jueves, 10 de marzo de 2016

Mujeres que no tienen hijos

   Las mujeres tienen hijos por motivos muy diversos, desde una especie de llamada de la madre naturaleza que las impulsa a crear vida, a “porque toca”, “porque es lo que hay que hacer cuando te casas”, “porque todo el mundo lo hace”, “porque el señor lo manda”, o simplemente no querían pero se presentó el bebé sin llamarlo y se lo quedaron.

   Igualmente, las mujeres que no tienen hijos también tienen sus motivos: no pueden (físicamente, económicamente, etc), no les parece que sea el momento oportuno, pero no lo descartan en el futuro, o sencillamente no quieren ni ahora ni nunca, por una lista infinita de razones.

   Y aquí es donde se puede iniciar el conflicto, porque a una mujer que ha tomado la decisión firme y consciente de que no desea ser madre, e incluso siente un profundo rechazo hacia ello, es normal que le cueste entender que haya alguna que sí quiera, voluntariamente, y encima lo disfrute, al igual que esas mujeres que sienten esa fuerte “llamada a la maternidad”, encontrarán difícil concebir que haya mujeres que no la sientan, e incluso temerán por ellas porque pensarán que quizá no la han sentido aún pero puede que llegue un momento en sus vidas en que la sientan y entonces ya sea tarde para ellas.

   Quien ha deseado con ansias un hijo, lo ha recibido con amor e ilusión, y disfruta de su crianza como si fuera la experiencia más maravillosa que se puede vivir, es posible que piense: “¿cómo puede haber alguien que renuncie a algo que te hace tan feliz y te hace sentir tan plena?”

   Mientras que haya respeto de por medio, la cosa se quedará en grupos de mujeres que se mirarán mutuamente sin comprenderse, como quien ve la cosa más rara del mundo, pensando “¿pero qué le pasará a ésta por la cabeza?”




   Para no eternizarnos, dejaremos de lado los casos de madres “porque toca”, o madres “obligadas”, que quizá luego agradecieron en el alma que la vida les diese la oportunidad de descubrir la maternidad, ya que una vez que la prueban se enamoran de la experiencia, o quizá maldigan el día en que pensaron que sería buena idea tener hijos y se arrepienten de ello profundamente, incluso aunque amen a sus criaturas con todo su corazón. Centrémonos en aquellas que desde siempre han sabido que querían tener hijos (independientemente de que logren o no tenerlos), y aquellas que están firmemente convencidas de que no los quieren, vamos, las posturas más extremas.

   Ciertamente una mujer que no concibe la vida sin ser madre, que no imagina otra felicidad que no sea junto a sus hijos, verá en aquella que no los tiene una existencia incompleta, y ésta a su vez la mirará y ambas pensarán en todo lo que la otra se está perdiendo por la decisión que ha tomado.

   ¿Qué lleva a una mujer a estar segura de que no desea ser madre? ¿Cómo, cuándo y por qué se despierta el “instinto maternal”? ¿Qué es “lo natural”? ¿Es posible llegar a entenderse?

   ¿Acaso todas tenemos reloj biológico? ¿Puede una mujer que nunca ha deseado ser madre, de repente, a cierta edad, sentir despertar su instinto? No hablo de las que lo posponen para centrarse en sí mismas o en su carrera, sino de aquellas que nunca lo han querido, con total seguridad.




   Yo puedo decir que siempre he tenido claro que quería tener hijos (y eso que nunca me han gustado especialmente los niños, y siguen sin dárseme muy bien los vástagos ajenos, pero por los míos bajo la luna si hace falta), y me mortificaba la idea de no poder tenerlos, como una de mis peores pesadillas. Ese deseo tan fuerte me hacía incapaz de entender cómo podía haber mujeres que tuvieran tan claro que no querían ser madres. Me parecía incluso injusto que pudieran existir mujeres sanas que voluntariamente decidieran que no querían hijos habiendo tantas que deseaban tenerlos y no podían. ¿Por qué no puede ir siempre el instinto de la mano de la disponibilidad? Sería más justo que la que no pudiera no quisiera y la que quisiera siempre pudiera, pero la naturaleza a veces es así...

   Pues he tenido la fortuna de que la vida me de la oportunidad de conocer a mujeres que han decidido que nunca van a ser madres, pero no porque no pudieran, y esto me ha permitido entenderlas mucho mejor, y no, no sufren por ello lo más mínimo, no están locas ni amargadas, ni tienen la casa infestada de gatos.




   También he conocido casos que me han llenado de angustia, de mujeres que sí que querían hijos, pero sus parejas no, o su economía no se lo permitía, o sencillamente el bebé no llegaba nunca. Y esto es muy duro, es un sufrimiento que sólo entiende quien lo padece, desear un hijo con toda tu alma y no poder tenerlo.

   Pero volviendo a las antes mencionadas, por extraño que me pareciera (y seguro que a muchas otras también se lo pude llegar a parecer), son reales, y aunque algunas te ven lidiar con tus peques y piensan “¿pero por qué...?” , en el fondo respetan tu decisión.

   Sencillamente han tenido la mala fortuna de que les ha tocado vivir en una sociedad en la que, por el hecho de ser mujeres, se las juzga en base a si se casan, si tienen pareja o si tienen hijos. Una sociedad en la que si eres hombre a nadie le importa tu vida sentimental, ni si tienes pareja llegada cierta edad, porque “no se te pasa el arroz”, nadie te llama “solterón”, ni siente lástima por ti si llegas a la tercera edad sin hijos, porque no dan por sentado que tu naturaleza sea desearlos.

   Es complicado que haya respeto cuando no existe entendimiento, cuando miramos como a extraterrestres a parejas que se casan y manifiestan abiertamente que no quieren descendencia (de hecho, según la religión católica, estos matrimonios son nulos). Si sólo podemos ver que los mueve el egoísmo, mal vamos.

   Que yo no digo que no haya de todo en esta vida, que realmente haya personas que sólo sepan vivir por y para sí mismas, pero no vamos a generalizar. Si realmente no desean hijos, si no están dispuestos a criarlos y darles amor, si sólo van a ser para ellos un obstáculo y los van a tener rodando entre niñeras e internados, mejor que no los tengan.

