tela reutilizables, para según que plastas.
Y un día, mi peque hizo su primer
mojón de mayor, y poco tiempo después empezó a tener problemas de
estreñimiento, y la verdad es que todos lo pasamos fatal. Es
horrible la impotencia que se siente cuando ves a tu peque llorar de
dolor durante horas porque no le sale la caca, y cuando lo consigue
es un monstruo que te habría dolido hasta a tí. Mi pobre gansi se
hizo hasta una fisura, lo que le produjo miedo a hacer cacas, así
que cada vez que tenía ganas se aguantaba, y esto empeoró su
estreñimiento.
Probamos de todo, y nos llevamos un
tiempo comiendo todo integral, mucha agua, mucha verdura, mucho
aceite de oliva, haciéndole masajes e intentando que se moviera
mucho, aunque con la edad que tenía tampoco hacía mucha falta, ya
se movía bastante aunque ni saliéramos de casa. No queríamos darle
medicinas, pero en los peores momentos de desesperación recurrimos a
supositorios e incluso enemas de glicerina para bebés. Lo cierto es
que le fue de gran ayuda el Mobicol pediátrico en sobres, y por lo
que habíamos leído era bastante inocuo, aunque si lo tomaba de
forma prolongada terminaba perdiendo el control del esfínter, y se
pegaba unos tremendos sofocones porque ya no llevaba pañal (ni me
dejaba ponérselo) y le sentaba fatal hacerse sus cositas encima.
Ahora por suerte ya no tiene problemas,
parece que pasó lo peor, pero por si acaso seguimos vigilando mucho
su alimentación, evitando que coma cosas que le puedan estreñir.
Y la última caca relevante que yo recuerde ahora, es la que
los padres usamos para decir que algo no se toca: “Eso caca”.
Siempre me he preguntado si esto no confundirá a los peques, si no
pensarán: ¿Cómo que eso es caca? ¿Caca no es lo que sale del
culete? ¿Pero entonces la caca es mala?
Pues no, no es mala, es algo natural
que todos hacemos, y más nos vale...
No hay comentarios:
Publicar un comentario