“Hay algunos niños que es que son
muy malos para comer, hay que estar muy encima y obligarles un
poquito, pero mi bebe no será así, mi bebé sí comerá...¿verdad?
¿verdad?”... Ayyyy, puedes estar tranquila gansa premamá, que tu
gansi va a engullir como los pavitos, mejor dicho como los gansitos,
y no tendrás que “obligarle”...
Me siento tremendamente afortunada
porque mi gansi tenga ese apetito voraz, y la razón de esto es que
ya ha sido bastante dura la lucha con mi entorno por defender
nuestra lactancia como para que encima, los comentarios sobre que mi
peque lloraba porque se quedaba con hambre o que mi leche no le
alimentaba porque era agüilla sucia, se hubieran visto de alguna
manera respaldados por poco aumento de peso o un percentil bajo.
Los dichosos percentiles, y sobre todo
y su incorrecta interpretación, que pueden llevar a la obsesión y a
la preocupación innecesaria a tantos padres, y que han contribuido a
destruir tantas lactancias felices. Estos percentiles infantiles son unas tablas donde se ven el peso y la altura a cada edad
de los niños, pero pueden llevar a pensar que existe un “peso
normal” o una talla “normal” para una edad, y todo lo que esté
por encima o por debajo es demasiado, o demasiado poco. Los niños
menudos representan los percentiles bajos, y los grandotes los altos,
y únicamente sirven para saber que, en comparación con la media de
los niños de su edad, nuestro hijo es de talla y peso medios,
tirando a menudillo, o tirando a grandote.
"Nótese lo inapropiado del término normal en estas tablas de percentiles sacadas de internet"
Cuando el peque está en la zona de
percentiles altos no suele haber problema, incluso si los sobrepasa
todos, creando una línea de percentil propio, como le pasaba a mi
gansi, aunque aún así puede haber algún pediatra que siga
recomendando la introducción temprana de papillas o cereales, o
incluso suplementos con leche de fórmula (alucinantemente, me pasó).
Los problemas suelen venir cuando a nuestro nene le ha tocado
pertenecer al club del percentil bajo.
Pero un niño de percentil bajo no es
un niño mal alimentado ni desnutrido, simplemente es un niño
pequeñín, quizá porque sus padres tampoco es que sean Pau Gasol, o
quizá porque sencillamente es de constitución delgada. Y es que
durante muchos años se ha visto como sinónimo de salud, un bebé
rollizo y lleno de rosquitas. Un niño no está falto de nutrientes,
ni hambriento, sólo porque sea de percentil 3 o menos, existen
pruebas específicas para determinar la desnutrición y signos
evidentes de deshidratación, que son los que el médico debe
señalar, y ante los que hay que actuar, no ante un bajo percentil,
ni ante la pérdida natural de peso del recién nacido.
Pues es normal que la primera semana de
vida, los bebés no solo no ganen sino que pierdan un poco de peso, y
esto muchas veces alarma a las madres (y padres, claro) y las hace
perder confianza en el poder de su cuerpo para alimentar a su
criatura. Y es que hasta yo me obsesionaba por ir a la farmacia cada
semana a pesar a mi criatura, porque pensaba que era lo que debía
hacer, para llevar un control, como si eso fuera necesario, como si
no se notara a simple vista el casi medio kilazo semanal que mi gansi
ponía los primeros meses de su vida, y eso que se alimentaba
exclusivamente de una leche materna que salía de unos diminutos
pechines y que era “aguachirri”.
Otra extraña obsesión que a veces
tenemos las madres primerizas es saber exactamente la cantidad de
comida que toman nuestros hijos. Yo me hubiera sacado la leche para
saber cuánto era lo que mi peque me demandaba tan a menudo, a ver si
era verdad que es que se quedaba con hambre. Ay si tuviéramos
rayitas indicadoras en los pechos, qué tranquilas estaríamos (60
ml, 90ml, 120 ml...).
Como si conociéramos el tamaño exacto
del estómago de nuestros hijos, y el hambre que tienen en cada
momento, les servimos sus platitos con la cantidad de comida que
consideramos que deben comerse, ah, ¡y deben terminársela entera!
Si no es que necesitan que le demos algún suplemento nutricional
mágico.
A muchas les pasará que piensen: “Pero
es que mi niño de verdad que come muy poquito, de verdad que parece
que se alimentara de aire, y no para quieto”. Conozco niños así,
a los que sus madres los ven como “tirillas” pero que están
llenos de energía y vitalidad, lo que no evita que sean perseguidos
por la cuchara-avioncito, o forzados a comer más de lo que les
apetece, bien a las bravas (a base de chillidos y amenazas), o bien
con maniobras de distracción-hipnotismo.
“No se qué habrá pasado
mientras estaba viendo Bob Esponja, pero estoy que no me puedo mover de la silla”
Y es que lo que aprendí sobre
alimentación infantil fue que cada niño tiene unas necesidades
alimenticias particulares, que irán cambiando a medida que crezca,
habiendo momentos en que se comerán hasta las piedras, y otros en
los que parezca que estén en huelga de hambre.
Para algunas madres es durísimo,
especialmente para aquellas con niños menuditos, pero a veces hay
que hacer un ejercicio que constituye un profundo acto de fe en la
capacidad de nuestro hijo de conocer sus propias necesidades, dejar
que coman la cantidad que a ellos les apetezca, y no lo que nosotros
calculemos, y no tratar de ofrecerle sustitutivos, y mucho menos
golosinas o comidas poco saludables. Confiar en que no se van a morir
de hambre, y no pretender imponerles nuestros horarios de comida, ya
que su digestión no va al mismo ritmo que la nuestra.
Y ya sé que para mí es muy fácil
decirlo, pero mi gansi, a pesar de que su estado normal es el de “me
comería a mi madre por los pies”, también tiene días, e incluso
rachas, en las que no come prácticamente nada. Además, conozco
casos muy cercanos de niños que comen como pajarillos, y he
presenciado el sufrimiento, tanto suyo como de su madre (o de la
persona que en ese momento le esté dando de comer), y la tortura en
que se convierte la hora de la comida, en la que cada día se repetía
el mismo diálogo: “Come... come....¡come!...¡una mas!... es que
no ha comido nada...”.
"Era la última hace 5 cucharaditas, mamá..."