   El caso es que detrás de toda mujer sin hijos no siempre hay una historia llena de dolor y frustración, muchas veces hay una decisión consciente y respetable, una vida dedicada a otros menesteres pero tan plena y feliz como la de cualquiera que es capaz de alcanzar sus objetivos o que disfruta persiguiéndolos.

   Pero ante todo y lo más importante, es que no falte el respeto. Como decía antes, las parejas con hijos pueden llegar a ver a las que no los tienen como egoístas, pero lo más fuerte es que también sucede al revés, que las parejas sin hijos piensan que no puede haber nada más egoísta que decidir traer a este mundo cruel y abarrotado a más criaturas para tu satisfacción personal.

   Y es que hay padres y padres, cada uno con sus razones y su modelo de crianza, pero algunos todavía tenemos la esperanza de que nuestros hijos sean los destinados a hacer de este mundo un lugar mejor.

jueves, 3 de marzo de 2016

La frase: "no se cómo me quedé embarazada"

   Cuando era Gansa Premamá me causaba gracia que las mujeres dijeran “uy, pues no sé cómo me he quedado embarazada”. Pensaba “hija mía, si quieres te hago un dibujo pa que lo entiendas”. Me parecía evidente, si has tenido relaciones sexuales, sobre todo si no has usado protección, pues ahí lo tienes. ¿Cómo podían no explicárselo? Estaba segura de que era puro postureo.

   Durante el tiempo que pasé formándome para entender mi propia fertilidad (y aún me queda por aprender), todavía me parecía más extraño que una mujer pudiera haberse quedado embarazada sin esperarlo, o al menos, sin llegar a comprender cómo había sucedido, con lo difícil que es quedarse preñada.

   Pues hasta que no me pasó a mí no lo vi con claridad, así que si a ti también te choca que alguien se pueda embarazar “por accidente” (y hasta te parece injusto si es que llevas mucho tiempo buscando un bebé), o piensas que eso nunca te va a pasar a ti, porque justamente tratas de evitarlo, quédate que te cuento todo lo que aprendí.

   Quitando los casos de inconsciencia real de quien, por extraño que parezca, no sabe de dónde vienen los niños, o de adolescentes arriesgados o que piensan que por una vez no pasa nada (y probablemente no, pero a veces resulta que sí), o viejos mitos como que la primera vez no cuenta o que si después de hacerlo haces un doble mortal hacia atrás ya no pasa nada, y otros métodos todavía más absurdos, resulta que sí te puedes quedar embarazada cuando creías que no era posible.


 "WTFFFFF!!!"

   Evidentemente donde hay sexo con penetración hay riesgo (que la inmaculada concepción fue una vez y no más), quizá no tanto riesgo como a veces podemos llegar a creer, pero ahí está.

   Si se usan métodos anticonceptivos, hay que tener en cuenta que tienen un mínimo porcentaje de fallo, que quizá es más fácil que te toque la lotería, pero mira, te puede tocar un día. Y esto suponiendo que los estemos usando adecuadamente, porque si añadimos el error humano, ese porcentaje aumenta considerablemente (por ejemplo, no administrar correctamente unas píldoras anticonceptivas, u olvidar tomarlas, no colocar bien un preservativo o que éste se nos rompa...).

   Si lo que seguimos son métodos naturales de planificación familiar (sólo los recomiendo para parejas estables y sanas), es necesario alcanzar un profundo conocimiento de nuestro cuerpo, y estar abiertos a cierto riesgo.

   Por ejemplo, conocí el caso de una mujer que no se explicaba cómo se había quedado embarazada porque por la fecha de su ciclo en que había tenido relaciones sexuales con su pareja no le cuadraba. Pensaba que quizá había ovulado dos veces, o tal vez no midió con certeza el día en que ovuló.

   Si usas estos métodos para prevenir un embarazo que no deseas por nada del mundo, no vale con saber más o menos tu periodo fértil, hay que corroborarlo, no vale con decir “llevo mucho tiempo mirándome y ya me conozco y sé cuándo voy a ovular”, hay que asegurarse si no queremos llevarnos una sorpresa.

   Y digo esto con conocimiento de causa, porque fue lo que me pasó. Aprendí a localizar con tanta precisión el momento de mi ovulación que creí ser capaz de reconocer a la perfección los meses en que no ovulaba, pero estos meses diferentes o “especiales”, estos meses que descuadran de la pauta general, son con los que hay que tener más cuidado y observarse mucho mejor, tomarse la temperatura basal, revisar el flujo y comprobar el estado del cérvix, porque a veces durante estos meses la ovulación pasa totalmente desapercibida.

   En mi caso, desde que tuve a mi Gansi y volví a ovular (años después), notaba perfectamente el día en que esto ocurría porque tenía ovulaciones de lo más molestas. Y hubo un mes en que no noté nada, ni molestias, ni flujo, así que comprobé con tests de ovulación que dieron negativo (aunque quién sabe si de haber seguido haciéndolos los días posteriores habría salido alguno positivo), el caso es que debí tener una “ovulación ninja”, porque aquí estoy felizmente esperando mi huevito con ilusión y mucho miedo, sin saber ni cómo (bueno, el cómo me lo puedo imaginar) ni cuándo vino a mi vida, pero inmensamente agradecida por ello.

   En general me parece que todas las mujeres deberían conocer el funcionamiento de su cuerpo, independientemente del método anticonceptivo que usen, o de si son siquiera sexualmente activas. En primer lugar porque es tremendamente práctico poder anticipar con antelación el momento exacto en que tendrás tu menstruación, sin llevarte sorpresas, y por supuesto los días que tendrás que extremar las precauciones si no quieres quedarte embarazada. También te da tranquilidad el saber que todo va bien, o poder detectar un problema a tiempo, una alteración hormonal, o una posible enfermedad de transmisión sexual que puede empezar dando la cara simplemente en la variación sospechosa del flujo vaginal. Incluso se puede anticipar un embarazo antes de la primera falta.

   Pongamos el caso de una mujer que lleva meses sin menstruación tras el parto. Lo habitual será que no ovule hasta que no le venga la primera regla (o las primeras), pero existen casos en que lo que iba a ser la primera regla ya es ovulatoria, y ese óvulo se puede pillar, con lo que si la mujer no está atenta a los cambios de su cuerpo que indican que su fertilidad se está poniendo de nuevo en marcha, se encontrará embarazada por sorpresa, y enlazará embarazos sin ver la regla de por medio.

   También están aquellas mujeres con fertilidad irregular, como aquellas que tienen problemas hormonales u ovarios poliquísticos y pueden estar meses sin ovular, de forma que si no están especialmente atentas, esta ovulación se producirá cuando menos lo esperen, y puede ser en un momento poco conveniente para ellas, si se relajan confiando en su supuesta infertilidad.

   Igual ocurre cuando las mujeres están llegando al final de su vida fértil, que puede que tras meses sin regla, con fluctuaciones hormonales bestiales, de repente se deje caer un ovulín.


 "¡Manolo, no te lo vas a creer!"
"¿Pero tú te has puesto las gafas de cerca?"
"¡Que sí, leches!"

   Así que sí amigos y amigas, las mujeres podemos quedarnos embarazadas cuando creemos que es imposible que ocurra, lo que para algunas puede ser un milagro y un feliz acontecimiento, y para otras una terrible noticia, así que, reiterando, no está de más tener un conocimiento lo más profundo posible del funcionamiento de nuestro cuerpo y de nuestra fertilidad, para evitar sorpresas.

martes, 16 de febrero de 2016

Gansicracia

   Una cosa que suele pasar con los bebés y con los niños no sólo de alta demanda de libro sino también con los altamente demandantes (y a veces incluso con los bajodemandantes), es que hay momentos en que los padres sienten que su retoño ha tomado por completo el control de sus vidas, que han perdido toda su identidad y que ahora todo su mundo gira en torno a su criatura. Y lo peor es que si alguien percibe esos sentimientos en ellos, van a ser dúramente criticados porque “¡no podéis dejar que os maneje de esa manera!”

   Y es que estos peques a veces requieren un nivel de consideración tan grande que el 120% de la atención de sus padres no les es suficiente para estar satisfechos. Pero no lo hacen a drede, no lo pueden controlar, y el que no tiene un hijo de estas características es muy difícil que llegue a entenderlo, y enseguida se le cuelga al niño la etiqueta de tirano, manipulador, egoísta, y a los padres la de permisivos o faltos de capacidad para disciplinarlo.




   Los bebés de alta demanda, en lugar de estar tan estigmatizados, deberían ser reconocidos, pero no como un problema, como un “uy como te toque uno te vas a enterar” sino como una característica normal de un elevado porcentaje de bebés.

   Si por el contrario, reconocemos como normal un bebé que da menos trabajo que un tamagotchi, muchos padres se verán sorprendidos porque su peque no es como ellos esperaban, como creían que debería ser un bebé, y se culpan a ellos mismos por no estar haciendo bien las cosas o culpan al pobre crio.

   Cuando vamos a la consulta del médico lo hacemos a sabiendas de que ese día puede que vaya la cosa fluída, que entremos a nuestra hora y salgamos enseguida, o puede que haya sucedido cualquier cosa que haya ocasionado un retraso y nos toque esperar, a veces más de una hora. Puede ser fastidioso, sobre todo si ese día teníamos más planes, pero lo asumimos. ¿Por qué no somos así con nuestros hijos? ¿Nos gustaría que fueran máquinas, totalmente predecibles y con horarios rígidos?

   A nadie nos hace gracia que nos cambien los planes, sobre todo a las personas organizadas, aunque una persona verdaderamente organizada debería estar preparada para cualquier eventualidad y ser capaz de reorganizar su agenda mental con rapidez y recolocar hábilmente en otros momentos todo lo que tenía pensado para ese día.

   El caso es que con los bebés de alta demanda es muy complicado organizarse, porque son totalmente imprevisibles (pueden llegar a serlo todos los bebés en general), por mucho que sepas que no toleran bien los cambios, o que son hipersensibles a algo, ni siquiera eso se puede dar por sentado porque el día menos pensado no responden como creías que lo harían a una situación concreta. Así que termina sucediendo como en la consulta del médico, en la que uno sabe a qué hora le toca entrar, pero no sabe a la hora que puede salir.

   En nuestro caso, no es que nos dobleguemos a la voluntad de nuestra Gansi, no es que le consultemos todo lo que pensamos hacer y sólo lo llevamos a cabo cuando está de acuerdo, pero sí que hemos cancelado más de un plan porque era un mal día y tocaba volcarse exclusivamente en ella.

   Por ejemplo, pasó por una racha en que necesitaba dormir una abundante siesta por las tardes, y tenía que estar todo el rato prendida al pecho (y pobre del que la despertara), con lo que sobra decir que yo no podía hacer absolutamente nada en ese tiempo (qué gracia me hacía cuando la gente me decía que tenía suerte de que mi peque estuviera echando siestas). De no hacerlo así nos esperaba una tarde de elevadísima irritabilidad. Así que no podíamos hacer planes porque todo tenía que surgir sobre la marcha. No se podía salir de casa hasta que no despertara.

   Si hubiéramos luchado contra esto, probablemente la cosa se habría eternizado, pero probamos a dejarnos llevar y resultó que un buen día la racha se terminó. Quién sabe qué la causó, si fue un brote de crecimiento, algún cambio de rutina o el mismo clima, quizá alguna actividad o evento que la cansara especialmente, o a lo mejor no estaba descansando bien por las noches por pesadillas o alguna mala digestión. El caso es que sentimos que de verdad necesitaba que hiciéramos el esfuerzo por ella.

   Hay mucho miedo en ceder ante los niños, "que son muy listos, que les das la mano y te cogen el brazo", pero es necesario saber detectar cuando necesitan algo de verdad y no por puro capricho (que en ocasiones para nosotros pueden parecer caprichos, pero para ellos son cosas realmente importantes), y tenemos que ser flexibles.

   A veces bromeamos y decimos que vivimos en una Gansicracia (recuerdo que llamaba a mi bebé “la emperatriz infantil”), pero por supuesto que no queremos que nuestra peque se convierta en una tirana y aquí se haga siempre su santa voluntad. Lo que queremos es ser capaces de reconocer cuándo algo es una verdadera necesidad y no un intento de llamar la atención (que sería señal de que necesita atención), cuándo nuestra necesidad es más importante que la suya (“oye, si mamá tiene que ir al médico porque no se encuentra bien y no lo entiendes, pues te tocará llorar, y como pueda te intentaré consolar”), que vaya adquiriendo madurez suficiente para entender lo que significa el compromiso y la puntualidad (“no, ahora no podemos jugar porque llegaríamos tarde al cole, sé cuántas ganas tenías”).



"¡Hacedme caso o seréis consumidos por la nada!"

   Desamos que se haga partícipe de nuestra vida, que a medida que crezca asuma un papel en el día a día de la familia que la haga sentir importante, pero sin forzarla ni menospreciarla.

   Antes pensaba que con los bebés era más difícil, porque no saben hablar ni expresar qué quieren, qué necesitan, qué les molesta, y esto es cierto, pero a medida que crecen pasan por etapas en las que ya no se les puede obligar, ya no les puedes simplemente coger en brazos y llevártelos a otro sitio, pero aún no tienen madurez suficiente para entender, por más que se lo quieras explicar de forma sencilla, por qué no puedes concederles aquello que desean o por qué deben o no deben hacer algo.

   En cierto modo los bebés tienen la ventaja de que todo aquello que piden es necesidad, no hay lugar a dudas, no tienen desarrollada la capacidad de echarle cuento, y sus necesidades suelen ser básicas y sencillas, pero cuando van creciendo habrá ocasiones en que algo, por muy importante que sientan que es para ellos, realmente no lo necesitan o puede perjudicarles a ellos o a alguien más.

   Es beneficioso para ellos irles introduciendo, aunque requieran tiempo para terminar de entenderlo, lo que es la empatía, y qué mejor que con el ejemplo: “Hoy mamá quería que saliéramos de casa, pero nos quedaremos porque veo que lo necesitas”, “El otro día necesitaste que nos quedáramos en casa, pues hoy mamá de verdad que necesita que salgamos”.

   Realmente se ven casos de niños que han tomado el control de la familia, constantemente insatisfechos y enojados, aparentemente incapaces de sentir empatía, pero ¿quién sabe cómo han llegado a esa situación? El caso es que ningún padre quiere eso.

   Y es completamente normal sentir ese miedo a estar cediendo más de la cuenta, o en una momento inoportuno (¿”lo estaremos malcriando?”), o pensar que quizá estamos siendo demasiado rígidos, es normal sentir dudas, en eso consiste la paternidad, en ser lo suficientemente flexibles como para cuestionarnos a nosotros mismos constantemente, pero sin agobiarnos, asumiéndolo como algo normal, que nadie tiene todas las respuestas y que lo que funciona para unos, para otros no, y probar y errar y probar y acertar y así una y otra vez.

martes, 9 de febrero de 2016

El día que perdí la imaginación

   De pequeña solía tener una imaginación desbordante. Escribía cuentos, poemas... ¡hasta dibujaba! (que hoy lo más que hago es tu retrato con un 6 y un 4). Recuerdo que jugaba con mi hermana y era siempre yo quien proponía los juegos y las aventuras. Nunca me quedaba sin ideas y cuando nos dábamos cuenta habían pasado varias horas.


                     "¡Voilá!"


   Pero el tiempo pasó, y no sé en qué momento ni a consecuencia de qué, perdí toda mi inventiva. No sé si fue culpa del sistema educativo, de mi crecimiento natural, o de las experiencias que he ido viviendo, pero la fuente de la imaginación se me secó.

   Recuerdo esa época con nostalgia, y pienso lo que podría haber sido mi vida si aún conservara esa capacidad. No sólo por las novelas que llevaría ya escritas, de todos los géneros y para todos los públicos, sino por lo bien que me hubiera venido toda esa fantasía para pasar el tiempo con mi Gansi.

   Cada vez que jugamos pienso “anda que igualito que cuando tenía su edad”, y no sólo porque ya no me de el cuerpo para aguantar su ritmo (que eso es inevitable), sino por lo que me cuesta ahora inventarme un juego original y divertido, o un simple cuento, y no digamos ya una actividad que pretenda ser educativa o enseñarle algo positivo.

   Me siento con impotencia delante del pegote de plastilina incapaz de moldear mucho más que una bola, un churro, y con suerte un caracol si lo enrollo, y me pregunto si a mi pobre peque le pasará lo mismo algún día y perderá por completo ese mundo interior tan asombroso de la infancia. Y me pongo delante de la pizarra, decidida a pintar un bello paisaje, y no salgo de la casita con el sol y la nube...




   Cuando mi Gansi era más pequeña lo pasaba aún peor (¿a qué juega un bebé de 6 meses aparte de al cucutrás?). Ahora al menos tiene muchos, muchísimos (demasiados para mi gusto) juguetes, y los juguetes de hoy en día tienen algo que para mi situación actual es una ventaja, pero para los niños un inconveniente, y es que ofrecen un juego muy dirigido, con muy pocas posibilidades de variación.

   Te viene el juego con sus instrucciones de montaje y uso, y no se puede jugar de otra manera (en algunos casos, ni aunque lo intentes). Incluso las piezas de construcciones vienen con formas tan definidas que cuesta hacer algo aparte de aquello para lo que vienen diseñadas. El castillo de Frozen, la casita de Peppa Pig... me llena de orgullo que mi Gansi consiga desmontarlo y fabricar otra estructura diferente.

   A mí, con mi seca imaginación, me viene genial que me digan lo que tengo que hacer, cómo y con qué, pero a veces conviene salirse de esa dinámica para fomentar la inventiva de los más pequeños, y con según qué juguetes, cuesta un poco.

   ¿No es mucho mejor jugar a ser una princesa e inventarte tu propia historia, que jugar a ser la reina Elsa, cantar “Let it go” y pasar al siguiente juego?

   Yo de pequeña tenía un proyector de diapositivas para dibujar, y había de todo: personajes, paisajes... ahora mi peque tiene un proyector de Peppa Pig y la verdad es que cansa dibujar siempre a la misma cerda (ahora de hada, ahora de bombera, ahora de astronauta, pero siempre lo mismo al fin y al cabo). Con cosas así no me extraña que muchos niños desarrollen problemas de concentración. Normal que se aburran enseguida de cada juego.

   La verdad es que disfrutaría mucho más del tiempo que paso con mi peque si pudiera reconectar con mi niña interior y pedirle que me enseñe algunos juegos o que me cuente alguna historia. Recuerdo que todos mis muñecos, que por cierto eran todos animales (no sé por qué siempre me dieron grima los juguetes antropomórficos), tenían nombres muy bien pensados y fáciles de recordar. Ahora mi Gansi me pide ayuda para ponerle nombre a alguno de sus muñecos y lo más original que se me ocurre es el mono Monolo y el oso Blanquito, así que lo dejo en sus manos y resulta que el bicho que sea hoy se llama Fritz y mañana Frotz. Pero tampoco me puedo quejar, si la mayoría de muñecos que le regalan ya vienen con el nombre puesto: Dora, Mickey, Peppa, Anna... en fin...

   Y cualquiera sale a la calle, se encuentra a una niña en el parque y le dice que esa muñeca Elsa que traes se llama Serafina, que le dura la cara de WTF una semana.




   Lo peor son las largas tardes de invierno, las que pasamos encerrados en casa por el mal tiempo. Ahí es cuando más echo de menos a esa niña imaginativa. Y qué difícil es evitar la tentación de ponerle una película detrás de otra...

   Aunque se me ha llegado a secar la imaginación incluso en el parque. Sí, juego con mi peque también en el parque y estoy segurísima de que no seré la única, sobre todo si ese día o a esa hora no hay más niños. Rara vez he podido dejar a mi peque a su bola mientras observo de lejos o charlo con otras madres, y sé que hay muchos niños que prefieren jugar solos o con otros niños, pero mi peque no es así, al menos la mayor parte del tiempo. Se relaciona con otros niños y se divierte, pero siempre prefiere que esté yo cerca y participando, a lo que los otros niños se me quedan mirando porque mi presencia les corta el rollo, a no ser que ese día se alineen los astros y me invente un pedazo de juego que a todos les mole, y por un momento me crea que me podría ganar la vida de animadora infantil.

   He probado muchas veces intentar que juegue sola o que juegue con los otros niños sin mí, y la verdad es que cuesta ver a otra madre o padre que juegue con los niños más allá de empujar un columpio o pasarles una pelota un rato, y también creo que es bueno que se sociabilice con los de su edad. Pero la cosa suele acabar en desastre si la fuerzo.

   Cada vez le temo menos a que se aburra, he aprendido que el aburrimiento para los niños es bueno, hace que se les ocurran cosas aunque a veces sean gamberrradas. Y muchas veces dejo en sus manos la decisión. “Mamá ¿a qué jugamos?” “¿A qué te apetece jugar a tí?”

   Esto es lo que tiene criarse sin hermanos y sin apenas relacionarse con otros niños de edades similares más que ocasionalmente, que para jugar y entretenerse no sólo es que mamá es la mejor opción, sino que en estos casos es la única que hay, a no ser que papá esté presente y operativo y se una.

   Y cuando ya no puedo con el pellejo, después de 5 horas de juego ininterrumpido (que ya me cuesta recordar hasta la edad que tengo) exprimiendo hasta la última gota de la poca inventiva que me han dejado los años (y tratando de sacar partido de ideas de Internet), cuando ya definitívamente no se me ocurre nada y mi peque tira de mí demandando seguir jugando, con gran sensación de culpabilidad enciendo la tele y la absorción es inmediata. Ni siquiera me gusta lo que ve, la mayoría de los dibujos que echan hoy me parecen horrorosos, pero a mi peque le gustan.

   Y entonces me dejo caer en el sofá, con la cabeza martilleante, cierro los ojos un momento y me relajo 5 segundos hasta que oigo una voz que me llama desde el otro lado del pasillo: “¡Hola! ¡Soy yo! La montaña de ropa para planchar que te lleva esperando unos días. ¿Te acuerdas de mí?”




   Merde...

martes, 2 de febrero de 2016

Mi cuarto huevito

   Mi cuarto huevito fue la sorpresa más inesperada y bonita que he recibido nunca.

   Desde lo de mi tercer huevito andaba con las reglas tan descolocadas que incluso llegué a pensar que quizá iba a tener (me veía todos los síntomas) una menopausia prematura.

   Y lo curioso es que el hecho de pensar que tal vez no iba a poder darle a mi Gansi un hermanito nunca, me hacía desearlo aún más. Llegué a plantearme la adopción, pero en nuestras circunstancias no era viable, así que con el paso del tiempo me fui resignando, a pesar de que todo el mundo me dijera que aún era joven, reproductivamente no me sentía así.

   Hacía muchísimo que habíamos abandonado la búsqueda activa de un embarazo, de hecho lo más parecido que hicimos a una búsqueda activa fue cuando vino nuestra Gansi. Desde entonces, descubrí la planificación familiar natural, y la seguíamos con mayor o menor rectitud dependiendo de lo importante que fuera para nosotros en según qué época evitar un embarazo.

   De hecho, me quedé embarazada de mi tercer huevito por arriesgarnos un día de probabilidad baja de fertilidad, que sería baja, pero desde luego no nula, aunque como tampoco nos cerrábamos tajantemente pues de vez en cuando nos arriesgábamos días así, y uno de los días pues sucedió que nos llevamos la sorpresa, aunque en este caso no tuvo final feliz.

   Cuando el Ganso me hablaba de prevenir un embarazo (él no se sentía preparado) me hacía hasta gracia. Pensaba “pero si de todas formas no va a venir...” Así que si alguna vez traté de “evitarlo” fue por él, porque yo sí lo deseaba, y pensaba que aunque lo buscáramos no tendríamos suerte.

   Después de años sin menstruación tras el parto de mi Gansi, y por tanto, sin necesidad de utilizar ningún método preventivo, una vez que mi cuerpo se reactivó alcancé un conocimiento bastante preciso de mis ciclos. Sabía, sin necesidad de utilizar test de ovulación, el día exacto en que ovulaba, mis días de mayor y menor fertilidad, y los ciclos en los que no ovulaba. O eso creía yo...

   Como decía, desde que perdimos a nuestro tercer huevito, mis reglas habían comenzado a ser irregulares, tendiendo a acortarse mucho, tanto en días de fase lútea como de folicular (lo cual, dentro de lo irregular, es bastante irregular), y había ciclos en que ovulaba y otros en que no, vamos, totalmente incompatible con la sola idea de buscar una concepción.

   Y los ciclos en que ovulaba no había la menor duda, el patrón de flujo era imposible de obviar, y más imposible lo eran las punzadas que me daban el día de la ovulación, que a veces me molestaba cada paso que daba al andar, como si me estuvieran estrujando los ovarios.

   Pues ese ciclo concreto, empecé a ver signos de que no iba a ovular, y para confirmarlo me hice un test de ovulación el día antes de aquel en que esperaba ovular, el mismo día y el posterior, y todos salieron negativos. No estábamos muy seguros de si podíamos arriesgarnos, así que cuando surgió, surgió (una sola vez para ser más exactos).

   Los días antes de la regla solía tener unos días de manchado (lo cual según algunos ginecólogos es algo normal, y según otros es un signo de infertilidad), a veces me venía la regla durante un día, se cortaba otro día entero y luego reanudaba, y ese mes ni rastro de manchado. Pensé que quizá por fin empezaran a venir mis reglas como antes, o que quizá como no había ovulado, hasta que no ovulara no me iba a venir.

   Pero una vocecita me decía que igual la respuesta era otra, a lo que otra vocecita le contestaba “¿no serán las ganas tuyas?”

   Me negaba a hacerme un test de embarazo. ¡Era imposible! Ya comenzaba incluso a notar las punzadas en los riñones que a veces me dan antes de que me vaya a venir la de rojo. Pero sólo para acallar esa vocecita que no me dejaba en paz todo el día con el “¿y si...? ¿y si...? ¿y si...?”, al final, el día en que supuestamente esperaba mi regla, me hice el dichoso test.

   Era un test de alta sensibilidad, así que para entonces se supone que debería ver con claridad y sin lugar a dudas una línea en caso de positivo, pero la única línea que aparecía era la de control. Así que la otra vocecita de mi cabeza (esto de oír voces ya creo que me lo voy a tener que hacer mirar), proclamó “¿ves so pava? ¡Si sabes que no has ovulado! ¿ya te has quedao tranquila?”

   Y con las mismas tiré el test al cubo de la basura y seguí con mi rutina mañanera. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando, al abrir el cubo para tirar la cáscara del plátano que me acababa de desayunar, me parece que una segunda línea muy tenue me saluda. Caí al suelo de rodillas y juro que casi me desmayo.

   ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿De dónde había salido ese óvulo ninja que había escapado de mis expertas previsiones y de los test?

   Sin terminar de creérnoslo, esperamos varios días y fuimos haciendo test sucesivos, observando una clara progresión. No había dudas.

   Dudas no, pero miedo muchísimo. Miedo a creérmelo, miedo a hacerme ilusiones, miedo a volver a perderlo.

   En otras circunstancias hubiera ido inmediatamente al médico, pero esperé a estar de más de 5 semanas para que la confirmación que me hicieran no dejara lugar a dudas. Me negué a hacerme más ecografías de las estrictamente necesarias, y menos aún vaginales. No quería verlo antes de la semana 12 (¿para qué, para que nos dijeran que todo estaba bien como la última vez y nos lo creyéramos?), no queríamos decírselo absolutamente a nadie hasta entonces.

   Esperamos, guardando el secreto, cubriendo mi tripa incipiente con ropas holgadas y abrigos, sin llevar prácticamente otra prenda aparte de chándals. No quería ni pensar en sacar la caja de la ropa premamá.

   No lo contamos a los más allegados hasta la semana 12, y al resto empezamos a comentárselo a partir de la 17. Y ahora os lo cuento a vosotr@s, aún con el miedo en el cuerpo. Siempre pensando “cuando pase de la semana X se me quitará el miedo”, pero nunca se terminaba de quitar. Ni cuando vimos a nuestro peque en la eco y nos dijeron que todo parecía ir de maravilla. Ese miedo ya no se va, sólo se mitiga un poco cuando creo sentir sus movimientos, cada vez más claros.

   Es horrible que la paranoia no te deje disfrutar de tu embarazo. Revisar el papel cada vez que te limpias en el baño y desear tener a mano un cromatógrafo para determinar si ese flujo es normal, oscuro, amarronado o sanguinolento. Tocar y revisar tu tripita a diario pensando “¿estará creciendo bien? ¿debería notarse más?” Pensar que a pesar de que lo acabas de ver en una ecografía y estaba perfectamente, se puede parar en cualquier momento. Pasarte el día esperando sentir sus movimientos...

   Y aún me preguntaba la gente si preferíamos que fuera niño o niña. Lo único que queremos es que se quede con nosotros y que tenga salud, ver su carita, verle crecer, ver la ilusión de mi Gansi por el nuevo integrante de la familia. Lo único que queremos es que esta historia sí tenga final feliz...



jueves, 21 de enero de 2016

Y yo que creía que (17) ponerle los pendientes a mi peque no iba a ser "na"

   Siempre he procurado mantenerme en el mayor de los anonimatos posibles. No digo mi verdadero nombre, no publico fotos mías ni de mi peque, y cuando hablo de mi Gansi lo hago en tono neutral, ni siquiera he mencionado si era niño o niña.

   Lo hago así porque es la elección personal que he tomado, porque este anonimato me ayuda a abrir mi corazón y contar mis experiencias y opiniones lo más sincera y honestamente posible. Es lo que a mí me funciona y con lo que me siento cómoda. Por supuesto que respeto a quien lo haga de forma diferente, porque creo que cada uno es dueño de su intimidad y tiene derecho a decidir qué cuenta, hasta dónde cuenta y a quién se lo cuenta. Y yo hasta ahora he decidido hacerlo así.

   Pero para la siguiente entrada necesito desvelar que mi Gansi es niña, y desde que supe que iba a serlo no dudé ni un segundo que iba a llevar pendientes. No dudé, claro, hasta el mismo instante en que se los fui a poner.




   En este país es algo totalmente normal que las niñas desde bebés lleven pendientes, y así lo había visto yo siempre. De hecho muchas veces para reconocer si un bebé es niño o niña en lo primero que nos fijamos es en si lleva pendientitos. Ni nos paramos a pensar que en otros países, con culturas muy similares a la nuestra, esto es una aberración tan grande como ponerle a tu bebé un piercing en la nariz. De hecho, un pendiente aunque sea en la oreja es un piercing al fin y al cabo.

   Hay muchas mujeres que no llevan pendientes o que deciden no ponérselos a sus hijas, y lo curioso es que aquí esto sea lo raro cuando en otros países te podrían hasta quitar la custodia por ocurrírsete perforarle las orejas a tu bebé.

   Así que si vas a tener una niña, quizá te apetezca hacer una reflexión. Yo te cuento mi experiencia, y luego tú decides.

   Como decía, yo lo tenía clarísimo. Niña = pendientes, ni me planteaba otra cosa. Pero... ¿cuándo y dónde ponérselos?

   Hay opiniones para todos los gustos. Algunos se los ponen nada más nacer o a los pocos días, en el centro de salud o en una farmacia (no, no hay que ir a un garito de tatuajes), y otros aconsejan esperar un mes al menos. Por un lado, cuanto más pequeñas son nuestras nenas, más tierno está el lóbulo, supuestamente menos vascularizado, y menos les duele, desde luego parece que se quejan menos. Por otro lado, al esperar un mes el lóbulo ha crecido y puede que haya cambiado un poco de forma, con lo cuál si esperamos nos arriesgamos menos a que les puedan quedar torcidos.

   Pues bien, creyéndonos perfectamente informados, tomamos la decisión de esperar al menos un mes y llevamos a nuestra Gansi a una farmacia especialmente recomendada en la que supuestamente eran expertos y te hacían un trabajo fino filipino.

   Inocente de mí, pensé que mi peque apenas se enteraría, o sería un momento, como una inyección, y en un rato estaríamos en casa. Pero fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida. Mi peque lloró muchísimo con el primer agujero, tanto que a punto estuve de decir que no le hicieran el otro. Me sentí horriblemente mal, como si la estuviera traicionando. Ella confiaba en mí, yo era su seguridad, se suponía que debía protegerla, y la había llevado conscientemente a un sitio donde le estaban haciendo mucho daño sólo por vanidad.

   Pero ahí no queda todo. Después de esperar un mes para que no le fueran a quedar los pendientitos torcidos, e ir al sitio recomendado chachi piruli, ¿adivináis qué? ¡Le quedaron torcidos!

   Así que me vi en la disyuntiva de dejar a mi peque con los pendientes torcidos de por vida (y se notaba bastante), o hacerla pasar por el calvario otra vez. Fue una decisión muy dura. Era como un castigo, ahora me iba a tocar vivir la pesadilla dos veces, y mi pobre peque lo iba a pagar.

   En efecto, le quitamos el pendientito más torcido, le dejamos unos días para que se cerrara bien (no tardó y quedó perfecto, ni una señal, eso sí), y la volvimos a someter a esa tortura.

   Me quedé tan traumatizada que deseé que si alguna vez tenía otro bebé no querría que fuera niña sólo para no tener que tomar la decisión de si ponerle pendientes o no.

   No creo que mi peque recuerde nada, aunque no puedo asegurar que no haya quedado nada raro rondando por su subsconsciente, y ahora es una feliz niña con pendientitos para demostrarlo. Ya la puedo rapar y vestirla con un chándal de las tortugas ninja que nadie va a cuestionar que es una niña.

   Y por si fuera poco todo esto, una vez pasado el mal rato les toca a los papás llevarse unos días ejerciendo los cuidados pertinentes a la orejita de la nena: asegurarse de que esté limpia y no se infecte, darle vueltecitas al pendiente para que no se encarne (a mi peque esto le molestaba bastante y me empujaba la mano con su manita), y algunos recomiendan que la madre le frote los dedos mojados en su saliva en ayunas en el lóbulo.

   Por cierto, si necesitas aún más datos a considerar para tomar tu decisión, déjame decirte que si no quieres gastar mucho puedes ponerle a tu nena pendientes de poca calidad por menos de 5 euros (los hay monísimos, de muñequitos de todos los colores), aunque te arriesgas a que puedan causarle dolorosas infecciones. Mi peque tuvo una, y se suponía que eran pendientes buenecitos los que llevaba por entonces Desde luego, cuando ves la orejita de tu bebé hinchada, enrojecida y chorreando pus (literalmente), dejas de escatimar. Los pendientes de plata, y sobre todo de oro (que son los que más se les pone al final) cuestan una pasta gansa, y te duele el riñón cada vez que los pierden, y hay niñas (como la mía) que tienden a perderlos mucho, sobre todo los primeros años de vida.

   Y para terminar, aquí os dejo unos enlaces interesantes para completar la reflexión:



También vale así ¿no?


martes, 22 de diciembre de 2015

Recuerda quien es el adulto

   Muchas veces nuestros peques nos hacen perder la paciencia. Ellos viven a otro ritmo (van a toda pastilla cuando queremos estar tranquilos y van tranquilos cuando tenemos prisa) y les cuesta entender el no (incluso aunque creas que se lo has explicado con total claridad), se cansan, se ponen chocantes, se estresan, se aburren o les da el subidón en el momento o lugar más inoportuno.



    Es en esos momentos cuando necesitamos más que nunca respirar profundamente y recordar que nosotros somos los adultos, que tenemos mucho más control sobre nuestras emociones que ellos. Que puede que nuestro peque esté fuera de sí, pero no quiere decir que nosotros, los padres, no podamos (y debamos) mantener la calma. Al fin y al cabo, son personitas en construcción.

   Tengo un recuerdo de mi infancia. Estaba yo en clase de lengua y la profesora repartiendo exámenes. Me pareció injusto que no me hubiera corregido uno de los ejercicios y fui a preguntarle por qué. Me dijo que había hecho la letra tan pequeña que apenas la entendía, a lo que respondí que quería que mi respuesta fuera completa, que había muy poco espacio para contestar (de hecho, había tenido que usar parte de los márgenes) y no nos había permitido utilizar papel aparte, que si quería podía leérsela para que pudiera corregirla. Se lo dije desde el respeto más absoluto (porque además yo era una alumna modélica y bien modosita), pero a la señora se le cruzaron los cables. Estaría harta de que le hicieran reclamaciones de exámenes ese día, o estresada por lo que fuera, o se le había olvidado echarse el dermovagisil, pero el caso es que se puso echa una fiera y comenzó a chillarme con los ojos desorbitados. Mi primera reacción fue quedar en shock, y ya estaban a punto de saltárseme las lágrimas cuando observé fríamente el panorama: una señora hecha y derecha perdiendo los papeles delante de una niña que estaba totalmente en calma, y así decidí seguir, mirándola fijamente, calmada y sintiendo vergüenza ajena por ella, de tal modo que cada vez se irritaba más, y me retaba a que le contestase, hasta que salió de la clase y mis compañeros me vitorearon. Me había comportado yo como la adulta, y ella sola se había dejado en evidencia. Nadie entendía cómo había sido capaz de mantener la compostura.


 "Señora... ¿tiene usted picores? Ya sabe... ahí..."


   Y lo que le pasó a aquella señora ese día nos pasa muchas veces a las madres (y padres), que perdemos los papeles en situaciones que deberíamos ser capaces de controlar, pero que en ese momento, por la razón que sea, nos desbordan. Nuestros hijos chillan y nosotras chillamos más fuerte, nos ponemos a su altura o pretendemos que se comporten como si fueran adultos, cuando quizá ni siquiera saben cómo se espera de ellos que se comporten en ese determinado momento o lugar o por qué.

   De echo, en el caso de los niños, el vernos a sus padres o cuidadores calmados les ayuda a calmarse. Lo cual no quiere decir que les ignoremos o no les tomemos en serio. Eso que a veces se les dice a los niños de “hasta que no te calmes no te hago caso” que el pobre niño debe pensar “eso quisiera yo, poder calmarme tan fácilmente, pero he entrado en un bucle en el que ya ni me acuerdo por qué estoy gritando y llorando”.

   Pero vamos, que no voy a juzgar a nadie porque a mí misma me ha ocurrido que ha llegado un momento en el que me he quedado ya sin recursos y lo único que se me ha ocurrido decirle a mi peque es “pues ya te calmarás, cuando tú veas”.

   Y esta es, bajo mi punto de vista, la mejor manera de gestionar una rabieta infantil. Porque tooooodos los niños las tienen en algún momento. Sí señor/a sin hijos, no sólo los míos porque los malcríe (que igual el peque en cuestión es que tenía un mal día, y normalmente no se le va la olla por cualquier tontería, pero ese día sí), sí señora mayor que educó a la perfección a sus churumbeles, sus hijos también las tuvieron aunque usted ya no lo recuerde, sí querida madre primeriza reciente, lamento decirte que tu peque también las tendrá tanto si decides colmarlo de amor y atenciones (y crees, como yo cuando era Gansa Premamá, que un peque bien atendido no tiene por qué tener una rabieta), como si decides criarlo con la rectitud de una Super Nanny británica. Porque si existe un peque que no tenga rabietas, a ese le pasa algo que no es muy normal...

   Tanto las rabietas como las salidas de tono, el nerviosismo, las travesuras, la rebeldía, son parte de lo que significa crecer y formarse como persona. Lo importante como padres es saber reconducir estos comportamientos, tratar de evitarlos en la medida de lo posible y manejar la situación lo mejor que se sepa y con la mayor calma posible, que parece pedir poco, pero nada más lejos de la realidad.

   A los niños les cuesta gestionar sus emociones y sentimientos, y siempre va a existir un momento en el que deseen algo que por lo que sea no les podemos conceder, o no se lo podemos dar en ese instante. Y no quiere decir que sean unos caprichosos o unos mimados.

   “¿Por qué no puedo meter los dedos en ese enchufe? ¡Jo, con la curiosidad que tengo! ¡Si creo que caben! Venga jolín mamá, sólo un poquito... ¿Qué dices de que me voy a electrocuqué? Bah, seguro que no es para tanto... Porfiiiiii”.


   
   Además el universo de los niños es distinto al nuestro, cosas que para nosotros los adultos no tienen la menor importancia para ellos son lo más grave que les ha pasado en todo el día o en toda su vida.

   Y después de gritar a nuestro peque, o darle un cachete o perder los papeles de alguna forma, viene esa vocecita de remordimiento (y el que no la tenga, yo me preocuparía por su salud mental), que nos hace analizar si hemos actuado bien, si nuestro comportamiento ha sido proporcionado, si podíamos haber resuelto el asunto de otra manera, o si ha sido para tanto lo que ha hecho nuestro peque. Otra cosa es el resultado final de este debate interior, pero tenerlo creo que lo tenemos todos en algún momento.

   Poco a poco vamos conociendo a nuestros peques y podemos anticiparnos a sus reacciones, sabemos lo que tardan en aburrirse de algo, los sitios o las situaciones que les producen más estrés, e incluso esperamos que en algún momento se comporten de manera totalmente inesperada y reaccionen como habitualmente no lo harían.

   ¿A quién no le ha pasado que a tu peque le han ofrecido algo que jamás le ha gustado, dices “no lo va a querer, no le gusta”, y ahora ves que el/la hijuesumadre lo trinca y lo devora y a ti se te tuercen la cara y el culo en ese instante? Son así de imprevisibles...

   Y es que no siempre resulta fácil, por mucho que nos repitamos a nosotros mismos el mantra de “el adulto soy yo”, no siempre es sencillo mantener la calma, porque no siempre se sabe cómo actuar o cómo responder, y ahí reside la maravilla de la paternidad, en probar y errar y volver a probar y encontrar algo que funciona, que deje de funcionar y buscar otra alternativa.

   En nuestro caso, una buena estrategia cuando estamos en público, es imaginar que no hay nadie, no hacer caso a miradas enjuiciadoras que esperan que calles ya esa alarma antirrobo que parece que lleva tu peque adentro, algunos como si estuvieran viendo una película (que solo les falta la bolsa de palomitas y las gafas 3D) y diciendo “venga, dale una colleja, vamos, que se lo está ganando, colleja, colleja...” Y así atender esa salida de tono (por utilizar un eufemismo) de nuestro peque a nuestra manera y a nuestro ritmo, y olvidarnos del reloj, que lo más probable es que lo que sea pueda esperar unos minutos a que ayudemos a nuestro peque a recobrar la calma.